Salario, precio y beneficio
«Mio padre era cosi, per lui i ricchi e i poveri erano una cosa naturale, come la pioggia e il bel tempo ... ». (De Un uomo solo Cassola.)
Compañeros: antes de abordar lo que es propiamente mi tema, permitidme alguna observación previa. Asistimos a una verdadera epidemia de conflictos laborales; por doquier se piden aumentos salariales. De este asunto trataréis estos días. Es menester que vosotros, dirigentes de la Comisión General de Trabajadores, tengáis una opinión, sólida si es posible, de esta cuestión de vital importancia para el poder obrero. Considero mi deber, a riesgo de aburriros, tratar este delicado problema.
Debo hacer, respecto al editorial del día 15 pasado, «El marco de un acuerdo», que publicaba EL PAIS, diario independiente de la mañana, otra observación previa. El editorialista, dando pruebas de un gran valor moral -notad su «no hay que tener miedo a las palabras»-, nos dice que la economía española necesita una política de rentas.
A pesar de mi estilo de mastodonte (quizá que yo también entre «como un elefante en la cacharrería»), se verá, así lo espero, que estoy de acuerdo con lo que me parece su idea esencial, pero que considero esta idea, en su expresión actual, falsa en teoría y peligrosa en la práctica. Y vengamos ya al tema que nos ha convocado.
Supuesto erróneo
La demostración del editorialista se basa esencialmente en dos supuestos:
1. La producción tiene, como el paro, una tasa natural.
2. La cuantía del salario real, medido por la cantidad de mercancías que con él se puede comprar, es una cantidad fija, una magnitud constante.
Or, su primer supuesto es evidentemente un error. La cantidad y magnitud del PNB cambia continuamente. Para convencerle, si necesidad hay, basta con hojear el documentado informe del Banco de España (aquí pasa algo parecido a lo anotado por mi buen amigo Piero (2), a propósito de los costes medios de producción). Pero si la producción es variable, un alza generalizada de salarios, cualesquiera que sean sus efectos últimos, no modificará a corto, como gustan decir los economistas, la producción. Pero si antes del aumento de salarios la producción era variable, no se ve razón alguna para que después del aumento sea constante.
Pero para «medirnos» con el editorialista, supongamos que la producción sea constante, sea una cantidad dada. Aun en este caso, lo que parece una deducción lógica: ... el crecimiento de los salarios reales... llevaría inexorablemente (sic)... al relanzamiento de la «inflación» (por tanto, a un restablecimiento del nivel dado de los salarios reales), no pasaría de ser una. afirmación gratuita.
Un número dado, el ocho, por ejemplo, puede descomponerle en 2 + 6 tanto como en 6 + 2. Es decir, que si los salarios son dos y los beneficios seis, los salarios pueden aumentar a seis, y los beneficios descender a dos. Así, la cantidad dada de producción no prueba en absoluto que la cantidad de.salarios sea una cantidad fija. ¿Cómo prueba, pues, nuestro editorialista la inexorabilidad de aquel proceso? Simplemente, afirmándola. Pero aun en el caso de que admitiésemos como cierta su afirmación, no dejaría de ser cierto también que, en el caso de que los patronos impusieran una disminución de salarios, cometerían una locura, puesto que las variaciones de los salarios están sometidas a la inexorabilidad de un hecho natural. Otrosí: la experiencia nos enseña que los precios van generalmente por encima de los salarios (y es que, a pesar de todo, los capitalistas tienden a imponer su ley; ¡qué seres tan irracionales!) y los trabajadores tienen toda la razón en rebelarse contra toda tentativa de reducción de salarios. Por tanto, obran con arreglo a derecho en su estrategia «demagógica» de petición de aumentos salariales, pues toda reacción contra una reducción de salarios es una acción en favor de su aumento. Consecuentemente, según el principio del nivel constante de salarios, los obreros deberían unirse y luchar por aumentos salariales. Ben altro que aceptar una política de rentas.
Si se niega esta conclusión hay que renunciar a la hipótesis de partida. En vez de hablar de nivel constante de salarios debería decirse que pueden variar, y si complace a la CEOE alimentamos con patatas en vez de con carne es preciso aceptar su voluntad como si de una ley económica se tratase. Así las cosas, si sucediese, como sucede, que los salarios son más altos en Alemania que en España, deberíamos explicarnos esta diferencia invocando la perfidia de los capitalistas (3), método este que simplificaría mucho no sólo las cuestiones económicas, sino cualquier otra clase de fenómenos. Pero incluso entonces podríamos preguntarnos por qué la vol untad de los capita listas es distinta en, Alemania que en España. Y ciertamente, para responder a esta cuestión, tendría mos que ir más allá de los dominios de la voluntad, Un cura podría de cirme que Dios tiene una voluntad en Alemania y otra bien distinta en España. Si, terco yo, le preguntase por qué esa diferencia de voluntad en el Señor, podría responderme que Dios se complace en tener mal distribuidas sus volunterdes. Pero supongo que nadie entre nosotros utilizaría argumentos tan carentes de razón.
