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¡Niños, a callar!

Como cualquier ciudadano de a pie, he seguido por encima los avatares del congreso de las Juventudes de UCD. Como es lógico, no me meto a enjuiciar el más o menos de la ideología de este grupo político: como demócrata, respeto profundamente todas las expresiones de las diversas alineaciones de nuestro espectro parlamentario.Pero séame permitido hacer una observación, que surge al margen del contenido ideológico. Allí se vio claramente una frontera definida entre la manera de pensar y de plantear de los jóvenes frente al talante de sus respectivos adultos. Los jóvenes hicieron propuestas concretas, cargadas de una determinada dinámica progresista, que, a la hora de la verdad, quedaron abortadas por los sesudos varones del grupo adulto, a pesar de que muchos de ellos condenan encarnizadamente todo lo relativo al aborto. Como si las ideas que se generan en los cerebros no tuvieran una vida homologable a la que se genera en cualquier útero materno!

Y lo peor es que muchos de los hoy sesudos varones, hace nada más que dos décadas eran unos jóvenes críticos e inconformistas que se alzaban contra la vetustez inmovilista de sus inmediatos ancestros, cuando éstos ejercían el poder de una manera mucho más directa y eficaz de lo que hoy es estructuralmente posible. Uno es discreto y sabe que señalar con el dedo es una falta de educación; pero ¡qué decepción me han producido muchos de estos proyectos políticos de hoy que, en el pleno hervor de su juventud universitaria, participaban en las tertulias vigiladas (por una pareja apostada en la esquina del inmueble) que se tenían en mi cuchitril madrileño de la calle de Galileo! Allí se soñaba, no ya con otro mundo, sino con un mundo otro. Cada uno se lo imaginaba de una manera.

Yo comprendo que los proyectos concretos pudieran tener algo de romántico y de irrealizable, y que, por consiguiente, la madurez biológica obligara a cambiarlos por otros más eficientes y pragmáticos. Pero lo que me desencanta es el haber compro-

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¡Niños, a callar!

Viene de página 11bado que perdieron la virginidad del entusiasmo, de la esperanza, de la pureza política y que, a continuación, se pasaron de bando, realizando cuanto condenaron y condenando cuanto soñaron. Y no es que yo crea que evolucionar ideológicamente sea algo negativo. Al contrario. Lo que pienso detestable es cambiar de actitud: de una actitud abierta a la renovación, a la esperanza, al mejoramiento, a otra escéptica, maquiavélica e incluso cínica.

Pienso que la juventud, en cuanto tal, tiene una pureza que difícilmente se conserva al pasar de los años. Los años dan madurez, proporcionan nuevos contenidos, hacen afinar los análisis de la realidad; pero, al mismo tiempo, contaminan y deterioran las mejores facultades del ser humano y lo convierten en una máquina calculadora, que funciona prácticamente al margen, o incluso en contra, de todo sistema de valores. Sólo prima la eficacia, aunque hipócritamente barnizada de alusiones meramente orales a los derechos humanos, a la democracia, a la libertad.

Al mismo tiempo que sedesarrollaba el congreso de las Juventudes de UCD, asistía yo invitado a una jornada de reflexión de un movimiento evangelizador juvenil. Allí la media de edad era de diecinueve años. Confieso que lo pasé de maravillas: el comprobar que podía dialogar de tú a tú y con enorme seriedad con aquellos chicos y chicas me hacía olvidar unas cifras amenazadoras que figuran en mi DNI. Y lo que más me animó fue descubrir que aquellos chicos, que a su vez ejercen de monitores con chavales adolescentes, reconocían que frecuentemente recibían de ellos lecciones importantes. Este fue el caso propuesto de un chaval, que pretendían expulsar de¡ grupo porque había robado. Los niños dijeron a su monitor que esta actitud no era evangélica, ya que Jesús admitía en su compañía a ladrones, adúlteras. prostitutas y gente de mal vivir. El monitor (y con él los compañeros que asistían a la reunión) les dio la razón a los niños y les agradeció la gran lección recibida por ellos.

Con esto quiero decir que este grupo de jóvenes se está ya preparando para que, cuando sean adultos y proyectos, puedan adoptar una actitud de escucha y de aceptación de la juventud en cuanto tal, sin por eso olvidar el deber de comunicarle los contenidos que una experiencia histórica ha ido acumulando indefectiblemente.

Todo esto es una grave advertencia para luchar, ya desde ahora, contra ese peligro, que ha azotado y sigue azotando a nuestro mundo contemporáneo (del Este y del Oeste), de la terrible gerontocracia que tanto daño nos ha hecho y nos continúa haciendo. Los jóvenes no son meramente una larva de hombres: tienen una identidad propia como tales y un mensaje concreto que aportar a la sociedad desde su juventud. Si los maduros y proyectos, seguros de sí mismos y orgullosos de su sensatez, bloquean la espontaneidad de la generación que viene, ésta seguirá el camino enseñado por sus antecesores y buscará perder cuanto antes la virginidad de los ideales y el frescor (le la esperanza.

Y el resultado será un páramo árido y seco. donde tarde o temprano (más bien temprano) se agostará la recién nacida flor de la democracia para dar paso a la dgrontocrática diosa de la Seguridad Nacional de la Casa Blanca, o a la no menos gerontocrática diosa de la Nomenclatura del frígido y hermético Kremlin.

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