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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

¿Sube el dólar o baja la peseta?

LOS MOVIMIENTOS, al alza o a la baja, de la cotización de la peseta suelen producir notables sobresaltos en la opinión pública, no siempre ajustados a la realidad. Cuando se producen alzas de la peseta en los mercados monetarios internacionales, los españoles tienden a pensar, con orgullo, que su economía está sana. y los viajes a Londres, a París o a San Francisco se hallan al alcance de cualquiera. En estas coyunturas, sin embargo, los exportadores, desde los naranjeros hasta los editores, pasando por los zapateros y empresarios turísticos, tardan por las noches en conciliar el sueño. En cambio, cuando la peseta se deprecia, el alborozo apenas contenido de los exportadores españoles marcha en paralelo con la inquietud de los empresarios que importaron maquinaria a crédito o tomaron capital a préstamo y con la vaga sensación colectiva de que la dignidad nacional ha sido herida.Algo de esto ha sucedido al superar el dólar la barrera de las noventa pesetas. En este caso, sin embargo, resulta necesario advertir que las restantes divisas europeas han perdido valor al tiempo que la peseta, con respecto al dólar. Con otras palabras, no es que la peseta se haya depreciado en solitario, sino que la moneda de Estados Unidos se halla lanzada a una ascensión casi tan irresistible como la de la Columbia y está dejando atrás no sólo a la peseta, sino también al marco alemán o el franco francés.

El fortalecimiento del dólar se debe, en primer lugar, a lo que la jerga de los economistas designa crípticamente como razones fundamentales. Se trata, en suma, de que la balanza de pagos norteamericana ha resistido victoriosamente los embates de la última sacudida de los precios del petróleo. Las importaciones norteamericanas de crudos han disminuido de forma apreciable, gracias a la política de sustitución y de liberalización de los precios interiores de la energía; el gran dinamismo de las exportaciones, capitaneadas por los productos alimenticios, ha contribuido también a cerrar con superávit el ejercicio de las cuentas exteriores. La Administración Reagan ha logrado además, invertir las expectativas internacionales sobre el porvenir del dólar en los mercados externos. Está triunfando así la doctrina de que el dólar debe ser el signo monetario de la economía occidental frente a los suministradores de crudos, que no tendrían ya la coartada de la debilidad del dólar para elevar continua y progresivamente el precio del petróleo.

Al lado de esas razones fundamentales hay otras causas inmediatas, entre ellas la subida de los tipos de interés bancario en Estados Unidos, que hacen todavía más atractiva la colocación en el mercado financiero norteamericano de grandes masas de capitales flotantes, en buena parte procedentes de los países productores de petróleo.

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¿Cuáles pueden ser las repercusiones sobre nuestra tambaleante economía de este vigoroso ascenso del dólar? Recordemos que aproximadamente un 62% de nuestras compras de mercancías en el exterior las pagamos en dólares, mientras que nuestros exportadores sólo cobran en esta divisa alrededor de un 42% de sus ventas. Así, pues, el petróleo nos va a costar más caro en pesetas, lo que dificultará notablemente que el ministro de Industria pueda hacer realidad su ensueño de regalarnos para el verano un pellizco en el precio de la gasolina. Todos los demás productos de importación pagaderos en dólares sufrirán, lógicamente, un encarecimiento similar que acabará repercutiendo en el índice de precios al consumo. Nuestra capacidad exportadora mejorará en el mercado norteamericano, si nuestros industriales saben aprovechar la ocasión y las autoridades de aquel país, no se ensañan con medidas proteccionistas. Señalemos, de pasada, que nuestras exportaciones a Estados Unidos no llegan siquiera a cubrir la cuarta parte de nuestras compras de productos norteamericanos, proporción semejante a la de nuestro comercio con los países del Oriente Próximo que nos suministran petróleo.

Por lo demás, esta espectacular depreciación de nuestra moneda y de las demás divisas europeas respecto al dólar se produce después de un período, que se abrió en la primavera de 1980, en el que la peseta había sufrido una depreciación menor, pero significativa, en relación con las monedas de la Comunidad Europea.

Las perspectivas de nuestra exportación, y en especial del turismo, en vísperas de la temporada veraniega, se han visto así mejoradas en un contexto de endurecimiento de la competencia internacional y de baja coyuntura, interior. Ahora bien, esa mejora de nuestra competitividad, para ser aprovechada, exigiría que los planes anunciados a bombo y platillo por el Gobierno para abrir negociaciones entre las autoridades, las organizaciones empresariales y las centrales se materialicen cuanto antes en acuerdos razonables. De otro modo correriamos el serio peligro de que las alzas de los precios de los productos importados se tradujeran en una inflación más intensa, en mayores subidas salariales y, en definitiva, en una menor competitividad de nuestras exportaciones.

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