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Después del V Congreso del PSUC

Las decisiones del V Congreso del PSUC son ahora objeto de comentarios diversos y motivo de alegría para quienes desde posiciones a veces muy opuestas desean que en España no haya un partido comunista de nuevo tipo, es decir, lo que generalmente se entiende cuando se habla de un partido eurocomunista. Esas decisiones no me han sorprendido; son consecuencia del encadenamiento de distintos errores sobre los que los comunistas de Cataluña y del resto de España debemos reflexionar seriamente.En definitiva, los sentimientos de frustración ante las in suficiencias del cambio democrático, la incapacidad para abordar los problemas de la crisis y el paro y el peligroso aumento de la tensión internacional, han buscado el escape en una discusión ideologizada que tuvo su culminación en la adopción de posiciones que llamaré tradicionalistas -un partido de sesenta años tiene tradiciones que pueden ser sacralizadas- por no hacer mías las caracterizaciones no siempre ajustadas a la realidad que se están escuchando estos días. Nadie podría llamarse a engaño sobre el hecho de que los acuerdos del V Congreso del PSUC suponen un profundo distanciamiento con las posiciones de principio y de política general aprobadas por el PCE y que la resolución conjunta tomada en octubre por una delegación de éste y el CE del PSUC queda claramente quebrantada, y más allá, el quebranto alcanza hasta a los propios estatutos de ambos partidos.

Los acuerdos del V Congreso han enfrentado casi en dos mitades a los delegados. El PSUC, que tenía la reputación de ser el más eurocomunista en España, y quizá por eso alcanzó tan alto porcentaje electoral, ha hecho un viraje de 180 grados. A fuer de sincero debo confesar que aún no comprendo por qué ante tal división de opiniones y de cara a un viraje tan radical no se adoptó en la última sesión del quinto congreso la fórmula de preparar un congreso extraordinario, con todas las garantías democráticas -y entre ellas, la de asegurar la participación del conjunto del partido en los debates de las agrupaciones- a fin de que la decisión sobre temas tan fundamentales estuviera respaldada por el más amplio acuerdo y de que cada comunista pudiera reflexionar a fondo sobre el futuro del partido.

En las tesis aprobadas por el PSUC no ha triunfado una posición de izquierda sobre otra de derecha. Ese sería un equívoco peligroso. Tampoco ha triunfado una línea de movilización de masas sobre una línea «institucionalista», por llamarla de algún modo. En el PSUC se sigue hablando de «revolución de la mayoría». Y sobre la necesidad de movilizar a las masas, haciendo uso de los derechos constitucionales, combinando esto con la labor en las instituciones estamos de acuerdo todos los comunistas.

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Precisamente lo que extraña en esos tensos debates es que lo obsesivo, en vez de la política internacional, no hayan sido te mas como el paro, la crisis, la carestía, la enseñanza, la sanidad, el terrorismo, la organización del Estado de las autonomías, las libertades, la estrategia para hacer avanzar y consolidar el cambio democrático hacia el socialismo. Es decir, lo que está preocupando desde la mañana a la noche, y hasta en sueños, a las familias trabajadoras.

En realidad, lo que ha estado casi exclusivamente en el centro del debate es la política internacional y, en definitiva, si los comunistas catalanes -e implícitamente todos los españoles- renunciamos o no a una estrategia independiente. No sin un cierto maniqueísmo, que presenta como antisoviéticos y hasta como pro chinos a quienes queremos tener relaciones iguales con todos los partidos comunistas sin subordinarnos a ninguno, por grande y poderoso que sea. A quienes pensamos que la salud y el futuro de nuestro movimiento reside en ir hacia una nueva unidad que respete las diferencias, y no hacia la exclusión de todos los que divergen en unas u otras cosas de un partido guía, y hasta a justificar las intervenciones militares para asegurar la subordinación.

Frente a esas posiciones tenemos que afirmar claramente que la lucha de clases a escala mundial no puede dirimirse por el enfrentamiento de dos bloques militares; eso sería tanto como la destrucción mutua y la renuncia a todo avance revolucionario; y mientras, llega la hecatombe, la permanencia del juego que consiste en repartir las zonas de influencia, juego que, por ejemplo, en Europa bloquea el avance de las fuerzas de transformación.

La lucha de clases se desarrolla principalmente en el interior de cada país, entre las fuerzas de progreso y las que se aferran a los privilegios económicos y sociales que les dispensa el sistema capitalista. Y el principio de solidaridad internacionalista entraña el apoyo mutuo, la cooperación, nunca la injerencia y la subordinación.

