Andalucía, en la crisis del Estado de las autonomías
La última conmoción política española tuvo su epicentro en Andalucía. El endeble árbol de UCD fue zarandeado el 28 de febrero por el pueblo andaluz, por un pueblo indignado. Penalizada de manera singular en lo económico, en lo social y lo político, Andalucía se ha situado, de un golpe de conciencia, en el vértice de la crisis española.Al optar, el verano pasado, con imprevisto vigor, por la vía del 151, el pueblo andaluz dislocó el plan constitucional de las autonomías -plan no explícito, pero claro, sin embargo-, que reservaba el autogobierno para las nacionalidades históricas y proponla para las «regiones» una mera descentralización administrativa, dibujada en el artículo 148 de la Constitución.
Hoy, bloqueada la autonomía andaluza, se encuentra también bloqueado el Estado de las autonomías. Porque el título VIII de la norma suprema no puede desarrollarse «tapando» a Andalucía, y el estado actual de la cuestión andaluza, así como la correlación de fuerzas políticas, proscriben la vía del 143. Ese es el hecho. Y los hechos, como dice la flema inglesa, tienen la cabeza muy dura.
El hecho andaluz es tanto más grave cuanto que la incipiente democracia española sufre por el Sur, más que por ninguna otra parte, un bloqueo social. No se puede consolidar la democracia en España consolidando a la vez el subdesarrollo meridional, manteniendo la triunfante hegemonía del latifundio, consagrando el paro masivo con el paternalismo estatal de los fondos de empleo comunitario, y cuando no sólo está cerrada la válvula de escape de la emigración, sino que retornan a su tierra, en volumen creciente, aún no investigado, andaluces en paro procedentes de Cataluña, Madrid o el Norte. Al fuerte paro endógeno andaluz viene a añadirse así una buena parte del excedente laboral de las metrópolis industriales en recesión. Así se cierra, dramáticamente, el círculo del desarrollo desigual de los pueblos de España, factor determinante del creciente nacionalismo andaluz.
La verdad es que se están arrojando demasiados materiales combustibles sobre Andalucía. Y no tratamos de resucitar hipérboles catastrofistas de otros tiempos, como aquélla de un periódico de Madrid, en 1919 -«Tras Despeñaperros, ruge un volcán»-, que se nos ha venido a la memoria, al calor, quizá, de los incendios de los campos béticos, de nuevo vigentes. Se trata sólo de reconocer, sin exageración, la vital importancia de una próxima autonomía andaluza, para romper el círculo de la frustración general de un pueblo, demasiado castigado ya, y también por España misma. Pues ni la democracia española puede sostenerse sobre la injusticia del Sur, ni el Estado de las autonomías debe convertirse en un campo de trampas para los pueblos de España. Sobre todo, a la vista de que la trampa en que ha caído el pueblo andaluz ha atrapado también al nuevo Estado y al partido en el poder.
En fin, en este forzoso plazo de reflexión que depara el verano cabe profundizar el análisis de nuestra cuestión, cada día más nuestra y más profunda.
Autonomías y democracia en España
La cuestión andaluza no sólo ha dislocado el plan constitucional de las autonomías, sino también, a la vez, la estrategia de UCD, consistente en consagrar autonomías únicamente allí donde hay burguesías periféricas organizadas y articuladas a ella a través del «modelo de sociedad» (congruentemente, la actual crisis del «centro» tiene que paliarse ensanchando las alianzas por la periferia, con las burguesías catalana y vasca; en rigor táctico, la crisis no tiene otra salida).
O sea, las autonomías reales sólo son digeribles para el Gobierno a condición de que sean de «centro». Los contenidos de clase del nuevo Estado se ven díáfanos por ahí. El 151 resulta peligroso allí donde no existe el contrapeso de un nacionalismo burgués. La primera contradicción fuerte que frena la construcción del Estado de las autonomías es ésa, la que se da entre autonomías de «centro» y autonomías de izquierda. Pero opera, además, otra: la que existe entre la conveniencia objetiva para la burguesía de potenciar regionalismos centristas en las áreas de la periferia en donde aún faltan -para frenar los nacionalismos de izquierda y fomentar la homogeneidad autonomista- y la hegemonía de UCD, que merma a medida que se organizan partidos de «centro» en dicha periferia. Por esto, cuando Clavero Arévalo se propone llenar en Andalucía el hueco de una burguesía regionalista, el partido del Gobierno se apresura a cortar la hierba bajo los pies del bienintencionado catedrático. La hierba se corta, en este caso, prometiendo-aconsejando-amedrentando a las ya enclenques huestes de la burguesía andaluza predispuestas a apoyar el proyecto claveriano.
