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La canaria que heredó 4.000 millones de pesetas espera datos sobre la localización de su fortuna

Una nueva historia del tío de América se acaba de materializar en Las Palmas de Gran Canaria, donde una mujer, Pino Hernández Herrera, mayor de edad y soltera, ha recibido la noticia de que su hermano, el inventor Juan Hernández Herrera, muerto en Miami (Estados Unidos), el pasado 26 de agosto, le ha dejado en herencia unos 4.000 millones de pesetas.

Pino se enteró de que era multimillonaria el pasado jueves, semanas después de haber regresado del entierro de su hermano, que murió en tal estado de pobreza que su sepelio tuvo que ser costeado por sus amigos de Miami. El propio viaje a Estados Unidos de Pino Hernández fue sufragado por ésta después de empeñar sus joyas en el montepío local.Un pariente de ambos hermanos es el que luego ha descubierto que la indigencia del inventor era en realidad «una forma de vida», que se complementaba con su carácter solitario y, en cierto modo, religioso.

Aún no se ha especificado si son 4.000 o más los millones que heredará Pino, quien mañana recibirá en Las Palmas información más fidedigna sobre la fortuna, pero ya las entidades bancarias locales la han visitado para obtener el privilegio de custodiar el dinero cuando éste sea localizado.

La historia de Juan Hernández Herrera es, en verdad, típica entre las que ocurren en las islas Canarias, archipiélago diezmado tradicionalmente por una emigración que no cesa.

Juan abandonó Las Palmas cuando tenía diecinueve años, después de intentar infructuosamente estudios de peritaje industrial. Desde pequeño mostró una gran afición por los artefactos mecánicos, que ensamblaba y desacoplaba con una maestría singular. En Cuba, su primer destino de emigrante, profundizó en sus aficiones y se convirtió en investigador afortunado.

Canario amante del café, su primera obsesión en Cuba fue la de inventar una cafetera, ideó una para bares y la patentó con el nombre de Royal. La patente hizo fortuna y se llegó a comercializar en Barcelona y otras ciudades del mundo. Luego inventó otro modelo, llamado Nacional, que aún se sigue usando.

Antes de su muerte ideó otra máquina que hace un tipo de café muy, similar al licor.

La suerte de Juan Hernández no fue sólo la de inventor de cafeteras con éxito, sino la del hombre de negocios, que se lanza a la aventura empresarial y construye hoteles funda una emisora de radio y se pone al frente de varias salas de fiesta. «Salas de fiesta en las que cantaban mulatas», cuenta su hermana, «pero que eran muy serias, porque él era tan religioso que incluso dedicaba oraciones al Espíritu Santo».

Al parecer, la fortuna de Juan Hernández está repartida en varias instituciones y países, es producto de sus patentes, y será laborioso recopilarla. Según los parientes del inventor, éste estuvo cercano a la revolución castrista cuando los barbudos de sierra Maestra lograron su triunfo sobre la dictadura de Batista. Pero luego, cuando comenzaron las nacionalizaciones, decidió exportar su dinero y marcharse él mismo a Estados Unidos.

Los periodistas asedian estos días a Pino. Ella ha aprovechado la contingencia para pedir para su hermano el nombre de una calle y un monumento en su honor, «porque era muy bueno, un gran inventor y un hombre muy religioso».

Un grupo de sobrinos se ha preocupado por la herencia que le ha tocado a Pino. Con la socarronería habitual en el canario de su edad, dice ella: «Yo soy la heredera universal. Los sobrinos se están portando bien: quiero decir que se han desengañado y que ya saben que no les toca nada».

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