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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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El Fondo Monetario Internacional

Como ocurre con toda institución, el papel asignado al Fondo Monetario Internacional es algo que queda dentro de una nebulosa por más que un defensor salga a romper una lanza a favor de la neutralidad que debería jugar y el rol aséptico que teóricamente tiene. En unas coordenadas internacionales marcadas por la desigualdad entre países pobres y ricos, por la imposición de opciones económicas por parte de los grandes sobre los pequeños y por el predominio de la ideología económica de los desarrollados al margen de la eficacia global, intentar presentar al Fondo Monetario Internacional como una organización neutra y cuyo único objetivo se centra en el crecimiento y equilibrio de los intercambios entre los países del área de libre mercado es una evidente falacia. Desgraciadamente no hay instituciones económicas químicamente puras y esto no puede ignorarlo un antiguo directivo de las estructuras del propio Fondo.A guisa de respuesta a una serie de afirmaciones realizadas por el autor de este artículo en otro publicado en La Vanguardia (16-7-80), José Diego Teigeiro Ruiz publicó en EL PAÍS una tribuna libre (23-7-80) en la que, antes de explicar el funcionamiento del FMI, se permitía emitir juicios negativos sobre lo que significaría para el conjunto de la sociedad española que el reino de España solicitara un préstamo de 2.000 millones de dólares al Fondo para compensar el déficit esperado de la balanza de pagos de este año. Pero el problema planteado en el artículo publicado en La Vanguardia no era el funcionamiento, el mecanismo mediante el cual el FMI presta dinero a un país miembro, sino las repercusiones, lo que Teigeiro denomina «condicionalidad», de un préstamo de esta institución.

Las condiciones del FMI

Son numerosos los críticos a la función equilibradora del FMI como para que yo me sume a ellos. Es indudable que el Fondo ha ejercido un papel preponderante a nivel de préstamos internacionales cuando no había otra institución a la que acudir para solucionar los problemas coyunturales o estructurales que presentaba la balanza de pagos. Pero de ahí a querer hacer que se comulgue con la rueda de molino de su «profesionalidad» e inocuidad hay un abismo. El Fondo es una institución surgida de la segunda guerra mundial e impregnada hasta el tuétano de la ideología de la gran potencia¡ occidental, EE UU, vencedora en esa guerra. Pero no es cuestión de discutir ahora eso, sino intentar ver si un préstamo de la cuantía del pretendido que fuera a pedir el Estado español supondría algún precio que debería pagar, en principio, toda la sociedad.

Y es en esta cuestión donde falla todo el mecanismo discursivo de José Teigeiro, ya que él mismo reconoce que para poder acceder a un préstamo importante del Fondo hay que presentar al mismo tiempo un programa que goce de la aprobación de los expertos del FMI. No es cuestión de hablar de «condicionalidad» del crédito o de si es el Fondo el que impone las condiciones. Se tienen que poner de acuerdo el Gobierno que solicita el crédito y el FMI sobre el programa que se va a aplicar para acabar con los problemas de balanza de pagos que se hayan detectado en la economía del país solicitante. Y, si no se ponen de acuerdo, no hay préstamo. La cosa es así de simple.

La discusión, pues, se plantea en cuáles son los mecanismos que hay que aplicar y el gradualismo de los mismos. «Antes de presentar una solicitud de compra, el país miembro analiza con funcionarios del Fondo su programa de estabilidad financiera, incluidas la política fiscal, monetaria, cambiaria, comercial y de pagos que se proyecta adoptar durante el período en que esté en vigor el programa... Los criterios aplicados por el Fondo para determinar si la asistencia debe proporcionarse o no son más liberales cuando la solicitud se relaciona con el primer tramo del crédito..., que en el caso de una solicitud en los tramos de créditos superiores...» (1).

