El juicio de Pekín ha sacado a la luz las luchas internas en el PC chino
Ante el pueblo chino y los observadores extranjeros han desfilado purgas, conspiraciones, torturas, secuestros, asaltos, muertes y todo un arsenal de truculencias, producto de los enfrentamientos registrados entre grandes. facciones del partido. Unos montaron la nueva Inquisición: abajo los tibios, los que no sean abrasadoramente rojos, los que no crean a ciegas en el glorioso pensamiento de Mao; y los otros les responden con un nuevo tribunal de Nuremberg, responsabilizando a los acusados de 34.000 muertes e incontables sevicias, y comparándoles con los nazis. Nada de esto ha favorecido el desarrollo, de China, país que parece encontrarse hoy muy lejos de las metas propuestas tras la derrota de los nacionalistas del Guomindang.Los ecos de la revolución cultural llegaron a Occidente en una confusa mezcla de explosión de libertades, rechazo de la burocratización y cadáveres arrastrados por los ríos hasta las costas de Hong Kong. Hoy, sabemos que fue el propio Mao quien lanzó este movimiento, colocando a su secreta rio, Chen Boda, y a su mujer, Jiang Qin, como dirigentes máximos del mismo; oleadas de estudiantes revolucionarios recorrieron el país y, en un plazo de meses, decenas de millares de personas fueron inculpadas por revisionistas o contrarrevolucionarias, respondiendo al enérgico llamamiento a «barrer con todos los monstruos» lanzado por la Prensa el 1 de junio de 1966. Para el autor de dicho llamamiento, Chen Boda, los monstruos eran los dirigentes «seguidores del camino capitalista», los intelectuales y los científicos, «burgueses». Y en efecto, la gran ofensiva se abatió sobre vastas regiones del país, conducida principalmente por el movimiento estudiantil y propaganda a través de altavoces y dazibaos.
En un principio, Liu Saoqi y Deng Xiaoping, entonces presidente de la República y secretario general del partido, respectivamente, trataron por todos los medios de controlar el movimiento y aun de reprimirlo. Pero el aparato del partido se vio crecientemente desbordado, y el propio Liu tuvo que reconocer: «Este es el comienzo de la gran división del país».
El baño en el Changjiang
El 16 de julio de 1966, Mao llevó a cabo su famosa travesía a nado del río ChangJiang, hecha para demostrar a todos su excelente forma fisica. El día 19, Mao regresó a Pekín y convocó un pleno del Comité Central, ampliado con representantes del «movimiento revolucionario ».
Previamente se había asegurado de que Lin Biao, entonces ministro de Defensa, disponía de tropas de confianza en los alrededores de la capital.
La reunión comenzó el 1 de agosto, y cinco días más tarde, en plena sesión, Mao lanzó a la calle su vibrante dazibao titulado Cañonear los Estados mayores. El día 10 hubo ya manifestaciones en las calles, y, poco después, el pleno terminó con el histórico acuerdo de que las masas tenían derecho a «denunciar y derribar» a lag autoridades del partido, llamando a los jovenes a convertirse en la vanguardia del movimiento. Liu Saoqi fue rebajado del segundo al octavo puesto en la jerarquía, mientras que Lin Biao es ascendido al número dos.
Entre septiembre y noviembre, oleadas de guardias rojos viajaron por todo el país después de sucesivas concentraciones ante el presidente Mao, quien se mantuvo siempre en silencio, dejando que Lin Biao o el primer ministro Zhou en La¡ pronunciaran los discursos principales.
Bajo la consigna de que «hay derecho a rebelarse», el movimiento de estudiantes-guardias rojos adquirió un enorme desarrollo pero la mecha prendió también en algunas zonas obreras. La llama comenzó por la populosa ciudad de Sanghai, donde grupos de trabajadores exigieron las mismas facilidades otorgadas a lDs estudiantes para realizar debates y viajar por el país; estas cuestiones, unidas a re¡vindicaciones materiales inmediatas, desataron las huelgas del invierno de 1967, con su secuela de enfrentamientos entre sectores ri vales del movimiento obrero,junto a la presencia de un millón y medio de guardias rojos.
Poco después, el grupo oficial para la revolución cultural extendió sus actividades al Ejército, con el fin de depurar a los «seguidore del camino capitalista» en las fuer zas armadas. De esta manera, en enero de 1967 el movimiento revo lucionario afectaba de lleno a la enseñanza -prácticamente suspendida en los niveles superiores-, la producción industrial y la milicia.
El ataque a Liu Saoqi
En la capital, los dazibaos criticaban ya abiertamente a Liu Saoqi, presidente de la República, y Zhu De, ex mariscal del Ejército y en tonces presidente de la Asamblea Popular (órgano legislativo del Estado). El 25 de diciembre se produjo una manifestación contra Liu al que se empezaba a denominar «el Jruschov chino», en la que igualmente fue atacado Deng Xiaoping, entonces, secretario ge neral del partido. Dos días después fueron,detenidos el segundo hijo del jefe del Estaao y la esposa de éste, Wang Guangmei, quien fue liberada pronto por intervención del primer ministro.
