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Una mirada al fútbol desde Daniel Solsona

Viendo el juego que se hace en los campos españoles, me pregunto qué mérito puede tener llegar a ser el campeón de una Liga tan miserable. Sea el que sea, no mejorará ni empeorará al mediocre equipo que la ganó el año pasado (por más que un jurado europeo, ciego sin rendija, lo haya nominado como el mejor del continente); y, sin embargo, por estos arrabales de Europa sí hubo ese año lo que en éste no logramos vislumbrar: un equipo, también Real, con personalidad definida. Quizá por ello, hoy el espectáculo se moviliza a las casetas o a los palcos de la vanagloria, en donde estamos asistiendo a la identificación del baile de San Vito con la racial y explosiva jota aragonesa; y si subrayo este ejemplo es por su nula necesidad, pues en tal equipo sí hay un espectáculo que se basta a sí mismo: el que corre la banda por los espacios de la extrema izquierda.Y es que el único fútbol válido sigue por fortuna todavía en el césped. Y si del líder pasamos a su perseguidor, el nombre es Solsona, unjugador que no necesita saltar ni correr para pasearse como nadie por los predios centrales. El valencianista ha hecho realidad futbolística el imposible lema del mayo francés: la imaginación, al poder. Naturalmente, para quienes deseen que el poder no esté encarnado en momias o funcionarios, sino que se encarne en él lo que es la sal de la vida. Y tanto de ésta tiene el menudo jugador, que no sólo es el más andaluz de los catalanes (situación menos imposible metafísicamente de lo que cabe suponer: no hagamos trampa con la Amaya y recordemos a Albéniz), sino que hoy día no hay ningún jugador andaluz que lo parezca tanto. Pues su juego no se caracteriza por la elegancia, sino por la gracia, y aún más por el duende.

Al contrario de lo que ocurre con otros jugadores, nada puede satisfacer más al espectador que verle en el asedio pegajoso y conjunto de tres o cuatro antagonistas, pues hay la certeza de que el balón no le será arrebatado, mas nunca podremos sospechar, hasta que él nos la muestre, cuál será la resolución de la jugada. No acabamos nunca de conocer los trucos de Solsona, y esto es, así porque quizá no lo sean. Es muy posible que sólo se trate de inspiración, esa abstracción con la que siempre se ha tenido engaña dos a los poetas; o más sencilla mente, que este jugador es un ha cedor de sorpresas: irreprimible, por lo visto, ya que sus numerosos entrenadores no han conseguido guiarlo por el recto camino del adocenamiento. Yo llevo tiempo aguardando el número glorioso; aquel en que el balón, olvidado de parábolas y túneles, recortes y fintas, se invisibilice al penetrar por el ojo ventral del defensor y caiga lentamente por el quevediano ojo que no quiero nombrar. Oiremos entonces, viendo el estupor del defensa burlado y terrible, la gran carcajada en el estadio, la sana carcajada que tanta falta le hace a este deporte sin humor y de tan malos humores. Porque aquí sólo se ríe si salta un gato o un conejo al campo, o si la Señora Tártara (lo digo por ese color que se gastan, y porque, como ella, son inapelables) recibe un pelotazo. Por lo pronto, viendo jugar a Solsona, el buen aficionado tiene asegurada la sonrisa, y con ella un certificado de sensibilidad bien educada. Si, además, éste es jugador que sabe hacer un cambio de juego a treinta metros de distancia, e igual te mete un gol que es sólo engaño o picardía o llega de un trallazo desde fuera del área, ya a balón parado o a la media vuelta, díganme en qué está pensando el seleccionador, a quien, además, por conocerle bien de Sarriá, le quedan pocas excusas.

Y es que hay jugadores que no sólo ponen en evidencia a sus contrarios. Cuando, en el partido con el Madrid, dejó burlado a Stielike en las cuatro primeras jugadas consecutivas del partido, éste respondió con la violencia, y Boskov encontró una justificación que era un delirio: a un alemán no se le podía hacer eso, porque no sopor taba ser humillado. De lo que se deducía que a un español le cantaban otros gallos, y que ese gallo podía muy bien ser una gallina. ¿Había recibido el yugoslavo clases de formación patriótica en Alemania.? Al principio, Marcel Do minge sólo le sacaba en las segun das partes, y Solsona le respondía con la más fina de las ironías: le salvaba el partido y el puesto. La conducta de Marcel era coherente con sus preferencias futbolísticas, pues llegó al Valencia cargado de airadísimas declaraciones de Cabral y de Palmer. Así anda el fútbol. O ese señor Núñez, que quiso tenerlo a prueba por un año. Se pensó entonces que intentaba hu millar a los periquitos, pero la cosa resultó más compleja: había descubierto con Solsona su secreto talante hamletiano. Lo cual pudo comprobarse posteriormente, cuando identificó a KrankI con la tela de Penélope, y el caso semeja irreductible, pues parece ser que al darle puerta al austriaco por se gunda vez lo ha hecho reservándo se una tercera opción. Así está el fútbol. Afortunadamente, en la ca beza y en los pies de unos pocos jugadores, como este Daniel Sol sona.

Francisco Brines, poeta, Premio Adonais, es valenciano y valencianista.

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