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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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La ceguera de Israel

Emilio Menéndez del Valle

Tal vez la portentosa imaginación literario-política de la que hacen gala Larry Collins y Dominique Lapierre en su famosa novela El quinto jinete pueda algún día no muy lejano ser plasmada en la práctica por un grupo de fanáticos. El colocar una bomba atómica en Nueva York, con la pretensión de hacerla detonar si Estados Unidos no accede a presionar al Gobierno Beguin para que cese en su intransigencia, es, hasta ahora, tan sólo una creación literaria con extraordinarios visos de realismo.Sin embargo, si se analiza detalladamente la actual situación en Oriente Próximo, no es descabellado concluir que en unos pocos años cualquier parecido entre la ficción y la realidad no tiene por qué ser necesariamente mera coincidencia. En la novela en cuestión quedan claras la cerrazón y la locura de una sociedad egoísta como la israelí y la desesperación y el fanatismo de un líder árabe, Gadafi, empujado a las últimas consecuencias por el creciente expansionismo sionista, concretado en los continuos asentamientos en los territorios árabes ocupados.

Mientras que la locura atómica de Gadafi está aún por constatar, la cerrazón y la intransigencia del Estado de Israel son ya bien patentes.

La última muestra, probablemente definitiva, consiste en declarar a la ciudad ocupada de Jerusalén «capital indivisible» del Estado judío. Ello constituye una provocación sin precedentes para el mundo árabe, que considera Jerusalén ciudad santa del Islam. Pero lo más grave es que se trata, de una provocación innecesaria para la seguridad de tal Estado. Como lo es la política de establecer colonias judías en los territorios árabes ocupados.

Israel actúa arrogante, prepotente e innecesariamente no sólo al pretender anexionarse Jerusalén, sino también al tratar despectiva y desafiantemente al único país árabe, Egipto, del que había conseguido, momentáneamente, neutralizar su actitud de hostilidad antisionista. Políticamente hablando, es de ciegos desafiar la precaria existencia de los acuerdos de Camp David con acciones como las que vengo comentando. Actitud bien expresada en la carta de arrogante estilo recién enviada por Beguin a Sadat: «Jerusalén es y será una, capital indivisible de Israel, y bajo su soberanía... Nuestros asentamientos (los realizados en los territorios ocupados) son legales y legítimos y parte integral de nuestra seguridad nacional. Ninguno de ellos será removido».

La frase de lord Acton, trasladada a las conductas de los pueblos y de los Estados, es perfectamente aplicable en este caso: el poder tiende a corromper, y el poder absoluto, a corromper absolutamente. Militarmente hablando, Israel es el Estado más potente de Oriente Próximo, debido al arsenal y recursos norteamericanos hasta ahora puestos a su disposición. Su error consiste en utilizarlos prepotentemente. La corrupción del poder absoluto, unida a la ceguera y arrogancia política, pueden significar para Israel el principio del fin. Arrogancia, prepotencia y autosuficiencia (en realidad sólo engañosa, autosuficiencia, al depender casi exclusivamente de EE UU) han obcecado de tal modo al poder israelí que le impide sopesar racionalmente las consecuencias históricas de sus actos.

Firmeza árabe

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De no modificar su actitud, lo más probable es que a medio plazo (nunca antes de las elecciones norteamericanas de noviembre) la intransigencia sionista produzca un frente de mayor firmeza anti-lsrael entre los países árabes, incluido el propio Egipto. Pues locura política es adoptar medidas que se alejan del espíritu de Camp David y que han de bloquear la artificial vía de entendimiento iniciada con Egipto, comprendida la farsa bilateral -aún no iniciada- en que consisten las conversaciones egipcio-israelíes sobre la pretendida autonomía de los palestinos que, por su hipocresía, éstos rechazan como un solo hombre.

La inevitable radicalización árabe que la anexión oficial de Jerusalén y la política de colonialismo en general va a provocar acabará por poner al rojo vivo el nivel de tensión en Oriente Próximo. Ello llevará necesariamente a EE UU a tener que tomarse el tema en serio. Si es con Carter, Israel acabará perdiendo, porque éste -aunque todavía veladamente- es proclive a oponerse a los excesos sionistas. Si Reagan es el inquilino de la Casa Blanca (lo que el poder israelí seguramente anhela, y con lo que probablemente ha contado al actuar como lo ha hecho), perderemos todos, incluido Israel, porque la intransigencia del ex actor de Hollywood es pareja a la israelí, y puede colocar al mundo al borde de la guerra.

