_
_
_
_
La lotería se volcó en el Mediterráneo

José Luis Val oyó gritar "ese es, ese es", cuando giró la manivela para extraer el premio gordo

A las 11.42 horas se confirmó la premonición de Roberto, un niño de San Ildefonso cuyo sueño era despedirse de los trece años y de la Educación General Básica cantando el número del gordo. Su compañero José Luis tragó saliva para ganar tiempo cuando vio la bola de los 250 millones; luego bloqueó con la mano el alambre para que Joaquín Sánchez no llegase a pinchar el número, y dijo: «Doscientos/ cincuenta/ millones/ de pesetas» en cuatro tiempos perfectamente señalados. Así terminaba una aventura que para los niños del colegio había empezado en septiembre, al final de las vacaciones, y para los ocupantes de la sala, días o minutos antes; tal vez siempre.

A las 6.30, más de cinco horas antes, Graciliano Cólliga, el jefe de internado, que tiene cincuenta años, aunque confiesa trece, levantó de la cama al equipo de veinticuatro cantores, «veinte titulares y cuatro suplentes», repartió los. uniformes azules y dio unas últimas instrucciones, sobre todo a los novatos, porque algunos, como Sergio Barbero o Roberto de León, ya no las necesitarían. A pesar de la devoción con que les hizo las últimas advertencias, no pudo terminar con las discusiones sobre el derby Madrid-Atleti, «porque esta vez os lo habéis llevao», dice Sergio, «pero ya veremos quién se lleva la Copa de Europa, y es que anda mucho listo por aquí sacando pecho por el tres a uno». Y Graciliano consigue un armisticio y pone pilas nuevas a un pequeño transistor que luego se aplica a la oreja como si fuese una caracola.Menos gente que en 1979

A las 7.30, Graciliano subía al autobús detrás de los niños. Justo en ese momento llegan al salón de loterías Pity Alarcón y Rolando Gómez de Elena, los locutores de Radio Nacional. Rolando, que ha transmitido quince extraordinarios, repasa la situación de los presidentes de la mesa principal, el turno de delegados de interventor, el orden de los jefes de tabla y el número de espectadores. Esta vez había venido menos gente que el año pasado. No obstante, allí" en el palco del hemiciclo, chato y conventual, estaba Ana María de Motta, administra dora del despacho de loterías ,de Reina Victoria, 2, junto a su hija María Rosario y tres colegas, «empeñadas, como yo, en saber lo antes posible si nos hemos portado con la clientela. Ya di el gordo en Navidades de 1978, y tengo fe en repetir suerte».

Pasan minutos y alambres. Graciliano lleva puesta su caracola a baterías; avisa a los cuatro que van a relevar al equipo anterior, los cepilla y los mantiene junto a la puerta. Sergio Barbero y Enrique Polo, asistidos por Loranca y por Senra, se preparan. «Yo seré algo así como el centrocampista que reparte juego, ¿vale?». Senra está de acuerdo, pero Polo y Loranca son del Atleti. «Ahora, cuando saquemos el gordo, que estén al tanto los fotógrafos, porque voy a dar un salto de los de gol por la escuadra». Entran al salón. Ahí está la hinchada: niños en primera fila, señoras atentas a sus filas de números largas y apretadas como breviarios «Son las loteras», comenta Sergio. Llega Juan José Gómez, un viejo jugador, que observa los alambres; hay en sus ojos un brillo numérico tenaz, en el que se combinan los ceros y la geometría. Sergio tiene fe.

Pero de pronto le tiemblan las piernas, como si fuesen un segundo juego de alambres. Canta el número y Polo canta el premio. Atención: Polo hace un gesto con la mano. « Ciento/ veinticinco/ millones/de pesetas». Es el segundo. «La medalla de plata, o el subcampeonato, y no está mal, creo yo; ¿ver dad, Polo? ».

100.000 pesetas se jugó El Fary

Llegan y llegan señoras suavemente vestidas con sus abrigos de pieles. Llegan El Fary, que se ha jugado más de 100.000 pesetas y un elepé en el que ha depositado toda su confianza, y Julián, una vieja gloria de diecisiete años que cantó dos gordos a su paso por el colegio, y no llega el 60076.

Y llega José Luis Val, repasándose la raya del pelo con un peine azul. La alineación completa es José Luis, Roberto, Jorge Juan Ballesteros, de doce años, y Joaquín Sánchez, de trece. Van a entrar en la séptima tabla. Jorge Juan extraerá los números que cantará Joaquín, y José Luis, los premios que cantará Roberto. En el último momento, José Luis se vuelve hacia la concurrencia y dice: «El gordo lo cantamos nosotros». Y corre hacia los bombos.

La bola del premio "gordo" salió exactamente a las11.42

A las 11.42 giró la manivela del bombo chico, justo cuando José Luis separaba el 60076. «Entonces oí que alguien decía en la sala: "Ese es, ese es". Había tenido una segunda premonición, la de que el número terminaría en uno, tres o cinco. Pero estoy seguro de que en la sala alguien gritó dos veces, y muy clarito: "Ese es". Y dije: "Aquí está". Cuando Roberto cantó "Doscientos cincuenta millones" pensé que ya había oído eso en alguna parte». En mitad de la ovación, Roberto, maduro como un niño eterno, pide «que los agraciados sean muchos y, a ser posible, pobres». La sala comienza a vaciarse en mitad de los aplausos; hay relámpagos y miradas geométricas en el hemiciclo, pasan nuevamente señoras con abrigos de pieles; pasan jugadores fracasados y falsos videntes. Dice José Luis que cuan do sea mayor quiere ser auxiliar administrativo, y dice Graciliano que cuando sea pequeño quiere ser niño de San Ildefonso.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_