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Fría acogida a Juan Pablo II en Japón

Juan Arias

Juan Pablo II llegó ayer a Tokio a las tres de la tarde. Ha sido el primer Papa de la historia que visita Japón, el país evangelizado por el santo jesuita español Francisco Javier. El avión papa¡ llegó de la isla de Guam, la famosa base americana del Pacífico. Del sol y de la luz del Pacífico, al frío y la lluvia de Tokio. El Papa tuvo que cambiarse en el avión para volver a vestirse de invierno después de los sudores de Filipinas.

Esta vez el Papa no tuvo a su llegada a Japón ni muchedumbres, ni salvas de cañón, ni gritos de vivas, ni jefes de Estado que lo esperaran. Se puede decir que, por primera vez, el Papa ha llegado casi de incógnito, como un ciudadano normal, y esto porque se ha tratado de una visita no oficial. No sólo porque el Vaticano no tiene relaciones diplomáticas con Japón, sino, sobre todo, porque en este país de las mil religiones, de 117 millones de personas, sólo 391.804 son católicos, según las cifras ofrecidas por la Conferencia Episcopal, es decir, el 0,3% de la población.El Papa, que estuvo sólo seis minutos en el aeropuerto, fue recibido por el arzobispo de Nagasaki, cardenal José Satolaki, y por el arzobispo de Cracovia, cardenal Marashki. Sólo en el último momento llegó en privado el ministro de Asuntos Exteriores, Masayashi Itu. Dos jóvenes le pusieron un collar de flores al cuello y ramos en las manos. El Papa, aunque se arrodilló para besar la tierra, no pudo hacerlo porque el tapiz rojo que le habían preparado estaba empapado de agua y de barro. Cuatro motoristas escoltaron a Juan Pablo II por el tráfico caótico de esta ciudad de diez millones de habitantes, que tiene sólo 68.000 católicos, el mismo número que el de taxis.

Catedral de vanguardia

El primer encuentro con los católicos lo tuvo Wojtyla en la catedral, que es la más moderna de Extremo Oriente, obra del arquitecto Kenzo Tange, el mismo que proyectó la famosa piscina olímpica de Tokio. Su interior es de cemento desnudo y el exterior de acero blanquísimo.

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Mientras los 4.000 católicos que se habían reunido bajo la lluvia, fuera de la catedral, para recibir al Papa se emocionaron cuando les leyó todo el discurso en japonés, a unos cientos de metros se desarrollaba una manifestación contra Wojtyla. Desde lo alto de un camión, un grupo de extrema derecha lanzaba al aire un mitin anticatólico a través de potentes altavoces. El camión estaba custodiado por dos grandes furgones de la policía, que le impedían acercarse a la catedral, pero le dejaban seguir predicando. En el vehículo habían pegado un cartel, escrito en japonés e inglés, que decía: «Papa de Roma, vete a casa», y añadía: «No os dejéis embaucar por el comunismo».

Catolicismo conservador

Evidentemente, estos conservadores a ultranza consideran a Juan Pablo II como un papa de izquierdas. A la Conferencia Episcopal Japonesa, que goza fama de conservadora, el Papa le exhortó a ser fiel a los principios y a las resoluciones del Concilio Ecuménico Vaticano II, pero también les pidió que predicaran «con claridad » la doctrina íntegra del Evangelio. En realidad, Roma está preocupada porque el catolicismo japonés disminuye en el ámbito institucional, aunque crece en simpatía hacia la figura de Cristo.

En todo el trayecto del recorrido del Papa hasta la catedral pudimos ver un solo cartel. Lo tenía un joven en las manos. Estaba escrito a mano y casi arrugado por la lluvia. Era un folio de carta que decía en polaco: «Bien venido a Tokio, Juan Pablo II». Fue una nota de ternura que no fue posible saber si el Papa la advirtió, porque estaban empañados los cristales de su coche. El joven, como tantos otros aquí en Tokio, llevaba en la boca una mascarilla anticontaminación.

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