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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Las naciones desunidas y el nuevo orden económico internaciónal

El pasado 26 de agosto se inició en Nueva York la undécima sesión extraordinaria de la Asamblea General de las Naciones Unidas, dedicada a discutir una estrategia económica a nivel mundial para la década de los ochenta. Pese a que las discusiones aún no han finalizado -la sesión de clausura será el 5 de septiembre-, interesa analizar el contexto de esta reunión y las tensiones e intereses que subyacen entre los tres grupos asistentes: el de los países llamados en vías de desarrollo; el de los occidentales industrializados, y el de los denominados socialistas industrializa dos.Esta sesión de la ONU sobre el desarrollo y el Tercer Mundo es un eslabón más de la cadena de encuentros que en diferentes foros se han venido realizando para encontrar una fórmula de funcionamiento entre los tres grupos citados, en vistas a lograr un nuevo orden económico internacional (NOEI). Hasta hoy, sin embargo, los economistas expertos en la cuestión coinciden en señalar que, al mismo tiempo que no se han alcanzado resultados sustanciales, la situación mundial ha empeorado dramáticamente.

El Banco Mundial explica en un informe reciente que una sexta parte de la población del planeta -780 millones de personas- vive en condiciones «por debajo de cualquier definición razonable de dignidad». Mohamed Bedjaoui, miembro de la Comisión de Derecho Internacional de la ONU, escribe que en el Tercer Mundo hay 250 millones de personas sin una vivienda habitable; trescientos millones de desempleados permanentes; 550 millones de analfabetos, setecientos millones que padecen malnutrición, y 1.200 millones que no tienen acceso ni al agua potable.

Mientras que todos los informes indican que la situación tiende a empeorar, nadie pone ya en duda de que se debe alcanzar un nuevo orden económico internacional. Para unas naciones, la miseria alcanza y supera los límites del horror; para otras, poderosas, que durante mucho tiempo especularon con abundante mano de obra (y, por tanto, barata) y la emigración tercermundista, lo que ayer era ventaja hoy se transforma en peligro: el ejemplo de Irán ha encendido muchas luces de alarma en los economistas y políticos occidentales.

Descentralizar la producción

Si bien todos coinciden en alcanzar un NOEI la concepción que se tiene de éste -y la sesión de la ONU es, en muchos aspectos, decisiva para clarificar puntos de vista- no es idéntica. Para los países englobados en el grupo B de la sesión de la ONU, o sea, los industrializados occidentales y Japón, todo paso hacia un nuevo orden les supone perder poder económico y político en la periferia del sistema mundial. Poseedores de tecnología más avanzada, de una eficaz penetración en los mercados, sistemas de producción y comercialización en el Tercer Mundo a través de las corporaciones transnacíonales y un aceitado entramado financiero, los miembros del grupo B no parecen dispuestos a negociar nada, excepto -y hay discrepancias entre ellos sobre este punto- canalizar más o menos ayuda hacia las naciones subdesarrolladas, y reestructurar el sistema en base a una descentralización de la producción a nivel mundial.

En otras palabras: el grupo B, y especialmente Estados Unidos, la República Federal de Alemania y Japón, están interesados en que se desarrolle un alto nivel de industrialización en algunos países (por ejemplo, Brasil), pero de una for ina articulada con los centros de decisión económica internacional. Al mismo tiempo, no están dis puestos a ceder su control sobre las materias primas que resulten imprescindibles para su desarrollo industrial. Esta descentralización, por supuesto, sólo beneficia a un puñado de países que se insertan, así, de una manera más activa en la división internacional del trabajo.

El recambio, si bien incluye algunas de las reivindicaciones tercermundistas (por ejemplo, traspaso de alta tecnología), no se acerca a un nuevo orden que procure mayor equidad en el reparto de riquezas en el mundo. Pero las desigualdades parecen aceptarse, pese a cifras tan abrumadoras como las que citábamos al comienzo, con naturalidad. En mayo pasado, el subsecretario de Estado norteamericano para Asuntos Económicos, Richard Cooper, declaraba que «el sistema internacional funciona razonablemente bien».

