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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Si Bush es presidente...

LA BOLSA de Nueva York, cerrada; Bush, alerta ya en Washington para cualquier eventualidad; Reagan en un quirófano; la madrugada iba apretando algunos indicios mucho más inquietantes de lo que las primeras noticias -un atentado sin consecuencias históricas-_ podían hacer suponer; Reagan tiene una edad en la que todo es grave: era una eventualidad que incluso no dejó de manejarse durante la campaña electoral.Se puede considerar que la Presidencia de Ronald Reagan es la consecuencia de una serie de movimientos políticos en la maquinaria republicana y en los círculos de poder que requerían una determinada respuesta, dura y enérgica, a una situación exterior desafiante. No sería, probablemente, la desaparición de Reagan la que hiciera cambiar esta política; aunque la personalidad humana de George Bush pudiera darle un semblante más diplomático y más actual que el de este superviviente de la guerra fría anterior. Bush tiene la experiencia de la representa ción de Estados Unidos en la ONU, y tiene la de una imagen electoral que él mismo fomentó e inventó: aspiraba a la Presidencia en rivalidad con Reagan. Aunque sus éxitos en las primarias fueron muy escasos, sí tuvo los suficientes como para mantener una corriente de simpatía dentro del partido, y fue esa corriente la que hizo que Reagan buscara el pacto para la vicepresidencia; se sabe cuál es la, tradición: un presidente de un determinado color político busca un vicepresidente que tenga un «relativo» sentido contrario para equilibrar el ticket y obtener el mayor número de votos. Reagan prometió en este caso que el vicepresidente no sería, como también es habitual y tradicional, una figura invisible, sino que tendría una personalidad considerable en la dirección política. Así ha sido: hace unos días, Reagan nombraba a Bush manager of crisis, o director de un consejo capaz de hacerse cargo de situaciones de crisis (internacionales o nacionales). Puede que el estreno de esta comisión de crisis se esté produciendo precisamente en- estos momentos: simplemente por la necesidad de hacer frente, cuando menos, a una probable convalecencia larga del presidente.

En este caso, la política de Estados Unidos no cambiaría en absoluto. Todos los secretarios gubernamentales y todos los secretarios de la Casa Blanca permanecerían en sus puestos. Si Reagan tuviera que abandonar, podría aparecer otra tradición siempre confirmada: la del vicepresidente convertido en una figura singular y definitiva en la historia. Fue el caso de Truman con la muerte de Roosevelt, o el de Johnson en el momento del asesinato de Kennedy (fue la bisagra sobre la que giró toda la política norteamericana en un sentido contrario). Queda dicho que Bush, probablemente, no cambiaría el frente de la política interior y exterior de Estados Unidos, por que lo que allí también se pueden llamar poderes fácticos tienen también una línea trazada. Pero sí cambiarían su estilo y sus hombres. Ya se puede suponer que Haig no duraría mucho. Precisamente, el nombramiento de Bush al frente del Gabinete de crisis estaba hecho para equili brar, para moderar, el estilo abrupto de Haig, y puede ocurrir -es ya terreno de mera hipótesis- que esa necesidad de equilibrio viniera dirigida no por el propio Reagan, sino por las fuerzas cuyo apoyo tiene.

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