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ELECCIONES FRANCESAS

La querella con los socialistas sigue dominando la estrategia del Partido Comunista francés

El Partido Comunista francés (PCF), como su candidato, Georges Marchais, cumplió recientemente los sesenta años de existencia. La ruptura histórica del congreso de Tours provocó la escisión y la creación del partido que dirigió durante cuarenta años su primer jefe y líder histórico, Maurice Thorez.

Desde entonces, sus querellas con el Partido Socialista francés han representado uno de los centros nerviosos de su estrategia. La historia del PCF está cuajada de tratados de paz y de guerra con los socialistas. La ruptura de la Unión de la Izquierda, en 1978, figura como el último episodio histórico de esa contienda fundada en la desconfianza casi visceral que los comunistas les inspiran a los socialistas, y viceversa. Estos últimos, como los franceses, a pesar de las profesiones de fe nacionalista del PCF, nunca han sabido con certeza en qué medida su política interior depende de los intereses de la diplomacia soviética.

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Desde hace ya cerca de un cuarto de siglo, su electorado se sitúa alrededor del 20%, representado por 86 diputados. Esta tasa de influencia y sus 700.000 militantes, unidos a la de la primera central sindical del país, la Confederación General de los Trabajadores (CGT), de tendencia comunista, representan para el PCF una minoría de bloqueo, en el plano social y en el estrictamente político. De ahí el dicho galo «sin el PCF no se puede hacer nada, y con él, tampoco». Uno de los mayores intereses del escrutinio de la primera ronda de las presidenciales del día 26 concierne precisamente a la confirmación o no, de la pretendida fragilidad de ese 20% de los franceses que votan comunista y que hacen del partido una de las cuatro grandes fuerzas del espectro político de Francia.

Un programa centrado en "que paguen los ricos"

El programa que presenta en 1981 Georges Marchais es más bien un plan de lucha social destinado a reducir sensiblemente las desigualdades económico-sociales. Todo este plan se condensa en 131 medidas, cuyo eje conductor es el lema que repite Marchais cada día y en cada intervención pública: «Hay que hacerles pagar a los ricos».La esencia del plan Marchais consiste en tasar a los más favorecidos para financiar la mejora de los asalariados: retiro a los sesenta años para los hombres, y a los 55 para las mujeres, salario mínimo de 60.000 pesetas, quinta semana de vacaciones, 35 horas de trabajo semanal, y creación de 500.000 empleos anuales. En política exterior, Marchais reivindica la independencia nacional, el desarme y la solidaridad internacional, y se opone rotundamente a la CEE y a su ampliación.

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