¿Hacia dónde vamos?
Las posiciones políticas actuales parecen apuntalar por doquier a un conservadurismo que apenas hace tres años fue diana de todas las críticas y censuras. A una derecha, en definitiva, que vuelve por sus fueros tras el aparente y forzado fracaso de alternativas sustitutorias de cariz socialmente más avanzadas. El asentamiento de estas últimas no ha llegado a consolidarse, en cierto modo por sus torpezas y por la inopia e inexperiencia de sus propios y más significativos valedores, más capacitados para la actitud mitinesca y el levantamiento momentáneo de masas que para abordar las resoluciones que una sociedad en cambio le demanda. Tras la lógica decantación y descalificación, apenas han comenzado a surgir los necesarios «prácticos», capaces de resoluciones positivas desde cualquier alternativa, cuando el tiempo les vuelve la espalda y les imposibilita su acción. Ya se sabe que generalmente las masas saben entusiasmarse, pero no saben esperar, y los créditos que conceden son siempre a corto plazo. Hablar de la derechización de España no es ninguna utopía, como tampoco lo fue en 1977 hablar de la contraderecha.Tras la primera confrontación electoral, donde España abogó decididamente por el rompimiento con las fórmulas inmediatas y anteriores, con un júbilo tan festivo como irresponsable, aprendimos todos nuestros derechos obviando nuestras obligaciones se enseñó a los obreros que sus enemigos naturales eran los patronos... Apenas medio centenar de meses han sido suficientes para que España empiece a mirar hacia atrás con más anhelo que ira. ¿Han fracasado las otras alternativas? Todo proceso de transición exige paciencia y un tiempo que aquí no hemos tenido. Y a esto hay que sumarle lo fácil que es olvidar las penurias del pasado, aunque sea un pasado que está a la vuelta de la esquina. La derecha, cuya capacidad de repliegue, estrategia y adaptación no vamos a descubrir ahora, supo agazaparse y esperar su momento desde otras alternativas, que en la ruleta ideológica de aquellos momentos eran consideradas como «el mal menor». Ha ido ganando terreno con cada error ajeno, aunque, para ser justos, es necesario reconocerle que en el juego de la política han sabido como nadie colocar sus minas antitanques, propagar sus aciertos y amplificar con maestría los errores de los demás.
La izquierda socialista ha sido muy ingenua y no se ha mostrado a la altura de una alternativa real de poder, aceptando complacida las querencias y empujones de la izquierda comunista. UCD, como coalición inicial de intereses, no ha llegado a fraguar una ideología definitoria, y sus múltiples familias la están dinamitando desde dentro, buscando más el asentamiento de sus tendencias particulares que el de UCD como partido. Y además con la amenaza permanente y solapada de una derechización que a todas luces traicionará a un electorado que votó a UCD por ser centro. Las alternativas más inmediatas Partido Comunista y Coalición Democrática, han permanecido o han avanzado por el desgaste de los dos anteriores. El Partido Comunista, con toda su carga de intenciones ocultas, permanece atento al deterioro galopante de los socialistas, y Coalición Democrática se restriega las manos ante lo que llaman «ingobernabilidad de la opción de centro». Es tarde, ciertamente, pero no es imposible aún un planteamiento realista por parte de las dos opciones más moderadas, capaces de dar respuesta a las necesidades que nuestra sociedad de manda. El destrozo mutuo sólo beneficia y engorda a sus adversarios naturales. Y España, dentro del pluralismo que toda democracia exige, merece la coincidencia feliz de aquellas alternativas que puedan ir más en consonancia con su propio tiempo y exigencias. Dejemos los «montescos» y «capuletos» para la inmortal obra de Shakespeare./
Consejero de Cultura de la Junta Regional de Extremadura.
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