El tiempo y la Conferencia de Madrid
SE ENTRA ya en la segunda semana de las cuatro conseguidas por Occidente, frente a la tenaz resistencia soviética, para que la Conferencia de Madrid examine la distancia real entre los principios del Acta de Helsinki y las realidades de la vida internacional y la interior de los países comprometidos; pasa el tiempo y la ofensiva apenas traspasa los muros bien guardados del Palacio de Exposiciones y Congresos. Aun a pesar de la simultaneidad con los debates en la Asamblea General de la ONU sobre el tema de Afganistán, este fuego no prende.Prendió ya mal cuando lo encendió Carter, sin que le sirviese para ganar las elecciones presidenciales. Se encontró con una resistencia mundial, diríamos que agravada por la aceptación de la causa: nadie discutió el principio de que la invasión de Afganistán era entera mente condenable de por sí y por su principio -la falta de respeto a la soberanía y a la voluntad de los pueblos para autodefinirse-, pero sin que nadie quisiera avanzar se riamente en ningún camino de sanciones. No consiguió enteramente Estados Unidos llevar el problema de lo particular a lo universal (como se había logrado, en el caso contrario, en el tema de Vietnam). Quizá haya que buscar las causas de la pocápopularidad del tema de Afganistán en el escaso interés psicológico de Europa por un problema musulmán, islámico, cuando la tendencia general de una Europa herida y dañada es la de que esos países deben ser reprimidos y no alentados. Quizá por una pérdida general de principios éticos, por una creencia,de que los derechos humanos nc se respetan, por la sospecha de que en un Afganistán autcgobernado no habría más piedad ni más libertad que un Afganistán dominado por otros (la gran decepción moral y ética de Irán ha representado mucho en esta alteración de valores: la esperanza que se tuvo en el final de una tiranía extranjerizante se ha anegado en la realidad de otra tiranía nacionalista y religiosa). O tal vez por su lejanía; o por la sucesión de acontecimientos posteriores, entre los cuales la guerra Irak-Irán y el golpe de Estado en Turquía son más preocupantes hoy para la opinión pública de Occidente. Y, desde luego, el caso de Polonia, que afecta infinitamente más a la seguridad europea, sobre todo en la posibilidad de una sobrereacción soviética.
No prendió la tesis de Carter de la indivisibilidad de la détente, pese a que tenga puntos absolutos sobre los que elaborar teorías muy estimables. Era lógico que no vol viese a prender cuando, el martes, la reelaboró Pérez Llorca, con el énfasis de lenguaje propio de su grupo mental: «La distensión es en la geografía y en la sustancia indivisible y no selectiva». Los discursos y contradiscursos se van prolongando más allá de sus tiempos previstos; los turnos de oradores se aplazan un-día para otro, y todos los ilustres representantes de los 35 países quieren hacer gala de su capacidad verba, de sus tópicos y de los mandatos de sus Gobiernos, sin que ni siquiera las violencias verbales que de cuando en cuando se producen logren romper la monotonía de lo sabido. Y de lo inútil.
Pasa, pues, el tiempc. Pasa en un sentido favorable a la URSS. Lo que parece esperar el mundo es que termine esta fase ritual y consabida, esta liturgia inevitable y se entre en algo positivo; loque parece temer el mismo mundo es que cuando se llegue a esa fase, quizá ya con Reagan en el poder, se hayan establecido nuevos modos de entendimiento y de comportamiento entre la URSS y Estados Unidos, y que la détente en Europa vuelva a ser cosa de dos y no de 35. Y esa sí sería una violación clara y determinante de los principios de Helsinki, de lo que se pretendía al comenzar la Conferencia sobreSeguridad y Cooperación: que no sólo la paz y la guerra, sino la libre circulación de ideas y personas, los derechos ciudadanos, las libertades públicas y privadas, salieran del coto de los más fuertes y se decidieran entre todos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.