Y siguiendo con las citas: «El programa de estabilización que presenta el país miembro al solicitar ayuda en los tramos superiores es un programa global». Los ejemplos de por dónde va esa estabilización, lo que en el artículo de Teigeiro se define como programa básico necesario, son numerosos, y no hay que alejarse mucho en el tiempo: por ejemplo, el último préstamo concedido por el FMI el pasado mes de junio lo ha sido a Turquía, y por valor de 1.250 millones de DEG, a cambio de dos devaluaciones consecutivas de la lira turca, en enero de este año, en un 33%, y a primeros de junio, en un 5,5% más; de abrir la economía turca a una mayor competencia externa y a la inversión extranjera, además de reducir de forma drástica el déficit público y luchar monetariamente contra la inflación. Las implicaciones sociales a corto y medio plazo que este modelo de ajuste de la economía turca va a provocar son algo claro.

Hay una ortodoxia tecnocrática a la hora de conceder los créditos solicitados, que se puede resumir de la siguiente forma: cuando un país miembro en apuros de pagos solicita un crédito, la política que le impondrán los expertos del Fondo seguirá el siguiente modelo: abolición o liberalización de los controles sobre el tipo de cambio y las importaciones. Devaluación del tipo de cambio. Programa antiinflacionario basado en una política monetaria restrictiva, con elevación de los tipos de interés; en el control del déficit fiscal, reduciendo las subvenciones y las transferencias a productos y empresas, aumentando los impuestos indirectos preferentemente e incrementando los precios de los servicios públicos; en el control de los aumentos de salarios. Mejora de las ventajas a la inversión extranjera.

Como ya han criticado repetidamente economistas independientes e instituciones como la UNCTAD, este modelo de estabilización para los países pobres o para los intermedios, como España, provoca inevitablemente tensiones sociales, entre las cuales hay que destacar el aumento del desempleo, ya pronosticado en mi artículo en La Vanguardia, que le valió a Teigeiro para salir al paso de la campaña contra la solicitud del préstamo. Y lo que hay que preguntarse y debatir seriamente es si, la sociedad española, con un nivel de paro superior al 10% y un ritmo de crecimiento inferior a la media de la OCDE, puede permitirse en estos momentos aplicar un nuevo programa clásico de control de la demanda, impuesto directamente por el Gobierno en virtud de las instrucciones de los funcionarios del Fondo. Hay que discutir si existe margen político para llevar a cabo el ajuste de esta forma o no. En la economía española, como ya lo mostraron los acuerdos de la Moncloa o el AMI, existen unas posibilidades políticas y sociales que pueden dar origen a programas concertados o negociados que vayan más allá en las reformas de fondo y en las soluciones que las repetidas fórmulas coyunturales de los tecnócratas del FMI, educados en las más conservadoras universidades anglosajonas. Hay que discutir si nuevamente, y a tan sólo dos años de aquello, se necesita otro mecanismo similar al de los pactos de la Moncloa para que la economía española intente salir de la crisis.

Certificados de buena conducta

Sin embargo, no debemos olvidar las posibilidades de influencia indirecta en la economía española que puede tener el FMI. Una cosa es el Fondo y otra las distintas instituciones financieras internacionales privadas que se dedican a canalizar recurso s a través de los euromercados hacia empresas y Gobiernos con diversas dificultades o necesidades de financiación, sin exigir demasiadas condiciones. Por ello puede pensarse que no es necesario pasar por las exigencias impuestas por el Fondo para conceder sus préstamos, siendo posible recurrir a otras fuentes alternativas. Pero la realidad es que desde hace varios años, especialmente desde la subida del precio de los productos energéticos, el Fondo se ha convertido en una institución cada vez menos prestamista y más «supervisora» y «expendedora» de certificados de buena conducta económica, imprescindibles, en ciertos casos, para conseguir créditos de instituciones privadas. Baste recordar el bombo que se le dio desde las instancias oficiales al informe elaborado por el FMI sobre el programa de ajuste de la economía española en 1977 para comprenderlo. Este papel de intermediario del Fondo convendría que no fuera olvidado por las fuerzas políticas y sociales que desean que la superación de la crisis se haga por vías de diálogo y colaboración dentro del país, y no con opciones impuestas desde fuera, con merma de la soberanía nacional.

1. Boletín del FMI, septiembre de 1979, página 8.

Salvador Arancibia es redactor económico de la agencia Colpisa.

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