El PCE sostiene la necesidad de ir a la liquidación simultánea de los bloques militares, de las bases en el extranjero. Y en nombre de esa posición nos oponemos a la entrada en la OTAN y preconizamos un acercamiento cada vez más resuelto a una política de no alineamiento militar.

El PCE se opone a toda intervención militar en un país extranjero. Y sólo partiendo de esa posición podemos ganar a la mayoría de los trabajadores y del pueblo para la movilización contra las aventuras del imperialismo.

Estas posiciones independientes en política internacional son irrenunciables si el PCE y el PSUC no quieren convertirse en grupos testimoniales o en simples agencias de propaganda. Y desde luego, por difícil que sea la batalla para mantenerlas, vamos a darla con todas las consecuencias.

Pero esa batalla no va aislada de la de política interior. Hay que saber en qué país y en qué situación estamos. Aquí la dictadura cedió ante la presión democrática y dio paso a un régimen constitucional con libertad de partidos, porque el sistema político anterior estaba tan desgastado que no podía hacer frente a la crisis económica con medios autoritarios. Pero llevamos cuatro años de cambio y el Gobierno de UCID ha demostrado su incapacidad para enfrentar la crisis y, a la vez, la izquierda no ha sido capaz de unirse y de ofrecer una alternativa de progreso y buscar el apoyo del país para ella. La consecuencia no es sólo el desprestigio de UCID, sino la pérdida de confianza en la democracia, avivada por una campaña contra los partidos políticos y contra las instituciones, que, cualquiera que sean sus motivaciones -y las hay indudablemente honestas-, contribuye a la desesperanza. Mientras tanto, hay un partido -el que mandó durante los cuarenta años pasados- que no tiene apariencia de tal y que está ahí potencialmente íntegro y dispuesto a aprovechar una coyuntura propicia. Y aunque algunos consideren el referirse a ese partido como un síntoma de temor, si no una manipulación, lo cierto es que no tener en cuenta su existencia sólo pueden hacerlo los que renuncian a tener en cuenta la realidad concreta.

Bien, en estas condiciones, abordar la crisis económica y sus consecuencias por un camino democrático exige una política de alianzas, junto con todas las presiones y movilizaciones de masas. Sin una política de alianzas, encerrándonos en nuestras tiendas, salvando nuestra responsabilidad o nuestro honor, las clases dominantes intentarán resolver la crisis exclusivamente a su favor, volviendo a métodos cada vez más autoritarios. Y quien dice la crisis, dice el terrorismo y los demás problemas graves y urgentes del país.

Nadie propone en serio, porque sería irreal, una salida revolucionaria a la crisis al estilo clásico. Cierto que la política de alianzas es muy difícil; que encontramos fuertes resistencias. ¡Claro que sí! Pero ¿es que alguien ha olvidado lo que nos costó arrancar la legalización del partido? ¿Alguien ha olvidado que el milagro del cambio fue ése precisamente?

Y subir la cuesta en que nos hallamos está siendo, y va a ser, difícil. Y hay quien queda rezagado, quien se fatiga porque el camino es abrupto y difícil y porque la cima no está ahí, claramente al alcance de la mano.

Indudablemente tenemos que hacer un esfuerzo de clarificación habremos de mejorar nuestro trabajo y, entre otras cosas, construir un partido más sólido y más formado política e ideológicamente.

Es verdad que nos hallamos en un momento crítico para la política eurocomunista. Pero ¿cree alguien que los partidos continuistas que no son euros están en mejor situación? El abandono de la política eurocomunista nos colocaría como partido en condiciones más difíciles para defender a los trabajadores, para sacar del atasco a la democracia, para avanzar hacia el socialismo. Independiente mente de la voluntad Je los que lo propugnan, llevaría al partido y a la clase obrera a lacatástrofe.

Por eso, los acuerdos del V Congreso del PSUC son objetivaniente un serio golpe a la credibilidad y al prestigio del PSUC y del PCE, del que se están aprovechando y se van a aprovechar a fondo todos nuestros adversarios.

Por eso, aunque el PSUC es orgánicamente independiente, sus acuerdos nos afectan y no podemos ser neutrales y asépticos ante ellos. Somos plenamente solidarios de quienes defienden la política eurocomunista.

Y vamos a hacer todo lo necesario, en colaboración con los camaradas catalanes, por que el PSUC continúe siendo un partido eurocomunista y por que el PCE, responda, ante la clase obrera y los pueblos de España, a la estrategia con la que se comprometió hace ya muchos años, y que yo resumo no sólo con las palabras de socialismo en libertad, sino también con otra tan decisiva: independencia.

Santiago Carrillo es secretario general del PCE

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