Ante la magnitud del movimiento, Liu visitó a Mao y le ofre ció la rendición, a cambio de que cesara la persecución contra su familia. En concreto, presentó su dimisión como presidente de la República, de la comisión militar del partido y de la comisión de redacción de las obras escogidas de Mao, y propuso retirarse a Yenan para pasar el resto de sus días como agricultor. No se sabe muy bien cuál fue la posición de Mao, pero en los días sucesivos. los guardias rojos entraron repetidamente en casa de Liu y en su despacho, le cortaron el teléfono y se produjeron las primeras violencias físicas contra él.
El 1 de abril de 1967 se publicó en la Prensa un artículo de Qi Benyu, líder dé los guardias rojos, acusando a Liu de oponerse al presidente Mao e incluso de combar tirle, y de haber facilitado la excarcelación de «61 traidores» durante la etapa de la invasión japonesa, por autorizarles a renegar del comunismo para obtener la libertad. Pero dejemos aquí la palabra a los hijos de Liu. «El día 10 de abril, en la Universidad de Qinghua, se celebró un mitin de crítica y lucha de 300.000 personas. Bajo la manipulación de Jiang Qin y Chen Boda, un grupo obligó a nuestra madre, con puntapiés y puñetazos, a ponerse un vestido extraño y pelotas de pimpón como collar. En el mitin, nuestra madre dijo claramente que nunca había combatido al presidente Mao y que nunca lo haría».
Poco después, Liu fue obligado a redactar una autocrítica, que, debido a su debilidad física, fue escrita por su mujer, y a la que él agregó esta frase: «Fueron el presidente Mao y el Comité Central los que me encargaron presidir el trabajo del Comité Central», con lo cual intentaba responder a la acusación de usurpar funciones en el partido. «Por estas palabras», cuentan los hijos de Liu, «centenares de altavoces gritaron día y noche hacia Zhongnanhai» (residencia de los altos dignatarios chinos). Ante esta situación, Zhou Enlai «acudió personalmente a la puerta norte de Zhongrianhai a convencer a las masas. Jiang Qin y Chen Boda, en contra del primer ministro, continuaron las instigaciones en la puerta principal y en la puerta oeste. Cuando el primer ministro se trasladó a la puerta oeste, Jiang Qin y sus secuaces corrieron al Norte. Entonces, el primer ministro Zhou anunció su decisión de permanecer constantemente en Zhongnanhai, y dijo a las masas que no podrían entrar allí, salvo pasando por encima de su cuerpo».
Los días 18 de julio y 5 de agosto hubo nuevas reuniones públicas de crítica y lucha contra Liu. Ante una enorme masa de personas -narran sus hijos-, «unos hombres tomaban frenéticamente los brazos de nuestros padres, les tiraban del pelo, les daban puntapiés y puñetazos, mientras les obligaban a hacer la figura del avión a chorro, y en tanto sacaban fotos. Cuando gritaron la consigna de que era necesano derribar a más de diez cuadros veteranos, nuestro padre cerró la boca. Ellos le preguntaron por qué no había gritado las consignas junto con los demás, a lo cual él contestó: "Yo asumo toda la responsabilidad; si hay que derribar a alguien, que sea a mí sólo". Luego fueron obligados a inclinarse ante una caricatura que se burlaba de nuestro padre. Nuestros padres se estrecharon firmemente las manos, pero les separaron a puntapiés y puñetazos. Esta fue su despedida definitiva».
Durante los meses de septiembre y octubre de 1967 fueron arrestadas decenas de personas relacionadas con Liu; al parecer, muchos de ellos fueron torturados para arrancarles las declaraciones que los investigadores necesitaban. Pasó aún un año en que no se sabe prácticamente nada de la evolución del caso -los hijos de Liu afirman haber sido dispersados por el país-, hasta que el Comité Central del partido, reunido en noviembre de 1968, ratificó un informe realizado por el grupo para la revolución cultural sobre «los crímenes del rebelde, traidor y vendido Liu Saoqi», que fue expulsado del partido y destituido de su cargo como jefe del Estado y demás funciones públicas.
Liu no fue ejecutado: simplemente, se hizo todo lo posible para acelerar el proceso de sus enfermedades, si hemos de creer los testimonios dados a conocer ahora, que hablan de administración de medicamentos que agudizaban sus dolencias y otros detalles morbosos. El 17 de octubre de 1969 fue trasladado a una cárcel especial de la ciudad de Kaifeng bajo vigilancia militar, y allí murió en la madrugada del 13 de noviembre.
Los hijos de Liu describen así la incineración de su padre (que, evidentemente, conocen por fuentes indirectas, ya que ellos no la presenciaron): «Más de veinte militares rodeaban el pequeño crematorio. Los miembros del grupo de investigación llenaron el formulario: nombre, Liu Weihuan; oficio, desocupado; causa de la muerte, enfermedad. Una persona del grupo de investigación, que fingía ser hijo del muerto, firmó el texto. Después de ser incinerado, el grupo de investigación admitió una disciplina total: si alguien revelaba la noticia sería expulsado del partido y empezaría el corte de cabezas. Luego marcharon a festejar el cumplimiento de su tarea».
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.