Política, partidos y otras cosas
El nacimiento de la fundación y la revitalización de la vida de los partidos, con la incorporación de cualificados militantes, son temas de amplia discusión en la vida política nacional. Los dos partidos. mayoritarios, PSOE y UCD, acogieron, en un principio, con mal disimulada reticencia la creación de otros cauces y organizaciones para participar en las actividades públicas. Hoy centra este tema, la página dedicada por EL PAÍS a Temas para debate, que ocupará todos los domingos la sección de «Opinión» de este periódico. Carlos Alonso Zaldívar, responsable de la política municipal del Partido Comunista de España, y Luis González Seara, ex ministro de Universidades e Investigación, escriben hoy sobre la fundación, los partidos y los cauces de participación.
Me temo que el debate en curso sobre el deterioro de los partidos políticos y el papel de los clubes de opinión amenaza reincidir en uno de los más claros vicios de nuestro inmaduro sistema democrático. Se trata de la propensión que vienen manifestando sus protagonistas colectivos (partidos, sindicatos, etcétera) a intentar fortalecerse por la vía de debilitar a sus competidores, mucho más que tratando de reforzar, cada uno al máximo, sus vínculos con la sociedad.Con la intención de dar otro sesgo al debate, ofrezco un punto de vista parcial, pero constructivo. Lo resumiría así: la democracia española necesita más que nada e insustituiblemente la cotitinuidad y el fortalecimiento de los actuales partidos democráticos, y lograr esto exige, también insustituiblemente, un cierto replanteamiento y relanzamiento en la actuación de estos partidos.
Es fácil cultivar el antipartidismo en un país como el nuestro en que éste se ha sembrado durante los últimos cuarenta años, donde tenemos profundas tradiciones anarquistas y cuando los problemas de los partidos políticos son lugar común en toda Europa. Es fácil y peligroso. Pero también puede terminar siéndolo que los partidos democráticos respondan a las críticas y emplazamientos que reciben exclusivamente por la vía de la autodefensa.
La realidad es que la crisis de relaciones entre partidos y cuerpo electoral, movimientos sociales, sociedad, existe. Los hechos hablan y desde el año 1977 a hoy hemos recorrido un camino de creciente abstencionismo electoral, desafiliación política y decreciente intervención ciudadana en la vida pública. Empeñarse en ignorar esto o resignarse ante ello sólo puede conducir a lo mismo que la descalificación teórica de los partidos: a nada bueno para la democracia.
No hay más alternativa que hacerle frente y que los partidos se pregunten abiertamente: ¿Qué cosas hay que modificar y renovar en nuestra manera de trabajar y en nuestra organización para fortalecer nuestros vínculos con la calle, para acreditar nuestra función entre el pueblo, para ser eficaces mediadores entre la sociedad y el Estado?
Existe temor en los partidos a plantear estas cuestiones públicamente -incluso internamente- y este temor conduce a distanciarse más y más de sectores sociales muy amplios que, bien por ignorancia, desesperación o pasotismo, desconfían hoy de los partidos. Un mediador -y eso son los partidos- debe ofrecer ante todo confianza y ésta sólo se puede lograr trayendo a los partidos los problemas de estas gentes y explicando a estas gentes los problemas de los partidos.
Estas consideraciones, en mi opinión, valen para cualquier partido que pretenda ser una sólida fuerza democrática, y más si aspira a ser también factor de transformación social. Y como hablo, precisamente, desde un partido así, sé que sólo predicar con ejemplo puede dar valor a lo que digo.
Pues bien, es cierto que el PCE encuentra obstáculos para avanzar en la dirección que he señalado. Hoy está de moda exagerarlos y no falta quien dirá, desde otros partidos, que ahora nos alcanzan a nosotros las crisis que ellos ya han pasado. Mucho me temo que no es así y que los problemas que trata de resolver el PCE no se han planteado todavía en otros partidos.
Siempre hemos sido un partido con un alto nivel de actividad y participación de todos sus afiliados. Ahora tenemos problemas de pérdida de militancia e iniciativa en las organizaciones del partido. En otras épocas han contribuido al dinamismo de nuestro partido ciertas esperanzas, a veces mitificadas, que la realidad ha ido arrumbando. Hoy estamos reemplazando esos estímulos primarios por otros más sólidos, más racionales, más basados en la participación directa de todo el partido en la elaboración de su política. Esto conlleva discusiones sobre democracia interna y renovación que, aunque se diga lo contrario, no son cuestiones de lucha por el poder, de jóvenes o viejos, ni de obreros o intelectuales. Son cuestiones directamente relacionadas con la política eurocomunista que defendemos, cuestiones que tenemos que acertar a resolver para lograr un partido que sea más protagonista en la elaboración de su propia política y de este modo la asuma con la máxima responsabilidad, conocimiento y combatividad. Lograr esto plantea dificultades, claro que sí, pero no creo que ningún otro partido pueda todavía darnos lecciones en esta materia. Sin embargo, todos tenemos que pasar este examen.
También tenemos, problemas para lograr una buena relación de nuestras organizaciones de base con su entorno social. Buscamos un tipo de relaciones que ante todo generen utilidad para los ciudadanos y, desde ahí, confianza política y afinidad de ideales. Esto supone cambios en relación con situaciones anteriores y exige colectivos capacitados para hacer frente a los problemas del trabajo, de la casa, de la escuela, de la salud, etcétera, que son los terrenos donde la gente entra en contacto con la política y donde debe acreditarse la función de los partidos. En algunas de esas cuestiones nuestra capacidad está probada, pero no de una vez para siempre, y además la sociedad nos confronta diariamente con problemas angustiosos como el paro y con temas difíciles y nuevos en el terreno de la juventud, la mujer, las costumbres, la ciencia, etcétera. No es fácil relacionar correctamente todo esto con las manifestaciones más globales de la política -grandes negociaciones y acuerdos, reformas del Estado, etcétera- que por fuerza abundan en esta transición.
A esto le llamo hacer «política realidad», es decir, avalar con el trabajo concreto de muchos las ideas de un programa y de un proyecto de sociedad. En estos años de transición se ha hecho mucha más política espectáculo -gastos y campañas de imagen- que «política realidad», y ahí reside, sin duda, una de las causas profundas,del deterioro de los partidos. En España se ha discutido mucho si las posiciones de cada partido se ajustaban o no a sus coordenadas ideológicas, pero muy poco sobre lo que cada partido hacía para encarnar en la sociedad sus programas.
La desatención de los partidos a estas cuestiones que he citado y a otras han generado problemas delicados a nuestra democracia, como el que alguien ha llamado de «competencia entre los medios de comunicación y los partidos, por la dirección de la vida política». Fea cuestión porque, a través de los medios de comunicación, el ciudadano sólo puede vivir la política como información que recibe pasivamente y el político sólo puede desarrollar su actividad en forma de política espectáculo. Los clubes y las fundaciones no creo que ofrezcan otras posibilidades, sino estas mismas más condicionadamente y con menor contraste social.
Pero la solución no es, evidentemente, ni potenciar la Prensa del corazón ni boicotear los clubes. Solución de fondo no hay más que una: partidos políticos que sean cauces reales de intervención activa de los ciudadanos en la política; dirigentes políticos que lo sean porque han logrado auténtica autoridad en la sociedad y que no se crean que tienen autoridad por el simple hecho de ser dirigentes.
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