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Tribuna
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François Mitterrand un De Gaulle de izquierdas

Casi cuarenta años de oficiante de la vida pública francesa desde que, en 1946, se afincó in aeternum como diputado en el departamento de La Nievre y, con su cartera de los antiguos combatientes, recibió el título del más joven ministro de la historia de Francia: ¿Qué no se ha dicho, en su país, de la cultura, de la oratoria, de la timidez, de la sinuosidad, de la autoridad, de la ambición, de la habilidad, de la sinceridad, de la mirada impenetrable, de la galantería, de las curvas y contracurvas del hombre, del político Franipois Mitterrand? «Ese hombre que es un misterio habitado por mil persoriajes», tal como lo define su mejor biógrafo, Franz Olivier Giesbert.Otro panegirista suyo reveló un día que «cuatro, o cinco le llaman François»: quizá su mujer, Danielle; sus dos hijos, Christophe, el periodista, y Gilbert, el profesor. Y posiblemente su cuñado, el actor Roger Hanin. Pocos más deben tutear a este hombre de 64 años, nacido en Jarnac, cerca de Angulema, «colocado en un puesto que el destino únicamente ofrece a sus favoritos, y en el que sólo se recibe el homenaje de la injuria, de la injusticia y de la ingratitud». No, no fue el general, presidente y escritor Charles de Gaulle, al que ni su mujer tuteaba, quien se extasió ante sí mismo con ese susurro de dios terrestre. Fue el «De Gaulle de izquierdas», tan escritor como el general, tan solitario, tan distante, tan por encima de los partidos salvo, cuando le hacen falta, pero no presidente aún, François Mitterrand. El mismo, combatiente supremo contra el gaullismo, escribió que «la primera cualidad de un hombre político es la que poseía el general De Gaulle: ser dueño de sí mismo. Si usted es dueño de sí mismo puede realizar grandes acciones políticas. En caso contrario, será usted dominado, arrastrado por los acontecimientos". ¿Un De Gaulle de izquierdas, Mitterrand? Este podría ser el título del tercer episodio de la trilogía dramática-exaltante que protagonizó por primera vez la obra de Mi parte de verdad cuando, en 1965, ya postuló la presidencia de la República contra De Gaulle para, en 1974, repetir la intentona frente al que ahora también será muy posiblemente su adversario, el próximo día 10 de mayo, Valéry Giscard d'Estaing. Todo será plausible, si Mitterrand le da la vuelta a la tortilla. Los franceses amaron a De Gaulle y no tanto al gauilismo, mientras que hoy son sensibles al miterranismo, pero menos a Mitterrand.

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Este hombre es un francés por los cuatro costados. Pero es un «florentino», como decía François Mauriac, que también añadía: «La inteligencia, el valor, el talento, todo eso cuenta y puede asignarle un puesto eminente». Sus contemporáneos no se andan por las ramas cuando lo «descuartizan». «Los devotos le saludan en silencio. El responde con un gran cabeceo, y camina hacia la sacristía. Este hombre es un cura. Se le estima o se le teme. No se sabe si se le quiere», dice el escritor, ex secretario de Sartre convertido al gaullismo, Jan Cau. «Sus adversarios son incapaces de citar una deslealtad, un fallo en la amistad, en el compromiso contraído», añade la periodista Françoise Giroud. «Un hombre sensible a las formas, a las palabras, a los olores de la tierra, a los caprichos de los animales», explica la ex amiga de Coco Chanel y esposa reciente de Gaston Defferre Edmonde, Charles Roux. «Una curiosa mezcla de Chamfort, Jules Renard, de Jaurés y de Francis Jammes», comenta el novelista René Fallet. «Mitterrand sabrá cuidar a Francia como cuida su idioma», apostilla el escritor García Márquez. «Testigo de una época maravillosa en la que un responsable sabía leer y escribir», sentencia el escritor Regis Debré. «Es un hombre político hábil, pero no un hombre de Estado, porque le he visto cometer cuatro errores fundamentales a nivel de hombre de Estado: cuando se pronunció contra las instituciones de la V República, cuando se pronunció contra la fuerza de disuasión, cuando propuso el programa común con los comunistas y, por fin, cuando preconizó la suspensión del programa electro-nuclear», añade finalmente Giscard d'Estaing.

Y más y más: en 1968 había perecido políticamente en los ardores de las barricadas de mayo, que, como a su homólogo De Gaulle, le despistaron y asustaron hasta el esperpento. Una de aquellas noches revolucionarias del barrio Latino, corrido a insultos y blasfemias por los fans de Conh-Bendit, a duras penas se refugió en un portal. Poco después, en 1971, el niño cristiano, el estudiante de Derecho salvaguardado del pecado en París por los hermanos maristas, el político once veces ministro durante la IV República, la figura nacional propulsada por su militancia antigaullista, se convirtió en el despertador del socialismo francés.

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