La coalición, entre la necesidad y las prisas
«Yo recomendaría un Gobierno de coalición si el país fuera ingobernable; es decir, si el partido político que está ejerciendo la responsabilidad de gobernar tuviera clara conciencia de que no podía hacerlo sin la colaboración o, mejor dicho, sin la formación, de un Gobierno de coalición». En estos términos respondió el presidente Suárez en su conferencia de Prensa del 4 de octubre. Ahora, la cuestión ha vuelto a la Prensa empujada por declaraciones socialistas.Han transcurrido 45 días desde la votación de confianza ganada por el presidente Suárez en el Congreso de los Diputados, y 33 de su comparecencia ante los medios informativos, en la que manifestó que las circunstancias en las que sería recomendable la coalición «ni se han dado, ni, previsiblemente, son admisibles a corto plazo. No creo en modo alguno», añadió, «que, dados los datos de que hoy disponemos, sea necesaria la formación de un Gobierno de coalición para responder adecuadamente a los problemas planteados».
Artículos, entrevistas y declaraciones de líderes socialistas trazan una evaluación opuesta y han golpeado con ritmo muy intenso en la Prensa y demás medios de información en pro de la coalición. Luego, desde las posiciones más oficiales del partido, se han añadido algunos matices tendentes a introducir distancia, a difuminar la imagen de peticionarios y a situar al PSOE en el terreno de quien debe recibir la solicitud de UCD.
Felipe González, secretario general de los socialistas, ha llegado a esbozar un programa de cinco puntos para salvar la democracia (véase EL PAIS del 2 de noviembre) lucha contra el terrorismo, cierre de publicaciones involucionistas, aumento del déficit para combatir el paro, pacto autonómico y congelación del debate de la OTAN.
Desde el Gobierno, son precisamente los ministros Rosón y Martín Villa quienes necesitan más del acuerdo sectorial con el PSOE para avanzar en la batalla antiterrorista y en la construcción de las autonomías. Pero los viajeros llegados del País Vasco aseguran que el PSOE no es en aquella situación un sumando decisivo. Sólo la entrada en acción y la asunción plena de un compromiso antiviolencia del PNV podría dar un vuelco inmediato hacia la paz.
Sectores críticos frente a la actual ejecutiva socialista quieren ver en la presente campaña pro coalición el reflejo de «las prisas de los pequeños burgueses que están en el PSOE de paso hacia el poder sin interés alguno en llevar a cabo las transformaciones revolucionarias que justifican al partido». También señalan que el resultado de estas maniobras aumentará la desconfianza de la opinión pública en los partidos políticos. Y desde ese sentimiento estiman que sólo los sectores más cultos e ilustrados son capaces de seguir apostando sin fisuras por la democracia.
Un miembro de la ejecutiva señalaba ayer estas dos razones de la crecida socialista: que sigue subiendo la cotización de Felipe González y que la moción de confianza había servido para que hombres como Solchaga y Lluch ejemplificaran ante el público la competencia técnica de quienes se sientan en los escaños del PSOE. Y una convicción: el PSOE necesita haber pasado por el Gobierno para ganar las elecciones.
La discusión de los Presupuestos va a concentrar ahora los esfuerzos de la oposición socialista para erosionar al Gabinete. El recurso a nuevas mociones de censura parece descartado. Pero de los Presupuestos se espera, al menos, desestabilizar al ministro de Hacienda, García Añoveros, y agudizar sus fricciones con el resto del equipo económico.
En el propio campo centrista menudean las críticas al presidente, y según avanza la cuenta atrás para la celebración del II Congreso de UCD, se van configurando tendencias y alianzas. Desde cada uno de los órganos partidarios, cuyos miembros no se sientan en el Consejo de Ministros, nace ahora la pretensión de reclamar la dirección suprema de los asuntos políticos y de impartir instrucciones al Gobierno. Esa es la preponderancia que ambiciona para el grupo parlamentario su nuevo líder, pero también se miran en ese espejo la comisión ejecutiva y el consejo político, como antes lo hizo la hibernada comisión permanente que agitaron los barones.
Quienes aceptaron, por ejemplo, las razones para que el presidente no acudiese al entierro del dirigente ucedista de Guipúzcoa Juan de Dios Doval, no entienden por qué no acudió antes a los funerales por las víctimas de la escuela de Ortuella, o por qué no ha sabido buscarse otras ocasiones separadas del luto fúnebre para confortar con su presencia de tanto abandono como se deja sentir en el País Vasco.
Suárez, recluido
Las filas del Gobierno permanecen cerradas, los barones no han entrado en el juego de otras veces. Parecen convencidos de la necesidad de Suárez, aunque puedan estar contrariados o desconcertados por su tendencia al repliegue. Y tras la decisión del Grupo Parlamentario Centrista de suprimir el artículo 15 de la ley de Presupuestos, que regulaba las incompatibilidades, sin consultar con el Gabinete, algunos empiezan a descubrir lo peor del conservadurismo que representa ,Miguel Herrero de Miñón.
Quien quiera la colaboración del PSOE tendrá que sentarlo en el Gobierno, señalaba un miembro de la ejecutiva socialista, porque «fuera del Gobierno sólo hay desgaste ». Para Suárez, por el contrario, quien quiera entrar en el Gobierno, que gane las elecciones.
En todo caso, los observadores coinciden en que la reclusión del presidente Suárez en la Moncloa, su ausencia de la escena pública en momentos en que desde sus propias filas hay un clamor de liderazgo, ha jugado un papel decisivo en el desencadenamiento y amplitud cobrada por la campaña del Gobierno de coalición.
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