Partidos políticos y democracia
Los partidos políticos son pieza esencial para la articulación de la democracia inorgánica o de sufragio universal. A través de ellos encuentran cauce las diversas corrientes de opinión y se ordena de alguna manera el sufragio, que, en otro caso, conduciría a situaciones anárquicas e ingobernables. No son fin, sino medio. Los partidos políticos son instrumento para la articulación de la democracia, y no la democracia instrumento de los partidos. Del mismo modo que la democracia es medio para la mejor realización de principios superiores, como la libertad, la justicia, la participación, el bien común...Es necesario que estas cosas no se pierdan de vista, porque entre las posibles trampas en que puede caer, y de hecho ha caído en ocasiones, la democracia liberal está la de invertir esta relación de valores, de tal modo que la libertad, la justicia, el bien común, se supeditan a la democracia, y ésta a los partidos políticos, con lo cual se desnaturaliza todo el sistema. Desnaturalización que alcanza su máxima expresión cuando, a su vez, los partidos políticos se supeditan al líder.
Mirando con objetividad el panorama político español, cualquier observador que, como yo, esté fuera del juego político tiene que advertir el riesgo que estamos corriendo de caer, una vez más, en esa trampa. Es creciente el absorbente egocentrismo de los partidos, su protagonismo por encima de los intereses de la misma democracia, a la que deben servir, y del propio interés nacional, que debe estar siempre por encima de cualquier interés personal o partidista. Y se está imponiendo, a su vez, el personalismo sobre la democracia interna de muchos partidos políticos. Lo que es grave, porque, una vez más, esta subversión de valores puede acabar con la experiencia democrática y levar a nuestro país a situaciones límite, que la inmensa mayoría de los españoles no deseamos.
Inversión de valores
El proceso degenerativo viene a seguir el siguiente esquema: el líder se considera la clave del partido, y el partido, la clave de la democracia y de España. La escala de valores se subvierte y, en vez del orden España, democracia, partido, líder, se impone este otro: líder, partido, democracia, España...
Mirando retrospectivamente nuestra historia, la experiencia democrática que caracterizó uno de los períodos de mayor estabilidad política de nuestra Patria, el que siguió a la Restauración de 1876, no rindió los adecuados frutos a la democracia ni a España y acabó con la conmoción nacional de nuestra guerra, precisamente porque, a nuestro juicio, en aquellos años, caracterizados por el turno. pacífico de los partidos liberal y conservador (Cánovas y Sagasta, y los que le sucedieron), la democracia se supeditó a los partidos, y lo mismo el interés nacional. Bastaría que tuviéramos en cuenta una sola consideración: el relevo en el Gobierno no se producía como consecuencia de la nueva mayoría parlamentaria surgida de unas elecciones, sino que primero se producía el relevo en el Gobierno y luego se disolvían las Cortes, y se hacían unas elecciones que indefectiblemente conducían a lograr una mayoría parlamentaria para el Gobierno ya constituido.
Con frecuencia se hacen elogios y se vuelve la vista atrás para añorar el sistema político de aquellos años, y se exalta la categoría política de sus líderes. Por mi parte, no dejo de reconocer su categoría personal y su honestidad y la paz que consiguieron para España durante un largo período (que no dejó de estar salpicado, por otra parte, por sucesos tan desgraciados como las guerras de ultramar y de Marruecos o los movimientos revolucionarios, cuyo momento más agudo puede situarse en la Semana Trágica de Barcelona). Pero, sobre todo, para mí aquel período no constituye un ejemplo a imitar, precisamente por lo que tuvo de desnaturalización de la democracia y de supeditación al interés de los partidos.
Creo sinceramente que aquella experiencia, que pudo ser la gran oportunidad para consolidar una democracia moderna en España, como ocurrió en otros países, tuvo para nosotros muy serios inconvenientes y un efecto negativo, cuya influencia todavía estamos padeciendo. Señalemos sólo dos connotaciones que perduran: 1) el partido que está en el Gobierno y convoca las elecciones casi es seguro que las gane; 2) los partidos enfocan toda la vida política del país en función de su propio interés, de su permanencia y predominio.
La deformación que tal punto de vista supone, en relación con la verdadera democracia, es realmente muy grave y de consecuencias incalculables. Los partidos olvidan que hay un peligro todavía mayor que el de no conservar o no alcanzar el poder: el peligro de la corrupción y el fracaso del sistema democrático.
Cada vez con mayor claridad estamos viendo cómo los partidos se convierten en centro de la vida nacional. Por encima de la democracia, por encima del Estado, por encima de la Nación, que es mucho más importante que los partidos, que la democracia y que el Estado, aunque necesite de ellos como instrumento de su vida y desarrollo. Este es un tema que ha tenido últimamente una piedra especial de toque, con motivo de la discusión en torno a los acuerdos y pactos de gobierno o parlamentarios y a la posibilidad o no de Gobiernos de coalición. En muchos comentarios estamos viendo con más claridad el interés y el juego de los partidos que el interés y el juego de la democracia y de la Nación. Y ello no es bueno. En la vida de una democracia y de una nación no cuentan los éxitos a corto, sino los aciertos a largo plazo.
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