El "Aberri Eguna"
Deia
Nuestra civilización, enraizada durante los últimos siglos en una ideología masoquista, fruto en buena medida del jansenismo y de la contrarreforma, ha resistido los vientos adversos de una constante opresión política. Pero pagando un elevado precio: la consagración del dolor como bueno y purificante, la exaltación de la muerte sobre la vida; la valoración del combate en si como ejercicio de honor (sin importar si la embestida es contra molinos de viento). Y hoy nos encontramos con las cuencas de los ojos acostumbradas al llanto, con el recuerdo sublimado de los muertos de casa, con la nostalgia de sueños épicos agigantados por el tiempo. Pero con las manos vacías, ociosas, cruzadas sobre las rodillas. Esperando el nuevo azote para sentirnos juntos. Como si la solidaridad del miedo común, en la trinchera, estremecidos por un mismo escalofrío, fuese mejor, más valioso, que la solidaridad en la cantina, en el baile de la plaza o en el auzolan voluntario. Como si sólo la cárcel, el campo de trabajos forzados o el funeral por el caído apiñasen sentimientos y voluntades, amistades, fidelidades juradas. Como si sólo el hachazo sobre el cuerpo del roble le hiciera sentir su gallardía.Para conmemorar el día de la patria vasca se tomó de la simbología religiosa la fecha del Domingo de Resurrección. Y aunque hoy la distinta sociología de los tiempos festivos y de los puentes vacacionales recomiende encontrar otra fecha con garantías de convocatoria multitudinaria, el núcleo semiótico sigue siendo válido: el toque de clarín, el sol en Levante, las manos alzadas, zutik (en pie). Y no, como algunos pretenden, el luto, el toque de queda, la estela funeraria, el Viernes Santo.
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