Predicar no es gobernar
Como presentíamos hace no más de cinco días, «ya están los obispos españoles metidos en política». Ha bastado que uno de ellos mencione la oposición radical de la Iglesia al divorcio para que se afirme que «no se conocía en España una injerencia tan obvia y descarnada del poder eclesiástico en los asuntos del Estadoxi, para dogmatizar dedo en alto que «no es la Iglesia ni el Episcopado el llamado a gobernar».Pero resulta que la postura del Evangelio ante el divorcio es anterior a la existencia de todo Estado europeo moderno y que la Iglesia glosa para católicos el Evangelio mucho antes de la presión divorcista de veinte siglos más tarde. No se piense que cuando algunos periódicos dicen a los obispos que predicar es un intento de gobernar, los obispos van a callar, asustados de la tremenda audacia dialéctica.
El mismo día en que la Prensa se hacía eco de la pastoral del cardenal primado de Toledo era cuando afirmábamos, a propósito de otra clara postura de los obispos alemanes, la libertad de la Iglesia para iluminar las conciencias de «sus» fieles, y de entre éstos no excluimos a los gobernantes; los cuales tienen luego, en el área autónoma del regimiento de la sociedad civil, que conjugar los datos doctrinales con las circunstancias prácticas, tarea en que nadie osará invadir su conciencia individual.
El cardenal de Toledo no lo hace: se limita a la aportación preocupada. de nuevos elementos de juicio. No se pretende, pues, ensanchar, con el torpe destornillador de una retórica sectaria, la grieta de una inexistente discrepancia doctrinal entre los obispos españoles. Miembro del Consejo de Presidencia y del Comité Ejecutivo de la Conferencia Episcopal Española, el cardenal de Toledo suscribe el documento colectivo de noviembre de 1979, en que los obispos afirman: que el matrimonio es intrínsecamente indisoluble; el divorcio no es un derecho de la persona humana (por otra parte, ningún código internacional lo incluye); la legislación divorcista es un plano inclinado hacia males sociales cada vez mayores; la quiebra de la unión conyugal implica la quiebra mucho más grave de la institución familiar misma; se debe aspirar a que la legislación sobre el matrimonio y la familia coincida con las exigencias del orden moral.
2 de octubre
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.