Las estadísticas señalan que, pese a la crisis económica y al aumento del precio del petróleo, los países occidentales desarrollados siguen obteniendo grandes beneficios en sus inversiones en el Tercer Mundo aprovechando, fundamentalmente, recursos y mano de obra barata. En la sesión de la ONU que comentamos, el secretario de Estado norteamericano, Edinund Muskie, salió al paso de toda acusación, el pasado 26 de agosto, lanzando sus críticas a la.OPEP y a los países socialistas: a los dos, por no ayudar más al Tercer Mundo, y a los miembros de la primera, por fomentar la crisis con sus aumentos de precios.

Un Tercer Mundo dividido

Para quienes todavía creen en mitologías tercermundistas o en el internacionalismo proletario de los países del Este, el contexto de esta sesión de la ONU puede ser propicio para desencantos. En realidad, la acusación de Muskie, si bien es un rodeo para evitar asumir el papel de Estados Unidos en el injusto sistema mundial actual, es cierta. Los riquísimos Gobiernos de la OPEP -que en 1980 se salcula que ganarán 115 billones de dólares- destinan sólo cinco billones para ayuda al resto del Tercer Mundo, en tanto que el resto lo reconvierten a través de bancos del Occidente capitalista e inversiones más rentables.

Con respecto a los países llamados socialistas, liderados por la URSS, su posición es de no cuestionar las estructuras del sistema capitalista -paralelamente a que las relaciones comerciales y de traspaso de mano de obra e inversiones entre el Este y el Oeste son cada vez más intensas, como lo demuestra André Gunder Frank en su obra La crisis- y limitarse a alentar que el Tercer Mundo proteja sus recursos naturales e imponga controles sobre las actividades de las multinacionales. Las reivindicaciones tímidas tienen su explicación económica y política: la URSS está tan interesada como Occidente en controlar riquezas naturales e intercambiar manufacturas y tecnología por esas materias primas. La Academia de Ciencias Sociales de la URSS aplaude en sus publicaciones, por ejemplo, el programa agrícola de la dictadura argentina, porque este país le vende grandes cantidades de cereales, y no aceptó entrar en el bloqueo propuesto por Estados Unidos a Moscú. En agradecimiento, la URSS vetó en las Naciones Unidas que se enviase una comisión investigadora sobre violaciones de derechos humanos a Buenos Aires.

Dentro del Grupo de los 77 (que en realidad son 119), o sea, los tercermundistas, existe una gran diversidad de posiciones. Casi todos coinciden en una serie de puntos que son los que ahora se están discutiendo en Nueva York y que comenzarán a desarrollarse como acuerdos globales y parciales desde 1981 en adelante. Ellos son: a) Comercio internacional e industria: el Tercer Mundo pide que se eliminen las barreras restrictivas y proteccionistas que impiden que sus productos compitan en el centro del sistema. b) Alimentación y agricultura: se intenta crear un sistema alimenticio mundial y llegar a una estrategia contra el hambre. La cuestión es sumamente conflictiva, dado que los alimentos se han transformado en los últimos años en una poderosa arma política, al mismo tiempo que muy pocos monopolios controlan el denominado agrobusiness. c) Sistema monetario y financiero: el Grupo de los 77 reclama un mayor poder de decisión en los organismos internacionales financieros, especialmente el Fondo Monetario Internacional, y cuestionan un sistema de préstamos que abultan más y más sus ya grandes deudas externas, sin que esos préstamos puedan destinarse al desarrollo de los países. Además, la deuda externa crece en gran parte como resultado del deterioro de los términos de intercambio, dado que las materias primas tercermundistas -con la excepción del petróleo- pierden precio en relación con las manufacturas y la tecnología del centro. d) Energía: no sólo Occidente critica a la OPEP por los aumentos de precios del petróleo, sino que muchos países del Tercer Mundo se ven sumamente afectados por su política. El documento base para la sesión de Nueva York propone que se racionalice el consumo de energía y que se investigue en la dirección de buscar otros recursos renovables.

La creación de un nuevo orden económico internacional enfrenta, entre otros, estos problemas, pero, como escribe Bedjaoui, ha llegado la hora de que el reparto del mundo ceda el paso al mundo del reparto.

Mariano Aguirre es periodista especializado en cuestiones latinoamericanas y del Tercer Mundo. Escribe en diversos medios de Prensa y radio de España y América.

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