Aspectos económicos de la crisis en Polonia
El «pulso» que han venido sosteniendo el Gobierno polaco y los nuevos sindicatos independientes sobre los sábados libres, uno de los puntos con más aspectos inflacionarios de los acuerdos de Gdansk, es un buen motivo para reconsiderar los antecedentes y las posibles consecuencia s a nivel económico de tales acuerdos, núcleo programático de los importantes acontecimientos de Polonia.Conviene recordar que ésta ha sido la tercera vez que «sucesos» polacos han dado lugar a cambios de Gobierno: en 1956, con el ascenso de Gomulka; en 1970, Gierek, y en 1980, Kania, sin olvidar el. inmediato precedente del verano de 1976, cuando las huelgas obreras obligaron al Gobierno a anular la subida del precio de la carne, haciendo tomar a los obreros conciencia de su fuerza y mostrando la gran desconexión del Gobierno con respecto, a su pueblo. En todos los casos las promesas de democratización iniciales fueron anuladas en cuanto aparecían desequilibrios económicos. La firma de los acuerdos de Gdansk y la insistencia posterior de Solidaridad trata de evitar la repetición de ese proceso. No obstante, los desequilibrios acumulados bajo el mandato de Gierek pueden hacer inviables, por el momento, algunas de las reivindicaciones sindicales, a pesar de su justicia.
La historia económica de la última década explica el estallido del pasado verano. Cuando Gierek llega al poder inicia, en 1971, un período de crecimiento acelerado basado en importantes créditos extranjeros. De 1971 a 1973,las importaciones crecen a un 19,3% anual, mientras que las exportaciones, sólo aun 10,8 %, desfase que no inquieta a los dirigentes, que esperan que la tecnología masivamente importada de Occidente daría, a medio plazo, productos competitivos para la exportación. Los éxitos relativos de este período -la renta nacional y. la producción -industrial crecen a un 10% anual- hacen olvidar Ios peligros de la mayor dependencia exterior y de la excesiva tasa de acumulación, de más del 40%.
Un crecimiento demasiado rápido
Paralelamente, y a pesar de ser incompatibles con esa inversión disparada, tienen lugar importantes aumentos salariales que quieren inducir -y anticipar- aumentos de productividad. Pero no pudiendo responder al mismo ritmo la oferta de bienes de consumo, se crean serias presiones inflacionistas, agravadas por la errónea política de congelación de los precios de consumo y atenuada sólo por importaciones que acentuaban los problemas de la balanza de pagos.
Desde1976 puede decirse que la economía polaca empieza a pagar el coste del crecimiento demasiado rápido del quinquenio anterior. El .servicio de la deuda supera ya el 40% del valor de las exportaciones a Occidente, cuyas posibilidades se habían sobreestimado, lo mismo que las de absorción de la tecnología importada (en 1980 se estimaba en 6.000 millones de dólares el valor de los equipos todavía no instalados). Se intentó aplicar una política de austeridad, necesaria a corto plazo, pero fue presentada de modo inaceptable y rechazada por los movimientos obreros de 1976. Se optó entonces por continuar la política de endeudamiento con el exterior, a pesar de que ello contribuía a agravar la situación a medio plazo.
Las causas reales de las dificultades iban siendo ocultadas, bien atribuyéndolas a factores externos -las condiciones climáticas que ocasionaron desastrosas cosechas, la crisis mundial que, sin duda, afectó negativamente a las exportaciones-, bien limitando las posibilidades de expresión de críticas, así como «comprando» a fieles mediante la distribución de productos escasos -coches, viviendas- a precios muy inferiores a los del mercado, con la consiguiente extensión de la corrupción (1).
No obstante, el continuado descenso del ritmo de crecimiento de las exportaciones forzó a limitar las importaciones, lo que, a su vez, provocó serias perturbaciones en la producción. En 1979 se llega a un punto crítico: la tasa de crecimiento de la renta nacional, por primera vez en la historia de Polonia (2), tiene signo negativo: -2,3%. La deuda exterior alcanza la cifra de 21.000 millones de dólares, y su servicio, el 92% de las exportaciones a países no socialistas (3). Este es el telón de fondo de los sucesos del verano pasado. Todo el mundo estaba de acuerdo en la necesidad de un cambio, pero nadie sabía cómo abordarlo. La solución víno de la misma fuente que en 1970: las huelgas de los obreros de los astilleros de Gdansk.
Entre los veintiún puntos de los acuerdos firmados el 31 de agosto pasado en Gdansk, entre el Gobierno y los comités de huelga de Gdansk, y luego generalizados a todas las empresas, los hay tanto de naturaleza económica como de naturaleza política, pero no cabe duda de que, a largo plazo, todos ellos tendrán importantes consecuencias económicas. El solo hecho de firmar los acuerdos hizo bajar entonces la tensión política.
