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Se inicia el proceso electoral en la Universidad Complutense

El próximo día 3 de diciembre se celebrarán las elecciones para el cargo de rector de la Universidad Complutense. La inminente discusión parlamentaria del proyecto de ley de autonomía universitaria, que se espera pueda estar aprobada con el comienzo del nuevo año, convierte a estas elecciones en un acontecimiento de los más importantes de la historia de la Universidad Complutense, la tercera universidad del mundo por el número de alumnos. EL PAIS ha pedido a cada uno de los siete candidatos que se han presentado una síntesis de su filosofía sobre el futuro de la universidad que aspiran a regir. Hoy publicamos las respuestas de tres de ellos, y el próximo martes haremos Otro tanto con las de los profesores Díaz Peña, José Ramón del Sol, Salustiano del Campo y Pedro Orive.

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Para todo universitario, pero especialmente para quienes tienen una responsabilidad rectora dentro de la institución, es imposible volver las espaldas a la crisis de la universidad que ni es nueva ni sin duda, más grave que en otros momentos. Pero si tiene matices nuevos que acaso cabría centrar en la progresiva descontextuación respecto de la sociedad de la que surge ya la que se debe.

Al paso de esta crisis pretende salir la nueva ley en trámite. Ese tiene que ser el marco de las expectativas del futuro inmediato. Un marco necesario, porque no podemos seguir sin ley literalmente. Y un marco del que habrá que extraer las máximas consecuencias para la fecundación renovadora de la universidad.

Todo universitario consciente sabe que el elenco de problemas es apremiante: la infradotación de medios de enseñanza e investigación, causa de tantos desengaños y frustraciones en los mejores; el desfase de las retribuciones, que afecta desde los catedráticos hasta los bedeles y personal laboral; la urgencia improrrogable de poner manos al problema del profesorado no numerario; el paro creciente de nuestros graduados, etcétera. El catálogo podría ser interminable, y acaso hayamos dejado temas muy relevantes: piénsese, por ejemplo, en la situación de las escuelas universitarias, integradas legalmente en la universidad, pero manifiestamente desatendidas.

Si estos problemas son los de toda universidad, en la Complutense se ven agrandados por su gigantismo, que no sólo no hay que dejar crecer, sino que habría que atenuar. Una universidad de estas dimensiones está en constante peligro de desvertebración. Necesita un modo de gobierno muy especial, ya que es imposible que el rectorado pueda gobernar los diversos centros con suficiente conocimiento de causa. Por eso habrá que seguir descentralizando funciones y responsabilidades, pero sin que ello se haga con mengua de la unidad necesaria para un mejor rendimiento de medios personales y materiales.

Es difícil llamar a la ilusión a los desilusionados universitarios actuales. Pero al menos hay que hacer un enorme esfuerzo de integrarlos a todos en un proyecto serio de la universidad del mañana. Ese proyecto tendrá que dirigirlo el inmediato rector, sin renunciar a ningún asesoramiento y contando con todas las colaboraciones; trabajando codo con codo en equipo.

En la universidad española, con honrosas excepciones, la enseñanza es mala, y la investigación, escasa, como consecuencia de insuficiencia económica, organización anacrónica e irresponsable imprevisión del régimen anterior.

Sólo una candidatura que cuente con el respaldo de amplios sectores profesionales y progresistas puede lograr en la Universidad Complutense la participación de sus 100.000 estudiantes, 4.000 profesores (de los que 3.000 son contratados o interinos) y 2.000 no docentes.

Más dinero para la universidad (que, por cierto, sólo piden hasta ahora en el Parlamentarios partidos de izquierda) para potenciar la investigación y ordenar y mejorar la situación del profesorado y mucha más autonomía son condiciones totalmente imprescindibles, pero que no darán el fruto apetecido sino se hace lo que debería haberse hecho h muchos años: prever, informar, racionalizar, organizar y participar. En suma: conseguir que la universidad sea un servicio público descentralizado, gestionado por sus protagonistas y al servicio de la comunidad.

Ante la ocasión única que se nos presenta ahora de reorganizarnos y dotarnos de unos estatutos de cambio, autonomía, eficacia y realismo han pensado muchos miembros de la Universidad Complutense que tiene sentido un rector con experiencia política y una visión no sólo interna de la universidad como profesor, sino también externa como legislador.

Entre los profesores que han prestado ya su apoyo a esta candidatura cabe citar los nombres de Aguilar Navarro, Arango, Borrell, Bosque, De Esteban, Elorza, Estébanez, García Hoz, González Prosper, Hernández Perera, López Castellón, López Lorenzo, Maravall, Mesa, Nieto, Oliva, Pastor de Togneri, Peces-Barba, Rojo Duque, Rivas, Ruiz Giménez, Sanz Pérez, Segura, Solana, Suárez, Trías Torregrosa, Virgili e Yndurain. Se cuenta además con el apoyo de todos los profesores, personal no docente y estudiantes del PSOE, PCE, CC OO, UGT y UCSTE.

Del equipo rectoral formarán parte catedráticos y profesores relevantes y representativos, pero su composición sigue abierta al diálogo y a la participación de absolutamente todo el mundo. El programa concreto y los miembros del equipo se irán anunciando a lo largo de la semana entrante en todas las facultades y escuelas universitarias.

La candidatura que encabezo ha nacido como concreción de un amplio movimiento de profesionales universitarios que pretenden hacer funcionar esta enorme Universidad que es la Complutense.

La autonomía, que debe entenderse ante todo como acercamiento de la Administración a los administrados y. por tanto, como liberación de innecesarias complicaciones, debidas a veces a desconocimiento o a otros móviles, ha de ser aprovechada al máximo, en rigurosa observancia de las directrices del claustro, previsto por la LAU, para la confección de los nuevos estatutos. El gobierno de la Universidad no es ya incumbencia exclusiva de los catedráticos, pero no puede llevarse ni frente a ellos, ni a espaldas del conjunto de los profesores numerarios, ni de otros docentes que, por dificultades coyunturales, no han alcanzado esa situación. Tales profesores deberán tener la oportunidad de consolidar su situación provisional mediante concursos abiertos.

La Universidad tiene una dimensión de servicio a la sociedad y los destinatarios en primer grado de ese servicio son los alumnos, que merecen la máxima atención y cuya amplia formación cultural, más allá del marco de su especialidad, así como sus salidas profesionales, deben ser también objeto de especial atención. La universitaria es una función compleja y diferenciada, que ha de concebirse como actividad especializada que requiere una formación, una selección y una promoción gradual basadas en la ejemplaridad científica e intelectual.

El profesor, cualquiera que sea su categoría, se dignifica con la clase. Ahora bien, la docencia sin problemas, sin investigación, carece de sentido y llevaría a la rutina. Una Universidad sin investigación es absolutamente inconcebible.

Los recursos que la Universidad recibe del Estado son ciertamente insuficientes y habrá que atraer otras fuentes de financiación —públicas o privadas— que no impliquen servidumbres. Pero, dentro de la insuficiencia actual, cabe una política de gastos racional y austera, con un orden de prioridades en el que primen los gastos de instalación y funcionamiento de bibliotecas, laboratorios, clínicas y otras dependencias, pensando tanto en la docencia y en la investigación como en la necesidad de hacer atractiva la permanencia de profesores y alumnos en los centros universitarios.

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