Tiempo es de que, por el bien de todos, las escasas fuerzas que dentro de Israel representan la sensatez, el sentido común y la madurez política se pongan en movimiento. Cuando la inmensa mayoría de la comunidad internacional, bien representada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (y paulatina, pero decididamente, la CEE y el propio EE UU), estima que no hay solución para Oriente Próximo, y, consiguiente mente, para Israel, sin el reconocimiento de los derechos nacionales del pueblo palestino y sin el de su legítimo representante, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el Estado de Israel no puede pretender para siempre «sostenella y no enmendalla».

Corresponde a esas fuerzas organizarse adecuadamente para hacer comprender a la sociedad israelí -antes de que sea demasiado tarde- que no es justo ni, en este caso, políticamente rentable, querer resarcirse de un holocausto con otro. Que el justo derecho a existir de un pueblo, el israelí, no puede lograrse a costa del no menos justo derecho de autodeterminación de otro, el palestino, hoy expulsado de su tierra.

No se puede combatir lo que el Gobierno israelí llama terrorismo con un terrorismo de Estado. Israel tiene que hacerse a la idea de que mientras no varíe su política de intransigencia a ultranza la lucha de la resistencia palestina proseguirá por los mismos cauces. Y de nada vale denominarla «terrorismo» cuando un Estado actúa en las relaciones internacionales como lo hace el de Israel. Los israelíes recuerdan muy bien que 1972 fue un ano en que las actividades terroristas proliferaron especialmente. En mayo tuvo lugar la matanza del aeropuerto de Tel Aviv: veintiocho muertos a cargo de un «comando suicida» japonés. Y en los Juegos Olímpicos de Munich, otras diecisiete víctimas. Como consecuencia de tal oleada de terror, determinados Estados occidentales iniciaron una campaña en Naciones Unidas para lograr la condena internacional de los actos terroristas. El 8 de septiembre de 1973, el secretario general, Waldheim, solicitaba la inclusión del tema terrorismo en la agenda de la Asamblea General.

Sin embargo, los debates producidos en la ONU desde esa fecha no revelan un apoyo masivo de la comunidad internacional al concepto de terrorismo propuesto por EE UU y algunos de sus aliados. Tal como fue originariamente presentado por Waldheim, el asunto terrorismo debería haber sido considerado bajo el título Medidas para prevenir el terrorismo y otras formas de violencia que pongan en peligro u ocasionen la muerte de seres inocentes o amenacen las libertades fundamentales. Pero, a propuesta del embajador Barrody, de Arabia Saudí (no precisamente un militante marxista-leninista), la Asamblea General enmendó este título e incluyó esta significativa frase en el proyecto de resolución a discutir: Medidas para prevenir... (etcétera)... y el estudio de las causas subyacentes de todas aquellas formas de terrorismo y actos de violencia que se deriven de la miseria, frustración, agravio y desesperación que llevan a algunas personas a sacrificar vidas humanas, incluidas las suyas propias, en un intento de conseguir un cambio radical.

Durante el debate para la inscripción de este nuevo título en la agenda de la Asamblea, y luego en los habidos en la VI Comisión (jurídica) y en la propia sesión plenaria, EE UU y una minoría de Estados insistieron infructuosamente en que los actos terroristas eran separables de su motivación política o social y que, por tanto, podían ser tratados como delitos comunes. No obstante, la XXVII Asamblea de la ONU adoptó por abrumadora mayoría la tesis opuesta y designó un comité ad hoc para estudiar el terrorismo y sus causas.

Es elemental que en el conflicto de Oriente Próximo una y otra parte deben abandonar la lucha armada -llámesela a ésta como se quiera- e iniciar el camino de la negociación política. Pero el primer gesto ha de ser efectuado por la parte más fuerte militarmente, esto es, Israel.

Emilio Menéndez del Valle es asesor para asuntos internacionales del secretario general del PSOE.

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