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La "aspirinomanía", un hábito que puse intoxicar y causar la muerte

A la hora de buscar un remedio para un catarro o un dolor de cabeza constituye un verdadero problema elegir entre una marca y otra. ¿Qué diferencia existe entre ellas? Hay docenas de medicamentos que se califican como analgésicos, antigripales y antirreumáticos, pero sería imposible, hasta para un médico, decir nos cuál es el que más nos conviene. La verdad es que son todos iguales, prácticamente: si acaso varían en unos miligramos de su contenido, pero la base es la misma: el ácido acetilsalicílico.

En 1899, los laboratorios Bayer, de Alemania, patentaron la aspirina, nombre comercial para designar un compuesto químico: el AAS, que Félix Hoffman sintetizó por primera vez. Cada comprimido de aspirina contenía medio gramo del preparado. Durante la guerra del 14 otros países conocieron la milagrosa medicina curalotodo y pusieron a sus laboratorios a fabricarla. El éxito fue apoteósico, como lo demuestra el hecho de que, ochenta años después, se siguen elaborando millones de comprimidos al año, cuando lo normal es que los medicamentos tengan una corta vigencia, es decir, que a los pocos años de su invención sean sustituidos por otros más perfectos. En la farmacéutica también hay que estar a la última.

Los laboratorios Bayer habían encontrado su gallina de los huevos de oro, el ácido acetilsalicilico, y durante bastantes lustros vivieron de sus beneficios, pues sus otros productos no eran tan lucrativos. Hasta que empezó la competencia. Muchos laboratorios fabrican actualmente sus propias aspirinas bajo diferentes denominaciones, añadiendo incluso algún ingrediente para conseguir mejores efectos en el paciente.

Por ejemplo. Calmante Vitaminado refuerza su acción con la vitamina B que es antineurética, y con la vitamina K en los preparados para niños. Frenadol contiene sacarina para no resultar amargo, para asemejarse a un refresco de naranja Couldina lleva ácido 1-ascórbico, que es un antiinflamatorio. Aspro tiene el ácido acetilsalicílico microfinado o microesferulado, para que no dañe el estómago. Unidor lleva una pequeña dosis de antifebrina, para quitar la fiebre con mayor rapidez. Los hay con cafeína para estimular al enfermo, como Desenfriol, Coricidin. Darvón y Fiorinal. Rhonal y Casprium Retard llevan un neutralizante para mitigar la acción corrosiva del ácido en el aparato digestivo, Y. en fin, los propios laboratorios Bayer han tenido que inventar productos modernos para no quedarse atrás en la «carrera de la aspirina»: han sacado Adiro, que es exactamente una aspirina clásica, pero tamponada, es decir, con el neutralizante al que hacíamos referencia. Y han sacado Dolvirán, que contiene, además del ácido acetilsalicílico, cafeína, codeína, fenacitina y luminal.

Propaganda provocativa

¿Qué hacer ante esta larga lista de productos contra el dolor y la gripe? ¿Cuál elegir? ¿Cuál me quitará antes el catarro o la jaqueca? ¿Cuál será más efectiva contra un poco de reuma? Entonces nos acordamos de un anuncio de la tele que aconsejaba tal marca porque es infalible contra el dolor y el malestar: o esa otra que te arregla el cuerpo para las veinticuatro horas. A lo mejor, en otras circunstancias y en otros tiempos, el que padecía un simple dolorcillo se metía un rato en la cama y.... a la hora, nuevo. Ahora tenemos tantos remedios para curarnos que sería un lujo perder esos minutos durmiendo. Nos tomamos un par de comprimidos y seguimos nuestro ritmo normal de vida.

Para ciertas personas es habitual llenarse de comprimidos: empezaron tomándose una pastilla cuando sentían una pequeña molestia física, paulatinamente iban aumentando la dosis, hasta que un día se dan cuenta de que están tomando cuatro o cinco comprimidos para cualquier dolorcillo, porque uno solo ya no les alivia. Otras personas lo toman como estimulante: no es que el ácido acetilsalicílico sea excitante, pero sabe «dar marcha» al organismo, sobre todo si va acompañado de cafeína y de otra sustancia similar, que sí estimulan. Por eso viene muy bien cuando nos levantamos por la mañana, cuando tenemos la depre o cuando el mal humor nos embota la cabeza.

Sería curioso saber cuántos comprimidos, de los mil y pico millones que los españoles consumimos al año, podrían haberse quedado tranquilamente en su bote, porque no se les necesitaba. La cifra sería elevada. Vivimos en una civilización que nos aturde con sus ruidos y sus prisas, nos crea preocupaciones absurdas que no nos dejan dormir y nos provoca dolores, más psicológicos que físicos en la mayoría de las ocasiones: tenemos que combatir el malestar, real o ficticio, con pócimas y medicamentos en los que tengamos fe. Y la fe nos la dan los anunciantes con sus creaciones publicitarias. Si el señor que aparece en la pantalla del televisor está radiante y feliz porque ha tomado Desenfriol, ¿por qué no puedo lograrlo yo también?

