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Tribuna
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El final de los históricos

No, no fue fácil la inclusión de Izquierda Democrática, o mejor, de una significativa cantidad de sus miembros en UCD. La «rectilínea sombra de don Joaquín » -Federico Abascal dixit- esparramó generosamente sus no muy abundantes seguidores en un amplio espectro, tantas veces evocado: desde la LCR hasta aquí, UCD. No fuimos «históricos del Centro» por complejas interpretaciones estatutarias. Con algunos de esos históricos 'habíamos compartido un largo camino, que conoció su bifurcación sobre temas de cooperación interpartidista y ordenación regional del Estado -la «platajunta » y el federalismo- Concurrimos a las elecciones de 1977 como lo que éramos, y las perdimos. Creímos, y creemos, que lo mejor de la oferta centrista estaba, y sigue estando, en su capacidad de llamada a la reforma y a la modernización. Nos asustó, y sigue preocupando, la diaria constatación del dictum: politics make strange bedfellows. Decidimos, en su momento, y seguimos decididos, a convertir los impulsos testimoniales en esfuerzos de posibilidad. No basta el cinismo de conformamos con el voto que se realiza con las narices tapadas. Tampoco es la ilusa creencia de que nuestro espacio político natural -con gran diferencia el más ancho de todo el país- pueda indefinidamente resistir las tentaciones de forzar la experiencia reformista en cálculos apresurados de tiempo y profundidad. Ni las contrapuestas de seguir el sendero pragmático del sobrino del Gatopardo: «Es preciso que todo cambie para que todo siga igual».No, no fue fácil la inclusión de ID -o mejor, de una significativa cantidad de sus miembros- en UCD. Igualmente difícil la constatación diaria de un trabajo político que, en la mayor parte de aquella minoría de nosotros, se ha producido en y para el partido (digo, en el «aparato», aunque la expresión tenga forzosamente 'ribetes sarcásticos: para los que conocemos y sufrimos la endeblez de la «cosa» -«maquinaria» o «aparato», ¿cómo se puede poner en ella tantos arcanos designios y realizaciones maliciosas?). Procedemos de una comunidad política que desarrolló un profundo sentido de pertenencia y participación partidista. Hemos puesto -acaban de cumplirse los tres años- lo mejor de nosotros en transmitir esa experiencia al colectivo UCD. Porque no tenemos ni queremos otro. Nos sentimos tranquilamente satisfechos de nuestro pasado, no tenemos nada que de él deba ser ocultado, nunca nos ha embarazado la pregunta de: «Y usted, ¿dónde estaba el 11 de febrero de 1968 ... ?».

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Hemos renunciado sin traumas ni falsos pudores ala etiqueta -que no a la filosofía básica- demócrata cristiana. Como en su momento habíamos rechazado las notaciones confesionales que el vocablo pudiera tener. No hemos pretendido, ni al interior ni al exierior, reclamar el monopolio de una marca que en cualquier caso pertenecería a todo el colectivo. Ni convertir subrepticiamente a UCD en un trasunto de la opción que en 1977 el electorado español tan clamorosamente dio de lado.

Hemos pretendido, y seguimos pretendiendo, movernos en un partido -que no una coalición- lo suficientemente ambiguo para representar sin traumas los ideales e intereses encarnados en la anchura de nuestro electorado sin, por ello, abdicar de una línea ideológica básica -en reforma, en progreso" en moderación, en Occidente-. Hemos estado y seguimos estando dispuestos a conjuntar nuestros esfuerzos con todos los que dicen haber asumido -por conocidas de antiguo o recientemente aprendidas- las esencias del proceso democrático. Ciertamente no somos de los que preguntan a los demás su procedencia, hemos decidido concentrar nuestros esfuerzos en los juicios de resultado.

Nos acercamos al segundo congreso nacional del partido -nuestra entrada en UCD coincidió con los preparativos del primero- con la conciencia de la dificil normalidad. La de una gestión de gobierno notable en perspectivas. y realizaciones -y también la normalidad de un desgaste, la de errores de planificación y realización, la de ambigüedades, desmesuras o cortedades- y también la normalidad de esos perfiles en la peculiar circunstancia histórica que España vive. La de insuficiencias personales y colectivas, herencias inconscientes o conscientes de tiempos pasados, cortedades y mezquindades-, y, por supuesto, la normalidad comparativa de esos datos. La normalidad incluso de una lucha porel poder, no menos 5erta porque evite decir su nombre.