Entre lo político -a lo que haremos menor referencia por ser mejor conocido-, lo más importante, con consecuencias que trascienden claramente de Polonia, es la consagración de los sindicatos libres, para los que se piden amplias competencias, el ser oídos en diversos temas y, sobre todo, poder hacer públicas sús opiniones tanto en medios propios como en los medios oficiales de comunicación de masas. Merece la pena transcribir íntegramente las cuestiones sobre las que quieren pronunciarse los sindicatos libres, por lo revelador de las diferencias específicas del sistema económico-social en el que se producen los hechos que comentamos, que debe prevenir frente a homologaciones demasiado absolutas con sucesos de nuestras latitudes (punto 1, párrafo 5): «... Intervenir en las decisiones ( ... ) que conciernen a: los principios del reparto de la renta nacional entre consu mo y acumulación, la distribución del fondo de consumo social entre los diversos objetivos (sanidad, educación, cultura), los principios de base de las remuneraciones y la orientación de la política de salarios, particularmente en lo que concierne al principio del aumento automático de los salarios según la inflación, el plan económico a largo plazo, la orientación de la política de inversiones y las modificaciones de los precios».
Denuncia privilegios económicos
En el punto 13, la reivindicación política se combina con la denuncia de los privilegios económicos basados en la concepción de lo político dominante en los países del Este, al pedir «introducir el principio de elección de cuadros basada en la cualificación, y no en la pertenencia al partido, y suprimir los privilegios de la policía, cuerpos de seguridad y aparato del Estado, igualando las asignacíones famíliares.y suprimiendo los sistemas especiales de venta, etcétera».
Pero son las reivindicaciones económicas strictu sensu las que sitúan al Gobierno polaco en una difícil situación en el plazo inmediato. El Gobierno Kanía declaró estas peticiones inaceptables en principio, dado que sus efectos serían fuertes tensiones inflacionarias, no resolubles en el marco actual de la economía polaca: los sábados libres, la jubilación a los cincuenta años para las mujeres y 55 para los hombres, las subidas de pensiones y, sobre todo, los aumentos salariales generalizados, mayores para los niveles más bajos, que los sindicatos quieren basar en la indiciación sobre el coste de la vida. Solidaridad va a crear un centro de investigación socioeconómica con estos fines de indiciación y pide al mismo tiempo una mayor contención del alza de precios.
Este puede ser el tema más conflictivo, pues no puede olvidarse que,tanto en 1976 como en 1980 (las huelgas de julio en Ursus), la chispa de la rebelión fue la subida del precio de la carne. Y, sin embargo, en cualquier caso, el Gobierno no tiene más remedio que subir los precios de los bienes de primera necesidad, dado que las distorsiones acumuladas en el sistema de precios son ya insostenibles: en 1979, la subvención a los precios de los productos alimenticios era más de 1/3 del fondo de salarios de la economía nacional. Para resolver el problema de la producción agrícola y la oferta al¡mentaria, el Gobierno debe alinear los precios de consumo con los precios de coste, con lo que todo el mundo está de acuerdo, pero nadie sabe cómo instrumentar, teniendo en cuenta, además, las repercusiones ulteriores en otros precios. La austeridad que, efectivamente, necesita hoy la economía polaca exige, en nuestra opinión, un acuerdo entre el Gobierno y los nuevos sindicatos, por el que éstos renunciarán a la aplicación de la indiciación al menos durante el período de reajuste de precios.
Otras demandas explicitadas en los documentos de Gdansk son hoy por hoy más votos piadosos que otra cosa: creación de más plazas de guarderías, reducción del tiempo de espera para obtener vivienda, permiso de maternidad de tres años, tal como existe en Hungría. Un énfasis especial se le da a la mejora de la seguridad, muy deteriorada en los últimos afíos, al extenderse las prestaciones a la agricultura privada y no aumentar proporcionadamente el gasto público correspondiente, lo que ha fomentado la extensión de una medicina privada, no legal, pero sí consentida.
Agricultura familiar
En la agricultura, por último, los nuievos sindicatos piden condiciones más favorables para la propiedad privada familiar, que constituye la base de la agricultura polaca (un 90% de la tierra cultivable y de la producción agraria), caso único en los países del Este. La política del poder se ha movido ambiguamente en ese terreno, entre el estímulo a las formas cooperativas y los incentivos a la productividad de las explotaciones familiares, a fin de satisfacer las necesidades de abastecimiento a corto plazo. La errónea política de precios ha sido también culpable de penurias periódicas.
Este es el cuadro al que tiene que responder un Gobierno sumamente aislado de sus gobernados. Su margen de maniobra es estrecho porque las exigencias de reembolso de la deuda no permiten desviar producción de la exportación para el mercado interno (como pide, por ejemplo, Solidaridad, para la carne). Una moratoria de la deuda exterior, aun parcial, le ampliaría ese margen. De todos modos, a corto plazo no es posible un aumento suficiente de¡ fondo de consumo, pues no basta para ello reducir la acumulación corriente, la que necesita una reestructuración de¡ aparato productivo.
Queda la incógnita de la reforma económica del sistema de planif"icación y gestión, que deberán discutir también los nuevos sindicatos, y cuyas líneas maestras son claras: descentralización de las decisiones y mayor participación de los trabajadores en la gestión. El precedente tampoco es alentador, pues todos los intentos anteriores han perecido por involución, y Polonia ha visto cómo sus mejores economistas, los más preclaros teóricos de la planificación descentralizada -W. Brus y J. Zielinski- han tenido que optar por el exilio.
1. Que también incide económicamente, se convierte en un antiestímulo de la productividad, al hacerse claro que no es el trabajo, sino los méritos ante el poder, lo que hace mejorar el nivel de vida.
2. Y caso único en los países del Este, con la excepción de la recesión checa de 1963.
3. Y el 85 % de los préstamos corrientes, según estimaciones del National Foreign Assessment Center, Washington, de junio de 1980.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.