Sin receta

Todos los productos químicos tienen sus pros y sus contras, su parte curativa y su parte perjudicial. El ácido acetilsalicílico no es menos. Por su efecto analgésico fundamental, elimina los dolores y los síntomas de algunas enfermedades (atención: no cura las enfermedades, ni siquiera cura un catarro: sólo actúa contra el dolor). Pero es nocivo para quienes padecen gastritis o úlcera duodenal, porque es un ácido (por eso hay marcas que la tamponan o neutralizan, como antes veíamos).

Comparado con otras sustancias farmacéuticas que ingerimos, como esas que nos arreglan la circulación y nos estropean el hígado, o esas que nos estabilizan los nervios nos bajan la tensión, el ácido acetilsalicílico es un compuesto inofensivo. De ahí la permisividad en su adquisición y consumo. Basta tener treinta pesetas para conseguir una caja de aspirinas en cualquier establecimiento y estar va prevenido contra todos los males. No se necesita receta para comprar las múltiples variedades que existen.

Sin embargo, el abuso del ácido acetilsalicílico puede degenerar en una dependencia, en una especie de «aspidinomanía» que no arruinará de momento la salud, pero que minará las facultades fisiológicas y que, sobre todo, irá en detrimento de la creación de defensas naturales del cuerpo humano. Por rutina o por una falsa necesidad, el ácido acetilsalicílico se convierte en un elemento imprescindible para nuestro organismo, y un día, de repente, observamos que no sabemos funcionar sin él, sin meternos una, dos o cuatro tabletas diarias.

Poniéndonos ya en el caso más grave (pero no por eso menos cierto), el ácido acetilsalicílico puede intoxicar y causar la muerte. Cuentan los médicos casos de personas que han fallecido por culpa de las aspirinas: personas entradas en edad, con dolores de reuma, que tomaban estos comprimidos por que el doctor no había querido recetarles otro medicamento más específico. Porque estos señores tenían una úlcera en el aparato digestivo, cicatrizada desde hacía tiempo pero nunca totalmente curada, y el ácido acetilsalicílico les provocó la hemorragia fatal.

Cuando se ingieren cantidades que van de los cinco a los veinte gramos, o lo que es igual, entre diez y cuarenta comprimidos, la sangre se envenena. Esa cajita que guardamos en el bolso o en la mesilla puede convertirse en un instante de obcecación o de locura en un arma tan peligrosa como una pistola.

Precios para elegir

Pero volvamos al ámbito comercial, a esa extensa colección de aspirinas cuyos precios varían en la farmacia desde las 26 a las 569 pesetas. Cada vez que un nuevo tipo de aspirina sale al mercado, con una pequeña dosis de un compuesto químico antes no utilizado, el precio del ácido acetilsalicílico sube.

La primera aspirina, la de Bayer, cuesta actualmente treinta pesetas: habida cuenta de que la caja contiene veinte comprimidos y cada uno quinientos miligramos de AAS, el gramo sale por tres pesetas. El AAS de los laboratorios Starwin, que es idéntico, cuesta, en cambio, 86 pesetas lo que pone el gramo a 8,60 pesetas. ¿Por qué esta diferencia de precios en dos productos absolutamente iguales? Adiro, que es de Bayer también, contiene en cada tableta quinientos miligramos de AAS, nada más, pero está tamponado o neutralizado, por lo cual vale 75 pesetas, o sea, 7,5 pesetas el gramo. Un compuesto parecido es el de Casprium Retard, de los laboratorios Liade, porque está neutralizado; pero aunque contiene una mayor proporción de AAS en cada tableta, 665 miligramos, su precio es inferior: un gran sale por 4,5 pesetas.

Los medicamentos que incluyen otras sustancias analgésicas o estimulantes además del AAS elevan su precio al público sin ninguna consideración. Por ejemplo. Darvón compuesto, que son diez cápsulas de 227 miligramos cada una, vale 114 pesetas, lo que supone cincuenta pesetas cada gramo del ácido. El Coricidim vale 113 pesetas y lleva doce cápsulas de 190 gramos de salicilamida cada una: son 49,5 pesetas el gramo. Inyesprin son veinte sobres que contienen el equivalente a quinientos miligramos de AAS, el gramo sale a 56,9 pesetas. El caso más descarado es el de Frenadol, el anticatarral mas vendido en la época invernal. La caja con diez sobres cuesta 179 pesetas, y cada sobre tiene cien miligramos de salicilamida: el gramo vale 179 pesetas.

Pero, claro, Darvón, Coricidin, lnyesprin y Frenadol contienen otros preparados químicos y hay que pagarlos. Pero, dejando aparte los autoelogios de cada fabricante, ¿quién nos asegura que curan más fácilmente porque llevan más sustancias? ¿Quién nos asegura que a mayor precio adquirimos un producto de mejor calidad?

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