Afinidad personal y política

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También, y casi sobre todo, con la conciencia de un cierto desgarramiento personal -seguramente pasajero- por la constatación de divergencias instrumentales con algunos de aquellos -pocos- que fueron y siguen siendo amigos, confidentes, cómplices. Al fin y al cabo, una buena mitad le los cuadros de UCD -liberales, demócrata-cristianos, socialdernócratashemos compartido mundos de afinidad personal y polítca mucho antes de 1975. Para bien, de todos, la democracia no es patrimonio de ninguno mayoritarios o proporcionales- Tampoco la lucha por el poder, la capacidad de gobierno ni la clave del éxito para el futuro.

Insensiblemente, aunque de manera contabilizada, UCD ha sabido ganar cotas de mayor corresponsabilidad participativa. Y pase lo qúe pase en el Congreso, UCD y su estructura no será igual que antes: será, indudablemente, mejor.

Entre tanto, esta reflexión precongresual, que a tantos nos embarga y consume -seguimos teniendo con nosotros a la mayoría cuantificada y cualificada del pueblo español-, debe tener muy presente, y sean cuales fueren los objetivos finales perseguidos, los parámetros concretos en que este país llamado España se mueve: nuestras necesidades comunitarias, nuestro espectro partidista. UCD, partido notoriamente más joven que sus oponentes de izquierdas -la centuria honesta del PSOE, la cincuentena estalo-leninista euro-catalo-comunista del PCE-, se ve gratuita y amablemente concedido su derecho a la crisis (cf. recientes declaraciones a la Prensa de Felipe González). Pero UCD, partido joven en el poder, no puede ni renunciar a sus democráticos procesos de contestación interna ni olvidar que tras su estructura se encuentran las esperanzas -los votos- de una fracción mayoritaria delpueblo español. Lo que otros se pueden permitir en una 281 convocatoria -llantos y crujir de dientes incluidos- hay algunos que no deberían permitírselo en la segunda.

Cuando Izquierda Democrática englobaba desde Joaquín Ruiz-Giménez hasta Oscar Alzaga, pasando por Iñigo Cavero y Femando Alvarez de Miranda, incluyendo a Jaime Cortezo,, Antonio Vázquez, Eugenio Nasarre, Manuel Villar Arregui, José Ignacio Wert, Rosa Posada, Juan Antonio Gómez Angulo, Juan Antonio Ortega y Díaz Ambrona... y Carlos Bru (cuyo tic oposicionistá le llegó a impedir unirse a UCD: espero fervorosamente la llegada del PSOE al poder para volver a recogerle en nuestros brazos), un día contemplamos la dolorosa separación de amigos del alma. Hoy, cuando sólo nos falta Joaquín para recuperar el sentido pleno de la participación, y cuando ya algunos sabemos que en Palma de Mallorca no todos haremos exactamente lo mismo -aunque los análisis no sean demasiado divergentes-, sabemos poco, pero queremos con firmeza y precisión que las escisiones no se. reproduzcan como de hecho no se reproducirán-, que los planteamientos de un maniqueísmo primero cedan el paso a la consideración matizada de necesidades y exigencias objetivas, que las tentaciones de vueltas a coaliciones y consiguientes repartos proporcionales de las cuotas de poder reconozcan las ventajas ciertas de un partido progresivamente unificado y «ahistórico», que, en fin, discutamos no sólo los méritos comparativos del liderazgo, sino también su composición ideológica.

«A la sombra de don Joaquín» -compartida por las mustias muchachas en flor que los sesenta, a pesar suyo y nuestro, nos depararon-, todos, liberales y social demócratas incluidos, nos imaginamos una cierta evolución para España. La mayor parte de nuestros presupuestos instrumentales básicos resultaron distintos. Su protagonismo, ciertamente diferente. Sus resultados, ni desdeñables ni fácilmente archivables. El II Congreso Nacional de UCD, el de la dificil normalidad, es también el de la difícil constatación: el usufructo no siempre adecuado del poder ha de saber encontrar en el colectivo UCD la medida precisa del equilibrio entre el liderazgo y su ausencia, la legitimidad democrática y el aventurismo, la estructura del partido y la respuesta a su electorado, la historia como anécdota y España en libertad y democracia como proyección. Todo lo demás, decía Hamlet, es silencio.

Javier Rupérez es miembro del comité ejecutivo nacional y secretario de relaciones internacionales de UCD.

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