¿Cómo se resuelven esas dos contradicciones? ¿Cómo se construye el Estado de las autonomias sin resolverlas? Tema grave de la geopolítica española. De alguna forma -y quizá estemos en España en un momento viejo lleno de nuevas formas-, la historia se repite bajo dos constantes contemporáneas, cuyo rastreo nos ocupa desde hace tiempo. Una, la frustración reiterada, casi empecinada, de la democracia en España. Otra, la incidencia, tan mal elucidada hoy, de Andalucía en la dinámica española.
A la luz de la primera constante, nos vemos de nuevo en el trance de verificar si, por fin, la burguesía española tiene ya hoy, tras la mayor acumulación de capital que le han deparado los dos últimos siglos -gracias a una dictadura larga y eficaz-, capacidad política para estabilizar la democracia. Los síntomas al respecto son alarmantes. Con una Constitución autonomista y democrática, en las manos, la clase en el poder es incapaz de digerir autonomías que no sean de «centro» ni libertades que no circulen debídamente encorsetadas y disminuidas. Incapacidad que bloquea el desarrollo de la nueva democracia y el nuevo Estado, y potencia retrocesos. Con lo que la primera constante apuntada parece mantenerse: aun después de la mayor acumulación capitalista de la historia española, parece fallar uno de los elementos objetivos par una democracia de tipo occidental: una burguesía segura de sí misma y políticamente preparada. Y la crisis económica no puede dar la explicación determinante de esa carencia que nos amenaza.
La segunda constante expuesta -el importante papel de Andalucía en la historia contemporánea española, hoy olvidado- va ligada a la primera. Ya que, a lo largo de los dos últimos siglos, se ha querido construir el Estado liberal en España con cargo a la explotación y el subdesarrollo del Sur. Y siempre fracasó el intento. Tampoco hoy puede estabilizarse el nuevo Estado contra Andalucía. El error histórico de UCD, al combatir la autonomía andaluza, pone, de nuevo, en primer plano las claves andaluzas de la historia contemporánea española. Vuelven a tener sentido las palabras de Guichot, en su Historia general de Andalucía, y las de Maurín, hombre lúcido. Para el primero: «El suelo andaluz continúa siendo, en la época contemporánea, el vasto palenque donde se discuten y deciden los destinos de España». Para el segundo: «El papel de Andalucía en la historia española contemporánea es de una importancia tal que ella determina, en realidad, la marcha de toda la nación» (Los hombres de la dictadura).
Error histórico
El nuevo diapasón andaluz nos devuelve esa constante, poniendo otra vez a la luz la incapacidad de la burguesía española. La aberración de UCD nos devuelve aquellas palabras de Ortega, en El Sol, escritas tras una estancia en la Córdoba convulsionada de 1919: «La capital de España ignora profundamente lo que pasa en España. Roma, cabeza del mundo, no entiende nada del mundo».
Y con la II República, Madrid, que había empezado a entender a Cataluña y al País Vasco -como ahora-, tampoco entendió a Andalucía. Y Blas Infante tuvo que clamar en el desierto palabras certeras: «La terrible hambre jornalera es más amarga siendo republicana que monárquica, porque, además de ser hambre de pan, es hambre de esperanzas defraudadas por la República». Y sabemos hoy que, en último análisis, el hambre jornalera de Andalucía se llevó por delante a la República; porque su final, ho se olvide, empezó en Casas Viejas.
¿Cuándo entenderá Madrid lo que pasa en Andalucía o cuándo lograremos los andaluces hacérselo entender? De esto van a depender m,tichas cosas.
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