La URSS y la RDA ganaron también las medallas que "dejaron" estadounidenses y alemanes occidentales
Los XXII Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en la URSS, pasarán a la historia con un vacío «de poder» innegable. No cabe duda que en el historial olímpico figurarán los ganadores, pero, al realizar cualquier comparación con Juegos anteriores -y quizá con los venideros-, se notarán ausencias significativas, como las de Estados Unidos, la República Federal de Alemania (RFA) o Japón. Precisamente por ellas, si en Montreal se superaron nueve récords mundiales de atletismo y veintiséis de natación, los dos deportes básicos, el balance en Moscú fue de seis y diez, respectivamente. La URSS y la RDA ganaron más medallas que nunca, al aprovecharse de las «dejadas» por los rivales que «sólo pudieron ser».La Unión Soviética, como era de esperar, dominó claramente en el cómputo general de medallas en «sus Juegos», y con las ochenta de oro, por ejemplo, o las 195 totales, estableció un récord difícilmente superable en el futuro. En Montreal también había triunfado, pero con 47 y 125, respectivamente.
La RDA, segunda ya en títulos hace cuatro años -aunque no en el número total de tres primeros puestos-, obtuvo 47 y 127 ahora, por cuarenta y noventa de entonces. Entre soviéticos y alemanes orientales, consiguieron en Moscú 127 medallas de oro, mientras el resto de países sólo alcanzaron 77. Así, pues, la URSS sola, con sus ochenta descontada la RDA, obtuvo más títulos que el resto de países juntos. En el total, el reparto estuvo más igualado, aunque siempre con ventaja URSS-RDA: 320 por 309.
Las razones de este dominio fueron evidentes. Si en Montreal-76 Estados Unidos obtuvo 94 medallas, 34 de ellas de oro, e incluso la República Federal de Alemania y Japón, 39 (10) y 25 (9), respectivamente, es lógico que la suma ahora se haya dirigido más aún a los «solitarios» poderosos. Al margen de otros países de menor entidad o de ciertas individualidades, también bajas en Moscú, y que hubiesen podido ganar algún título, el hecho evidente es que los Juegos Olímpicos de 1980 tuvieron un claro sabor a Espartakiada. Los 36 récords del mundo superados indican que hubo un nivel muy aceptable -peor hubiese sido la ausencia de los países socialistas, de mayor nivel, como podría suceder en Los Angeles-84-, pero, con toda seguridad, inferior al que «pudo haber existido».
Además, a esta cifra de récords cabe hacerle algunas puntualizaciones para que tampoco resulte engañosa. Las plusmarcas sólo cabe establecerlas en ciertos deportes «medibles», pero no en los «juzgables». Curiosamente, en Moscú la mayoría de récords mundiales, trece, se superaron en halterofilia, modalidad en la que las bajas apenas (por no decir nada- hubiesen influido en caso de participar. En Montreal sólo se superaron tres. En ciclismo, a la pista del velódromo de Krilatskoie, el mejor del mundo, según los técnicos, sólo le faltó estar a la altitud de México para que los cuatro récords superados se multiplicaran. En Montreal no se batió ninguno. En tiro hubo otros cuatro récords, por uno solo en 1976 -y otro igualado- En atletismo, sin embargo, aun con la disculpa del gran grado de humedad, perjudicial para las mejoras, se superaron sólo seis récords, por nueve de Montreal; en natación, únicamente nueve -y uno nada más masculino, el magnífico Salnikov, bajando de los quince minutos en los 1.500 libres-, por veintiséis en la ciudad canadiense.
Así pues, sólo con las plusmarcas de los dos deportes básicos, en Montreal-76 prácticamente se igualó el total de las conseguidas en Moscú. Resulta evidente que las diferencias entre los dos Juegos han surgido por el boicoteo. Aunque sea moviéndose siempre a un nivel teórico -por lo cual resulta difícil asegurar qué habrían ganado Estados Unidos, la RFA o Japón, entre otros-, el hecho real es que su ausencia ha devaluado los Juegos en un tanto por ciento apreciable y de forma irreversible.
Reuniones posolímpicas
Hoy, martes, en Roma, comienza la serie de reuniones europeas de atletismo, en las que intervendrán norteamericanos. En las preolímpicas de Stuttgart, Londres y Oslo, las condiciones atmosféricas no fueron favorables, y las marcas, por ello, sólo discretas. La «troupe» estadounidense irá después a Berlín-Oeste, el día 1; a Colonia, el 10, y a Zurich, el 13. Precisamente en esta pista -también milagro para los récords, como lo es para las pruebas de fondo la del estadio Bislet, de Oslo- se espera el máximo rendimiento de los atletas. En ella, además, se encontrarán -como en las anteriores- muchos de los atletas olímpicos en Moscú. Serán los pocos momentos de comparación que se podrán hacer en el "deporte rey".
Los organizadores de los Juegos dejaron para el último día la competición hípica de los saltos de obstáculos individual. La Copa de las Naciones, tradicional broche de oro olímpico, ya lo habían programado días antes. Hubiese resultado ridículo ver en día tan señalado a equipos como Bulgaria, Polonia o la URSS, que no son nadie en el concierto internacional, dominando un concurso sin los mejores occidentales: Estados Unidos -vencedor en la última Copa del Mundo-, Francia -campeón en Montreal-, Gran Bretaña, Italia o la RFA. Fue más discreto dar así, individualmente, otro triunfo a un país del Este por primera vez en los Juegos Olímpicos. El polaco Kowalcyk, vencedor, superó al soviético Korolkov y a los únicos candidatos «no socialistas» capaces de quitarles el triunfo: el mexicano Pérez Heras, que logró el bronce, tras un barrage de desempate, y el guatemalteco Méndez. Todos ellos, ilustres desconocidos al mejor nivel, y que si se les ocurre participar en el próximo concurso de Rotterdam, primera gran cita de la mejor hípica tras el boicoteo generalizado a Moscú, difícilmente entrarán en alguna prueba entre los diez primeros.
Realidades así han predominado en los Juegos, y decirlas ha sido para tratar de poner la principal cita del deporte mundial en su justo valor.
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