El periodista, un testigo incómodo
Los funcionarios del Ministerio de Información iraquí parecían agobiados por esta rara especie de periodistas que les había llegado con la guerra: no se parecían en nada a los que estaban acostumbrados a tratar. Irak es un país prácticamente impermeable a la Prensa internacional y sólo abre sus puertas en determinadas fechas con unas giras turístico-periodísticas de relativo interés, con las que los organismos de propaganda tratan de demostrar la eficacia y justicia de la democracia popular baasista.
Cuando la guerra comenzó a alargarse, los funcionarios del Ministerio de Información empezaron a dar muestras de inquietud. Desde el punto de vista de la propaganda, las autoridades de Bagdad habían previsto la cobertura periodística de esta guerra con los mismos criterios de las habituales giras turístico-periodísticas.
Los informadores que llegaron por su cuenta a Bagdad en los primeros días de la guerra observaban con incredulidad que todos los gastos de alimentación, alojamiento y transmisiones de los periodistas que se alojaban en el hotel Meliá-Al Mansour corrían por cuenta del Gobierno.
Una vez que los funcionarios de Saddam Hussein se dieron cuenta de que la guerra ya no iba a ser un «paseo militar» trataron de quitarse de en medio a los periodistas. Primero avisaron que serían éstos quienes deberían pagar el hotel. Al ver que nadie resultaba impresionado por la cuestión, comenzaron a suceder cosas extraña: las líneas telefónicas eran peores cada día y las cintas de télex desaparecían por la noche.
Registros y persecuciones
El hotel Meliá, de Bagdad, era escenario de las más pintorescas escenas: funcionarios que correteaban tras los fotógrafos para pedirles los rollos, requisas de cintas magnetofónicas, habitaciones. invadidas por hombres armados que no se tomaban la molestia de llamar a la puerta y registraban el material de trabajo de algunos informadores.
A partir del quinto día de conflicto comenzaron las expulsiones por los motivos más pintorescos: un colega holandés fue obligado a abandonar el país, acusado de haber comentado a otro compañero que, según la BBC, la ciudad de Ahwaz estaba todavía en manos iraníes.
Las quejas sirven de poco en Irak, un país en el que una máquina de escribir resulta tan sospechosa como una pistola. En efecto, todos los iraquíes propietarios de máquinas de escribir están inscritos en un registro, y los periodistas extranjeros no logran escapar a esta regla. En la frontera, algunos vieron cómo se les requisaba tan peligroso aparato, mientras que al resto nos marcaban unas notas en el pasaporte.
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