El País Vasco y el golpe frustrado
EN NO pocas ocasiones hemos señalado, y lamentado, la brecha de recelos y animadversiones que los atentados terroristas de las diversas ramas de ETA -una de las cuales, la político-militar, liberó ayer a los cónsules secuestrados y anunció su retirada provisional de la violencia armada- han ido abriendo entre el pueblo vasco, mayoritariamente pacífico, y el resto de la sociedad española. Las bandas armadas han añadido así a su larga lista de asesinatos el crimen moral de enfrentar, mediante estereotipos denigrantes y clichés infamantes, a dos segmentos de nuestra colectividad. Es seguro que la brutalidad homicida de los terroristas no puede proporcionarles en ningún caso una inimaginable victoria. Sin embargo, la huella de Caín, la sangre inocente derramada en estos crueles años, puede suministrar a los extremistas de uno y otro signo el miserable y siniestro trofeo de haber logrado sembrar el odio, la incomprensión y el rencor entre hermanos.En este sentido ocultaríamos la verdad si silenciáramos el desencanto y el estupor de los muchos españoles que se manifestaron anteayer masivamente en favor de las libertades y en contra de los golpistas al conocer la indigencia de las movilizaciones en el País Vasco y las rencillas intestinas que dieron al traste con las modestas concentraciones realizadas. Con independencia de que los sediciosos se han alzado contra la Constitución también por otros motivos, ya que su rechazo de las instituciones democráticas y de las libertades forma un círculo de hierro, lo cierto es que su única consigna eficazmente movilizadora se refiere a los estragos del terrorismo y que el frustrado golpe de Estado no hubiera podido asestarse sin el trasfondo de indignación y cólera producido en las Fuerzas Armadas por los crímenes de las diferentes ramas de ETA. En este contexto, no podemos por menos que decir, aun ratificando el deseo y la voluntad de que las heridas entre los vascos y el resto de los españoles queden restañadas cuanto antes, que algunas fuerzas políticas vascas, especialmente el PNV, mayoritario en las instituciones de autogobierno, no han estado a la altura de las graves circunstancias creadas por el asalto al palacio del Congreso y por la sublevación en Valencia del teniente general Milans del Bosch. Madrileños y valencianos, por destacar tan sólo a las poblaciones afectadas de manera más directa por los acontecimientos del lunes, salieron el viernes a la calle para exteriorizar su rechazo del frustrado golpe de Estado, en cuya génesis figura precisamente el conflicto vasco. ¿Por qué no sucedió lo mismo en Euskadi? La falta de respuesta de sus dirigentes es tanto más incomprensible cuanto que, si el intento sedicioso hubiera triunfado, buen número de españoles lo habrían pasado mal, pero el País Vasco hubiera sido el escenario de una auténtica tragedia.
Los recuerdos de las carlistadas, que desestabilizaron al país entero en el siglo pasado, gravita pesadamente sobre estas reflexiones. Los silencios y las ausencias del PNV a lo largo de esta crítica y tensa semana, que culminaron en su negativa a convocar para la manifestación del viernes con el inverosímil pretexto del secuestro de los cónsules, necesitan una explicación política. El doctrinarismo de los grupúsculos de extrema izquierda contribuyó a reventar las manifestaciones de Bilbao y San Sebastián. Las dificultades de la izquierda vasca democrática -socialistas, comunistas y Euskadiko Ezkerra- para sobreponerse a las rivalidades y a los malos entendidos contrastan con el vigor unitario desplegado en el resto del país por todas las fuerzas políticas. Por lo demás, la perplejidad mostrada en estos días por Herri Batasuna lo mismo puede incubar una honesta autocrítica, que reconociera que el golpe del 23 de febrero echa por tierra su absurda equiparación del régimen constitucional con una dictadura militar, que una deshonesta huida hacia adelante teórica, en vivo contraste con su estampida hacia la frontera cuando el lobo se halla a las puertas de la aldea.
Quedan, finalmente, las diferentes ramas de ETA. De los llamados comandos autónomos sólo sabemos que pretenden emular, como orates sanguinarios, a sus competidores en el negocio de la muerte. De ETA Militar conocemos también su barbarie criminal, tan espectacularmente puesta de manifiesto con el asesinato del ingeniero Ryan, y el primitivismo fanático de sus comunicados. Si todavía quedara algún vestigio de pensamiento racional en las cabezas de sus ideólogos, tal vez el frustrado golpe del 23 de febrero les hiciera recapacitar sobre las responsabilidades históricas que recaerían sobre ellos en el caso de que, como consecuencia de sus provocaciones criminales, desapareciera el régimen constitucional en España y el País Vasco fuera ocupado militarmente.
En ese panorama, sin embargo, el comunicado de ETA Político-militar, anunciando el alto el fuego y la paralización de la lucha armada sin condiciones e invitando a ETA Militar a secundar esa iniciativa abre una leve y mínima esperanza. No importa que el texto se halle cargado de las contradicciones, ambigüedades e insuficiencias habituales. En el crispado clima de estas horas, la noticia de que una de las bandas armadas de ETA se dispone a hacer callar las metralletas es un elemento de distensión que merece, cuando menos, el beneficio de la duda. Porque todo lo que camine por la senda de la paz en el País Vasco también avanza hacia el enraizamiento de las instituciones democráticas y la eliminación de los pretextos para un golpe de Estado.
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