La voluntad de los capitalistas consiste ciertamente en arañar lo más posible. En otro caso, ¿qué capitalista sería? ¿O que hoy ya no existan capitalistas? Por si existen, que nunca se sabe, vamos a preguntamos no por su voluntad, sino a estudiar su poder.
Producción, salario, beneficio
Aquellos que piensan en la constancia de los niveles de salarios reales, llanamente no dicen más que: si la clase obrera obliga a los patronos a pagarle mil pesetas dianas, en vez de ochocientas, el capitalista, par contre, le devolverá, en forma de mercancías (cantidades que puede conprar con su salario aumentado), el equivalente a las ochocientas iniciales; es decir, el salario real permanecerá invariado. ¿Por qué esto es así? ¿Por qué el capitalista da por mil lo mismo que antes por ochocientas? Simplemente, responderían, porque el salario real es constante. Pero ¿por qué -preguntaría yo- es constante al nivel 800 y no a 500 o 1.500? En todo caso, si el salario real está determinado por alguna ley económica, independiente, pues, tanto de la voluntad de los capitalistas como de la de los obreros, el editorialista, antes de escribir, inexorablemente debería haber expuesto y demostrado su ley. Puesto que no lo ha hecho, si en el fondo piensa que el monto de salarios depende de la voluntad de los capitalistas, ese monto es un límite arbitrario. Puede, pues, modificarse tanto por la voluntad de los capitalistas come contra su voluntad. ¿Cuál es el mecanismo que permite a los capitalistas dar bienes por valor de 800 contra billetes de 1.000? Simplemente lo hace elevando los precios de las mercancías que vende. Pero entonces, es legítimo que os preguntéis: ¿Por ventura, los precios dependen de la voluntad de los capitalistas? Si uno está dispuesto a aceptar que en última instancia dependen de la voluntad divina (4) -expectativas prefieren decir los economistas-, las variaciones observadas de los precios resultan un enigma insoluble. Pero puesto que estamos suponiendo que no hay variaciones en la productividad, ni en los bienes de equipo, ni en la maquinaria, ni en la fuerza laboral, sino que la única variación se piroduce en el salario unitario, ¿por qué mediaciones influirá esa variación en el precio de las mercancías?; nuestro objetivo es, como dice el amigo Piero, «observar el efocto que variaciones en el salario sobre el tipo de beneficio y sobre los precios de las mercancías individuales, en el supuesto de que los nétodos de producción permanezcan inaIterados (5)». La clave del movimiento de los precios relativos que sigue a una variación en el salario consiste en la desigualdad de las proporciones en que el trabajo y los medios de producción son empleados en las distintas industrias (a la desigualdad de lo que yo llamaba en vida en la primera la composición orgánica del capital) (6).
Si la proporción fuese la misma, sigo citando a Piero, es claro que no se seguiría variación aIguna de precios. Porque, en cada industria, una elevación de salarios reduciría los beneficios justamente lo necesario para que el nuevo tipo de beneficios, necesariamente inferior, fuese uniforme sin necesidad de alterar los precios existentes. Por la misma razón es imposible, contra lo que en otro tienipp pensaba, que los precios permanezcan inalterados, cuando hay una desigualdad de «proporciones».
Sobre la variación de precios, purtròppo, no podemos decir más que «partiendo», cito a Luigi Pasinetti «de un salario dado y aumentándolo, en la mayor parte de los casos, se verificará un aumento de los precios de las mercancías que necesitan para ser producidas una proporción de medios de producción respecto al trabajo directo más alta que la proporción de la mercancía utilizada como "numerario"». Y en el caso contrario se tendrá una disminución de precios... Estas proposiciones son válidas, sin embargo, en la mayor parte de los casos. Existen, pues, casos en los que estas variaciones son más complejas. Esto es el máximo que podemos decir sobre las variaciones de los precios provocadas por el aumento de los salarios.
Hay una relación importante -la relación entre salario unitario y tipo de beneficio- sobre la que el comportamiento de los precios ejerce una influencia muy complicada (7). Cuando la estructura de precios varía, con el aumento del salario unitario, la relación entre éste y el tipo de beneficio (8), recibe dos tipos de influencias: la variación de la distribución de la renta entre salarios y beneficios y la variación de la estructura de precios que aquélla provoca. Pero, en cualquier caso, es posible demostrar que en una economía en la que cada industria produce una sola mercancía (9), el salario unitario, expresado en términos de cualquier mercancía -o de un grupo de mercancías o de lo que el INE llama la cesta de la compra-, es siempre una función decreciente del tipo.de beneficio.
