PóIvora de rey
El cobrador de impuestos no se rinde. Por si alguien le saca a colación aquella vieja creencia de que todos los políticos mienten, incluso cuando buscan un bien supremo para las sociedades que gobiernan, afirma que nada tienen que ver con él tales monsergas, pues no es otra cosa que un técnico al servicio de la colectividad. Y, en cuanto técnico, va más allá de sus obligaciones: prepara unas informaciones que divulgará la televisión, a fin de que los ciudadanos echen mano a su cartera sin miedo al infarto. He aquí cuán linda y honestamente nos gastamos su dinero. Ningún detergente lava tan blanco como la sonrisa del cobrador de impuestos. Y además tiene el espíritu tranquilo.Ni la libertad de Prensa puede mancillarlo. El contribuyente puede pensar como quiera y cuanto quiera. Jamás su pensamiento derrumbará los hechos, y los hechos son como el señor cobrador dice. Prepara las facturas, conecta la calculadora, deja preparados sobre el sofá los recibos y comienza a hacer cuentas.
El Estado vale tanto, y ésta es su parte. El contribuyente, que esta mañana ha arañado en sus cuentas corrientes, en sus créditos, en el bolso de su mujer y en las alcancías de sus hijos, empieza a entregar los billetes violetas, a medida que el otro le convence de que eso es lo justo y lo pertinente.
Hay que pagar cerca de dos millones de pesetas para que unos cuantos atletas aprendan atletismo y dejen muy alto el pabellón nacional en las Olimpiadas o donde sea. Es muy justo el pago, y menos mal que no hay que pagar a aprendices de poetas o de físicos para que nos ganen los próximos premios Nobel. También la televisión debe dar cinco millones semanales a los equipos de fútbol para que puedan fichar a extranjeros. Le resultaría más caro si tuviera que pagar otro tanto para producir películas en el país y dar trabajo a los técnicos, los imagineros y actores de la tierra.
Luego está la cosa de la burocracia. Si un alto cargo de ente público cobra siete millones al año, ¿cuánto cobrará de verdad su ministro? El cobrador ignora el detalle, pero sabe que también a él hay que pagarle, y al que fue ministro, y al que será ministro, y luego el medio millón de Tarradellas y las 200.000 de quienes le asesoraron, jubilados a los dos años escasos de actividad. Y dé usted gracias de que se obligue a los maestros a jubilarse a los setenta años, con un sueldo mísero y todos los achaques del mundo sobre las espaldas. Autorizar una jubilación a los 65 sería un despilfarro imperdonable que le tocaría pagar a usted.
En fin, como la burocracia se multiplica por cien cada día, hay que pagar impuesto extra. Ma-
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drid nombra una especie de ministro en el País Vasco y esa especie tiene una oficina de Prensa en Madrid (aparte de la que tiene en casa). Consuélese, porque podía tener una en cada autonomía. Y si las autonomías están llenas de ministros, chóferes, parlamentarios, delegados, secretarios, asesores y demás, también podría haber una autonomía en cada municipio, y hay que ver lo que le costaría eso. En fin, añadamos la cosa de los mystères, los viajes a América de Suárez, su esposa y sus séquitos, lo que cuesta cada voto en cada elección y las incontables reuniones en restaurantes de lujo que tan bien describía Alfonso Osorio en su libro de breves memorias.
A esto debemos añadir el capítulo «Jíerrero y Rodríguez de Miñón»', es decir, los altos funcionarios que tienen que cobrar altos sueldos para sobrevivir. Y dé loas a los dioses, que si hicieran lo mismo con todos los parados -darles tantos empleos, quiero decir, le dejaría a usted sin cal zoncillos.
Luego está lo de los conciertos, que no se ha explicado muy bien.
El cobrador de impuestos pide 2.000 pesetas al año, que es lo que viene a costar el nuevo y general impuesto revolucionario conseguido por ETA con ayuda del PNV. ¿Al revés, dice usted? Yo no entiendo de política. Todos los españoles, ricos y pobres, pagarán esa cantidad anual a los vascos, que son generalmente ricos, para que levanten su economía y haya paz. De acuerdo con eso. Y luego, lo del superpuerto, lo del nuevo aeropuerto, lo de la siderurgia... ¿Cuánto hace todo? Aquí tiene su recibo por estos conceptos, dice el cobrador, y no se hable más del asunto.
Nos queda el capítulo de las subvenciones. Entre Hunosa, Enasa, Renfe, Iberia, los armadores de pesca, los colegios privados, las monjas de clausura, los periódicos estatales, el parque de Obras Públicas y otros sin apartado específico, viene a salirle a usted por 50.000 al año. Pero fijese que todavía no se subvenciona a los fabricantes de botijos y, mucho menos, desde luego, a los que dan el callo en el campo. Cuando llegue el momento, le traeré la factura. Un país que no marche a base de subvenciones, que haga viajar a sus ministros en línea regular y pagarse sus comidas, que no posea una burocracia amplia, fuerte, numerosa y un alto funcionariado con plariempleos bien pagados; un país que no pueda permitir a las secretarias de su televisión que acudan a su trabajo en coches oficiales, no puede ser un país respetado en el mundo. ¿A usted le gustaría eso?
Es que andan ustedes tirando con pólvora de rey, oiga, dice el contribuyente. 0 sea, que sueltan el dinero como si fuera de ustedes, oiga, pero que me lo está usted sacando de la cartera, oiga.
Y el cobrador de impuestos dice que a ver, si no, quién va a pagar todo eso, y que si querías democracia, ahí tienes democracia. Lo que pasa es que usted es un facha, oiga, y sin señalar; que a mí me gusta la democracia más que un pirulí de menta, pero no que me estafen de esta manera y que acaben con ella por estos procedimientos, oiga. ¿Por qué no dice usted a sus jefes que a ver si ahorran un poco, que no está el horno para bollos y que nos van a hundir en la miseria con el salvador Calvo Sotelo y todo?
Pero el cobrador es un técnico y no entiende de política, ya lo dijo antes. Sonríe con sus 32 dientes empastados en oro, guarda los billetes violetas, firma el recibe, vase y no hubo nada.
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