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Casablanca, una ciudad conmocionada

Una ciudad que vive en estado de conmoción. Así puede definírse la atmósfera que imperaba ayer en Cásablanca, tres días después de los sangrientos incidentes, en los que se produjeron al menos 66 muertos, aunque muchas de las huellas de los disturbios han sido ya borradas. En los barrios donde los motines tuvieron mayor amplitud pueden contemplarse las casas incendiadas, mientras la calle no ofrece otro espectáculo que el de los habituales embotellamientos de coches. La autopista Rabat-Casablanca, que atraviesa el cinturón de barrios de chabolas y en la que fueron apedreados los automóviles y camiones que circulaban por ella el sábado, ha sido limpiada. Los únicos restos son los carteles indicadores medio arrancados o los trozos de cristal en la carretera. Bajo cada uno de los pu entes, que por otra parte están sin terminar, hay enormes pedruscos en la calzada, junto a restos de coches y camiones incendiados, que los automovilistas se ven obligados a sortear. Aquí resultó muerto un ciudadano francés, que fue apedreado porque su vehículo era demasiado lujoso.Las autoridades decidieron restaurar lo más rápidamente posíble los desperfectos de esta ciw dad, que es la capital económica de Marruecos. El primer nunistro, Maati Buabib, visitó a pie, de manera ostensible, los barrios donde se produjeron los disturbios, mientras la presencia de las tropas se hace cada vez más discreta.

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A pesar de estos esfuerzos, sigue reinando el miedo. Una especie de toque de queda voluntario hace que los ciudadanos se encierren muy pronto en sus casas. Los restaurantes del centro de la ciudad se quedan vacíos poco después del mediodía. La jornada laboral de los trabajadores ha sido acortada para que regresen a su domicilio antes de que se haga de noche. El menor ruido sospechoso, un portazo por ejemplo, puede hacer estremecerse al personal de un taller.

En los barrios populares, los muchachos juegan a asustar a los comerciantes y a hacerles bajar los cierres metálicos. En los barrios residenciales, las lujosas mansiones que bordean el mar permanecen desiertas desde el sábado y sus propietarios no han regresado aún a ellas.

Es cierto que la violencia alcanzó allí su máximo paroxismo. Así lo afirman los testigos oculares, citados por la Prensa. Relatan, por ejemplo, cómo una mujer corrió llorando hacia un policía para que ayudase a su marido que, encerrado en su coche, estaba rodeado por una multitud encolerizada.

Todavía ayer seguían circulando rumores insólitos: como que la central lechera había sido dinamitada y sus camiones incendiados, o que la fábrica de tabacos había sido quemada. A intervalos regulares circulan versiones de que han sido lanzadas nuevas consignas de huelgas, cosa que desmienten inmediatamente las centrales sindicales.

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