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El asalto de la plaza de Cataluña

Choques emocionales entre los rehenes liberados y preocupación en los familiares de los retenidos

Las personas que fueron evacuadas de la entidad bancaria afectadas por choques emocionales -al menos unas treinta- fueron todas ellas trasladadas al hospital Clínico, lugar al que también fue conducido Ricardo Martínez, el joven empleado del Banco Central que resultó herido por un disparo cuando se dirigió a uno de los asaltantes para señalarles que sus propósitos eran un desatino.

Ricardo Martínez, de veintidós años de edad, no quiso hacer declaraciones sobre lo sucedido a un grupo de periodistas que le visitaron en la habitación del hospital. Unicamente insistió en que las familias de los rehenes debían permanecer tranquilas, porque sus allegados se encuentran en perfecto estado.Los familiares de las personas que permanecían en poder de los asaltantes merodeaban por las calles adyacentes a la plaza de Cataluña, a la espera de que se produjese el desenlace del suceso, o bien montaban guardia ante el hospital Clínico, aguardando las ambulancias que de cuando en cuando llegaban con personas procedentes del banco que sufrían lipotimias, e incluso ataques epilépticos.

Uno de los momentos más emotivos se produjo al filo de las nueve de la noche, cuando unas treinta personas fueron liberadas por los ocupantes del banco. Mientras se abrazaban a los familiares que les aguardaban, un empleado del Banco Central manifestó que «tenía miedo a morir». Acto seguido comenzó a llorar.

Un compañero suyo, menos impresionado, relató a los periodistas que los asaltantes eran personas jóvenes. A preguntas de los periodistas, manifestó desconocer que los autores del hecho fuesen guardias civiles. «Lo único que puedo resaltar», agregó, «es que gritaron varias veces: iViva España!».

Alfonso Escámez, presidente del Banco Central, que se desplazó de Madrid a Barcelona pocas horas después de producirse el asalto, fue abordado a la salida del Clínico, cuando acababa de visitar al joven herido, por dos empleados que se dirigieron a él en busca de información y ayuda, ya que familiares suyos se encontraban en la oficina ocupada por los ultras.

Escámez dio garantías a los empleados de que el banco les ayudaría en cuanto necesitasen. «Podemos», destacó, «ofrecerles ayuda económica y médica, pero no tenemos capacidad de decisión sobre este suceso». Posteriormente, por altavoces, fue advertido a cuantos se habían congregado ante los cordones policiales que cerraban el acceso a la oficina principal del Banco Central en Barcelona que los familiares de los empleados podrían acudir en busca de información a la agencia 78.

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El presidente del Banco Central comentó a EL PAIS que su presencia en la Ciudad Condal obedecía a «un deseo de mostrar solidaridad con las personas que se habían visto afectadas por este lamentable suceso». «He venido», añadió, «a facilitar toda la ayuda que podamos prestar».

Las declaraciones de los rehenes a los miembros de las fuerzas de seguridad que se ocupan del secuestro han servido para facilitar datos y detalles del asalto, de la situación en el interior del edificio y para intentar identificar a los autores y dirigentes de este acto terrorista.

Se ha sabido que, aparte de las razones de salud, edad o de la prioridad que se dio a las mujeres, el resto de los rehenes que fueron liberados parece que consiguieron su libertad después de duras negociaciones entre los secuestradores y responsables del Ministerio del Interior, que intercambiaron a varios de ellos por comida, aparatos de radio y un televisor.

Asimismo, según varias de las personas liberadas, los terroristas encapuchados utilizan un lenguaje casi castrense. Entre ellos se llaman por números y al jefe lo denominan primero o número uno.

Los rehenes liberados han escuchado también comentarios de sus guardianes en tono jocoso, como «esta noche vamos a bailar la raspa» o, refiriéndose a la gente que se agolpaba en la plaza, «cuántos admiradores tenemos».

Centenares de curiosos

Mientras tanto, varios centenares de personas seguían al borde de los cordones policiales el desarrollo de los acontecimientos. En general, los numerosos curiosos mantenían una actitud de calma, sin embargo, podían oírse comentarios dispares. Una señora de unos cincuenta años contaba a quienes le acompañaban que había tenido cuatro hijos, «pero, si hubiese sabido que las cosas iban a andar tan mal, no habría tenido más que uno».Un grupo de hombres situado en la calle de Pelayo resaltó que la aglomeración de personas se debía, sin duda, a que, por ser sábado, no tenían otra cosa que hacer. «Si esto se hubiese producido el miércoles», manifestó uno de ellos, «aquí no habría nadie, porque todos estaríamos viendo la final de la Copa de Europa». Algunos, más politizados, discutían la actitud que debería tomar el Gobierno ante las exigencias de los asaltantes. La mayoría se mostraba favorable a mantener un compás de espera para evitar una matanza. «La técnica empleada cuando fue asaltado el Congreso no dio mal resultado», precisó una de estas personas.

Los comentarios no contenían ataques especiales contra la clase política. Cuando dos jóvenes ultras elogiaron a Tejero ante el cordón policial que había sido establecido en la calle de Vergara, fueron expulsados del lugar y a punto estuvieron de ser agredidos.

A su vez, los políticos catalanes acudieron a la sede del Banco de Bilbao en Barcelona, situada también en la plaza de Cataluña, donde el delegado del Gobierno, Juan Rovira, y los mandos policiales establecieron su cuartel de operaciones. Allí acudieron, entre otros, el presidente de la Generalidad, Jordi Pujol; el socialista Joan Reventós, el comunista Francesc Frutos, el centrista Antón Canyellas y el ex ministro Rafael Arias-Salgado. Este último resaltó a EL PAIS que su presencia allí era circunstancial, pues se encontraba en Barcelona por asuntos particulares.

Realizaron esta información desde Barcelona Manuel Bernardos Enric Canals, Ismael Fuente, Juan Francisco Janeiro y Alfons Quintá.

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