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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La nueva programación de RTVE

TELEVISION ESPAÑOLA parece comenzar a despertar de un largo sueño -que muchas veces revistió, para los espectadores, el carácter de pesadilla- y a librarse de algunas de las hipotecas de manipulación gubernamental, subdesarrollo cultural, censura de los hechos y las ideas, información parcial y sesgada, corrupción administrativa y desprecio hacia el espectador. Si a los gobernantes recién elegidos se les concede usualmente el plazo de cien días para aterrizar, y las instituciones democráticas españolas se han tomado por su cuenta uno muchísimo más largo para consolidarse, sería injusto pedir, ahora, resultados definitivos y logros perfectos a quienes apenas han iniciado el despegue de la nueva programación.Es evidente que los fallos son todavía abundantes, que la voluntad de ruptura con prácticas desdichadas se dirige en ocasiones contra blancos erróneos, que hay excesivo protagonismo en algunos directivos (resulta incomprensible que el director de los servicios informativos sea, a la vez, el presentador de los noticiarios; o que el director de programas especiales aparezca en pantalla para animar uno de ellos), que existen todavía demasiados espacios muertos o moribundos en las dos cadenas, que el interés por la renovación cultural brilla por su ausencia y que la inexistencia de controles de audiencia seriamente realizados retrasará la participación de los televidentes y la toma en consideración de sus opiniones.

Sin embargo, la orientación del nuevo equipo merece ser alentada, postura que no sólo no excluye la crítica, sino que la exige. Hay ya informativos y entrevistas que acercan la pantalla de televisión a los niveles de libertad de expresión y de polémica de la Prensa escrita. Hay un inconfundible propósito de lograr una auténtica autonomía profesional, esto es, periodística, y de eludir tanto las presiones gubernamentales o de otros grupos políticos en favor de una utilización partidista del monopolio estatal como las coacciones para censurar materiales informativos, silenciar corrientes de opinión u ocultar problemas. Hay una esperanzada sensación de que Televisión Española pueda llegar a reflejar, de la mano de sus nuevos directivos, esa España real que durante veinticinco años fue secuestrada en los despachos de Prado del Rey y sustituida fraudulentamente por una España oficial, incoloro escenario de batallas florales, viajes a provincias de ministros y bienandanzas generales. Esto, al margen de la necesidad de proceder a una limpieza y reordenamiento interior de la casa.

Sin duda, no faltarán espectadores que se queden estupefactos ante esa realidad que durante muchos años les había sido hurtada, y que reaccionen con la irritación y el malhumor que produce a los fanáticos descubrir el lado oculto de las cosas, o comprobar que hay gentes que piensan, sienten, hablan y se comportan de otra manera. Sin embargo, el único camino para que los ciegos y los sordos a los valores democráticos aprendan a ver y a oír es que el más importante medio de comunicación nacional les muestre el país y el mundo donde viven en sus auténticas, multiformes, contradictorias y pluralistas dimensiones. En ese sentido, la contribución de la nueva programación de Televisión Española a la célebre consolidación de la democracia puede ser más importante que cien leyes, mil mítines y cien mil discursos. Ojalá que los buenos propósitos apuntados no se malogren, los numerosos defectos formales y los todavía numerosos programas aburridos desaparezcan, para que, al fin, la televisión de España sea de veras merecedora de los españoles.

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