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Lefebvre ve próximo un acuerdo con el vaticano

El líder de los católicos tradicionalistas, Marcel Lefebvre, reconoce, según informa la agencia France Presse, que el clima de las relaciones entre Roma y la Iglesia tradicionalista ha mejorado sensiblemente, vislumbrándose un próximo arreglo. «No pienso esto en solitario», afirma el obispo Lefebvre. «Varios cardenales que he contactado son de la misma opinión», añade. «Sólo la misa en latín queda como punto en litigio, pero las muchas peticiones en este sentido», continúa el obispo, «permiten augurar un feliz desenlace».

Marcel Lefebvre, el anciano y tradicionalista obispo rebelde, ve próximo el momento de un acuerdo con Roma. La marcha de los acontecimientos le ha ido privando, paso a paso, de las razones de su rebeldía. Pedía sotana y celibato, y el Vaticano quiere sotana y celibato; exigía la vuelta a la misa en latín, y los dicasterios romanos ya se dejan seducir por las peticiones de misa en latín; añoraba la teología de Trento, y los nuevos aires apuntan a la Europa cristiana medieval; estaba contra el marxismo, el comunismo chino y el soviético, y sobre ese tema sabe mucho más un papa que viene de Polonia. Con razón declara Lefebvre que «la atmósfera ha cambiado completamente».Pablo VI se murió sin querer recibirle. Sin embargo, muchos pensaron que el rebelde estaba abusando de la paciencia papal. No bastaba suspender a divinis a un pastor de la Iglesia católica que le adjudicaba veleidades modernistas, querencias liberales y traiciones de la ortodoxia. Pero el Papa nunca quiso excomulgarle.

Con Juan Pablo II ha dialogado a fondo y han encontrado en el cardenal Sin rival de Wojtyla en el último cónclave y que concitaba los votos de los cardenales más conservadores, un valioso intermediario. Los dos ya se encontraron en aquella Asociación de Padres Internacionales, en la que criticaron la línea progresista del concilio.

El extravagante caso de Lefebvre parece a punto de cerrarse. Y antes de que concluya se puede uno preguntar por qué ha tomado estas proporciones en la opinión pública. Desde que la princesa Pallavicini organizó la gran gala mundana para que el obispo rebelde se explayara ante la Prensa romana, Lefebvre no ha dejado de serjaleado por las fuerzas ultraderechistas. Blas Piñas se conmovió y lloró cuando, siendo anfitrión de Marcel Lefebvre, dijo aquello de que «admitir las tesis liberales y protestantes es admitir la disolución de la Iglesia católica». El príncipe Colonna, paladín de los patricios romanos, encontraba extravagantes las declaraciones del obispo francés «en el centro de la catolicidad». ¿Se deberá entonces su popularidad a la manera con que ha vapuleado a la autoridad? Calificar de «bolcheviques» a los cardenales romanos y decir que «Tarancón es un desastre para España», y que «lo que pretende es favorecer al concubinato», tampoco merece audiencia. Nada más lejos, por otro lado, de Lefebvre que identificar su crítica de la autoridad con cualquier forma de acracia. Sus discípulos en España enseñan el catecismo Ripalda, que es repetuoso con la autoridad, aunque, eso sí, declare también que el liberalismo es pecado y que sólo un católico puede leer del periódico, liberal la página relativa a las cotizaciones de la Bolsa.

No callar

El fenómeno Lefebvre quizá sea importante por otras razones. El ha expresado lo que muchos, por distintas razones, piensan de la Iglesia actual. Maurice Clavel, que fue cronista religioso del Nouvel Observateur y mentor de la nueva filosofía, denunciaba esta manía de la Iglesia en «ponerse al día», perdiendo toda fantasía crítica e innovadora. «Claro que la reproducción del consumismo o del goulag no justifica la vuelta a la inquisición», decía Clavel. No han sido pocos, y no sólo ultraderechistas, los que han interpretado la liberalización de la Iglesia como claudicación ante, el liberalismo. Para André Mandouze, catedrático de la Sorbona y profesor de Historia de la Iglesia, esa sospecha es falsa. Para el historiador, «la libertad tarda en entrar en la Iglesia». Por eso se permite esta severa sentencia: «No veo cómo el Vaticano podría condenar a Lefebvre sin condenarse a sí mismo, sin condenar simultáneamente su grave pasado».

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