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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Desencanto a la francesa

APENAS PASEN estos días de pequeñas vacaciones, fiestas y algún arrebato gastronómico, Francia va a entrar ya en la campaña -aún no oficial- para las elecciones presidenciales de marzo. Según la Constitución, que el general De Gaulle cortó y cosió al tamaño de su gigantesca medida, el elegido ocupará la presidencia durante siete años (antes eran cuatro); si, como parecen indicar las calas de opinión realizadas ahora, el actual presidente Valéry Giscard d'Estaing es reelegido, su presidencia alcanzaría -salvo accidentes- catorce años. Parece demasiado, y Miterrand, candidato al cargo por el Partido Socialista, ha dicho ya que Francia «no es exactamente una República », como dando a entenderlas connotaciones de Giscard como monarca. Hay otros rasgos más, propios del carácter augusto de Giscard, pero dentro de la ley creada por De Gaulle: una acentuación del presidencialismo, una disminución del papel de la Cámara de Diputados (el Senado ya lo hundió el propio De Gaulle en una pequeña y dulce inopia), un cierto desafecto a los partidos, causado en parte, por la crisis de las ideologías, pero en parte también porque el presidencialismo y el bloqueo del Parlamento les impiden defender los intereses de sus militantes y de sus votantes.La elección se plantea de nuevo como una bipolarización: Giscard, con los grupos del centro a la derecha, y Mitterrand, con los del Partido Socialista y la izquierda general. En el primer turno habrá otros candidatos; por la izquierda, el comunista Marchais; por la derecha, Chirac, Debré... Y algunos de los llamados testimoniales -partidos ínfimos, ecologistas, feministas...-. Pero todo ello habrá de desaparecer ante el segundo turno, que por el momento parece inevitable. No parece que los franceses vean esta situación con entusiasmo. Mitterrand es al mismo tiempo un desconocido, en tanto que posible presidente, y un demasiada viejo conocido en la aventura política: está combatido dentro dé su propio partido, pero ha evitado la candidatura de Rocaud a la presidencia que hubiera arrastrado alguna ilusión y quizá hasta entusiasmo por ir a las umrnas. Giscard arrastra consigo el prejuicio del exceso de tiempo en el poder, una presidencia durante la cual no ha habido más que descalabros y deterioración de la sociedad, y rumores e escándalo no bien acallados, como el asunto de los diamantes de Bokassa, el emperador destronado cuyo juicio acaba de comenzar. Lo único que podría alterar este panorama es la retirada de Giscard, sobre la que, han cundido rumores, nacidos sobre todo de una frase de la esposa del presidente y de algunos gestos de cansancio. Podría suponerse que el propio Giscard es quien haceésta propaganda -difícil de creer- para que brille más su carácter de imprescindible ante la Francia moderada y derechista. De otra forma, el votante de esa tendencia tendría que inclinarse hacia Chirac (Debré no parece demasiaco favorecido) y, por tanto, un poco más hacia los supuestos de la «dictadura constitucional» que los círculos de opinión denuncian.

El fenómeno del desencanto o de esa forma peculiar de la despolitización que consiste en apartarse de la política oficial y profesional con sus salidas prefabricadas y lejanas generalmente a lo que necesita el consumidor de política es, por todo ello es bastante notorio en Francia; puede atenuarse cuarido la lucha, a partir de enero y, sobre todo, en los días de la campaña abierta, de más trascendencia al sentido de la conquista del Poder. Aun así se prevé hoy por hoy un número elevado de abstenciones. «Yo soy el candidato de los abstencionistas», dice el actor cómico Coluche, cindidato él también a la presidencia y que está representando ahora, un curioso papel, incluso apoyado por intelectuales el de la ridiculización de los poderes públicos, el de la personificación del desencanto. Las auscultaciones le dan hoy casi un 20% de intenciones de voto, lo que bien podría hacer reflexionar a los franceses. Pues más vale Coluche, con su imaginación cómica, que quien suele capitalizar estos estados de ánimo , esta defección del sentido de la democracia: el fascismo, hoy creciente en el país vecino. Con su imaginación y su práctica de la tragedia.

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