En suma: que, como yo decía en «Salario, precio y beneficio» (20 y 27 de junio de 1865), un alza generál de salarios unitarios producirá finalmente una baja general del tipo de beneficio.
Para poner a prueba vuestra imaginación, los economistas profesionales se han esforzado en asustaros con la inevitable catástrofe que se seguiría de un alza brusca de salarios, «estrategia demagogicamente propuesta por algunos sectores sindicales» (EL PAIS, 15-1-1981, «Opinión»). Quizá resuenen todavía en vuestros oídos los alaridos desgarrados de quienes predecían poco menos que el fin de nuestra civilización cuando los preciosde los crudos se dispararon; o los lamentos de los economistas franceses cuando, en mayo de 1968, se fírmaron los acuerdos de Grenelle. Y bien, seguimos vivos y algunos más vivos que antes. Y recordar con Cassola que una «ciencia tan poco científica, como la economía..., impregna todos los discursos de los presuntuosos», Y que «un ingrediente del fascismo es la mentalidad economicista que distrae a la gente de los problemas políticos, haciéndoles creer que sólo las cuestiones económicas son importantes» (Ultima Frontiera, páginas 79 y 80).
En su forma más simple, los argumentos de nuestro amigo se reducen a un único dogma: los precios de las mercancías se determinan por los salarios. Como sabemos, el dogma es falso. Si se comparasen, artículo por artículo, en un mismo país y entre sí mercancías producidas en distintos países, podríamos ver que, con las excepciones que se quiera, en medi,a el trabajo mejor pagado produce las mercancías más baratas, y que el trabajo peor pagado produce las mercancías más caras: ¿por qué, si no, nuestros patronos temen la competencia exterior, el Mercado Común, a pesar de las ventajas de pagar salarios reales más bajos?
Pero como los salarios son, en la economía de libre mercado -recuerden su Constitución-, precios como cualesquiera otros, tenemos finalmente el bel circolo: los precios se determinan por los precios, y esta tautología significa de hecho que no sabemos nada de los precios, y entonces me preguntaréis: ¿Qué hacer? En verdad que no lo sé. Yo entendería que se me abandonase para construir el socialismo (10). Ciertamente, bien poco de lo que escribí sirve de mucho; pero abandonarme para consolidar esta democracia no lo entenderé nunca. Buenas noches.
1. En torno al título de este trabajo, el autor del mismo apunta que son notas recogidas por él mismo «de la conferencia que Marx, resucitado pronunció ayer en el congreso de la CGT». Marx fue enterrado por tercera vez hace ya dos años por el profesor Tortella, de Pensilvania. Que Marx tenía que resucitar, la tercera, era evidente, dado el poco fundamento del asesinato de Tortella (un buen amigo de don Carlos que le veló aquella noche escribió una nota necrológica,en la que ponía de manifiesto la insustancialidad del profesor de Pensilvania. La nota fue rechazada con satisfacción por dos diarios del país.
2. La dificultad de medir la productividad me aconseja tratar la cuestión como si la productividad fuese nula. Respecto a mi argumentación, no es un supuesto que invalide, creo yo, la generalización de los resultados a que llegué. Marx se refiere, sin duda, a Piero Sraffa, economista italiano, cuyo talante iconoclasta es bien conocido por los economistas.
3. Respecto a nuestra discusión, es impertinente echar mano de «la crisis, la escasez y el encarecimiento de los crudos».
4. En la medida en que desde casi siempre los capitalistas han representado la voluntad divina.
5. P. Sraffa, Production of commodities by means of commodities, versión castellana de Ediciones Oikos-Tau.
6. Considero innecesario seguir hablando de c.o.c., siquiera sea para no caer ba« las iras de mi curiosa amiga la señoravóbinson.
7. Quizá por eso no pude resolver correctamente el problema de la transformación.
8. Como justamente ha señalado un buen lector de mis obras, P. Ciaregnani, con mi investigación soble la determinación del tipo de beneficio, trataba de esclarecer la «conexión íntima de las relaciones económicas burguesas»; es decir, «la relación inversa entre tipo de beneficio y tipo de salario», que pone de manifiesto «cómo los intereses del capital y de los trabajadores son diametralmente opuestos». frente «a la conexión aparente» que se tiene cuando los precios se determinan, en última instancia, como suma de salarios, beneficios y rentas...., determinados en modo independiente», por las fuerzas que los economistas llaman de la oferta y la demanda.
9. La producción conjunta complica mucho más las cosas.
10. Para esto la observación del economista Hahn. bien que dicha en otro contexto es me parece, bien pertinente: los teóricos del equilibrio general están más cerca de Marx que muchos marxistas.
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