El coste del crédito y los beneficios de la banca / y 2
El informe realizado por el presidente de la AEB se realiza a partir de cifras totales para el conjunto de la banca. Creo que puede ser interesante un análisis desagregado para tener una idea más ajustada del comportamiento de la banca. En el cuadro 1 se ofrecen datos de los siete grandes bancos para los años 1974, 1978 y 1979. Destacan los siguientes aspectos:- El progresivo papel de los servicios dentro de la cuenta de resultados; esta rúbrica se incrementa respecto al año anterior en un 56%. El margen financiero se reduce, ya que, aunque aumentan los productos de empleos, lo hacen en mayor proporción los costes financieros. El margen de explotación (margen financiero + productos de servicios) sigue incrementándose, situándose en 1979 en un 5,53 % de los activos medios (4,96 % para el conjunto de la banca).
- Entre los componentes del margen de explotación se aprecia una ligera flexión en los gastos de personal en el último año. Adquiere progresiva importancia la partida de saneamiento de activo, que ya supera ampliamente al, beneficio neto.
- La rentabilidad de los recuros propios mejora ligeramente, pese a la leve reducción del beneficio neto sobre activos medios, debido a la menor significación de los capitales propios en. los recursos totales.
En síntesis: en 1979 se consolidan los cambios que se observan, sobre todo a partir de 1976, en el comportamiento de la banca. Ante la dificultad de repercutir los costes crecientes en los tipos de interés directamente, se impone el cobro de los servicios que antes no se percibían.
Las diferencias que se observan entre 1974 y 1979 en el margen de explotación y sus componentes son realmente importantes. En 1974, el total de gastos sobre activos medios era del 2,68%, y en la actualidad es del 4,57%. Se ha producido, pues, un incremento porcentual, en los gastos, del 1,89%. Para tener una idea de lo que esto significa, baste decir que, si la banca hubiera mantenido la estructura de costes de 1974, en 1979 los ahorradores y/o utilizadores del crédito se hubiéran beneficiado, sólo en los siete grandes bancos, en 96.000 millones de pesetas. Hay que advertir que el margen de explotación de la banca era, ya en 1974, alto en relación al de otros países por haber experimentado un crecimiento sostenido en años anteriores.
El aumento de los gastos ha tenido una influencia decisiva en la formación del tipo de interés al ampliar sustancialmente el margen de explotación; si éste se hubiera mantenido al mismo nivel de 1974, el tipo de interés de las operaciones de activo libres en 1979 habría sido el 11,79%, es decir, cuatro puntos inferior al que resulta en la actualidad, utilizando para este cálculo la distribución de activos y rentabilidades existentes para el conjunto de la banca, ya que no es posible hacerlo para los siete grandes bancos. Podrá argumentarse que una parte de los gastos consiste en saneamientos del activo crediticio, y que éstos son necesarios para salvaguardar la continuidad de la actividad bancaria sin que las entidades se descapitalicen. Aceptado esto y considerando exclusivamente el resto de los gastos, si éstos se hubieran mantenido al nivel relativo de 1974, el tipo de interés de las operaciones de activo libres sería en la actualidad del 12,82%, es decir, 2,90 puntos inferior. Recordaré nuevamente que la rebaja del interés actual que el presidente opina se produciría, con la supresión o rentabilidad de la inversión obligatoria, es de 2,15 puntos. Entiendo que se ve claramente de dónde procede el incremento del tipo de interés que ahora el presidente de la AEB propone corregir parcialmente, con la hipótesis poco realista de supresión de los coeficientes de inversión.
En el cuadro 2 se expone un detalle por empresas, que permite apreciar el distinto comportamiento de las entidades bancarias, dentro de la política común de poner énfasis en el cobro de los servicios. Puede observarse cómo parece que tienden a estabilizar el margen de explotación en torno al 6%. En efecto, los bancos que en 1978 mantenían un margen de explotación más reducido lo incrementan considerablemente en 1979, como es el caso del Central y el Hispano; las entidades cercanas al 6% experimentan leves reducciones (Banesto y Bilbao). La actuación más meritoria, en este sentido, corresponde al Banco de Vizcaya, que ha reducido su margen, aun sin estar en las cotas más altas en 1978. Los casos más espectaculares son el del Santander, con un margen del 6,26%, aunque, a pesar de todo, inferior al de 1978, y el del Popular, que lo ha incrementado considerablemente en 1979, situándose en un 6,05%. Esta última entidad ha conseguido aumentar su beneficio neto en 1979 en un 38%. E n cualquier caso, parece observarse un proceso de igualación entre las distintas entidades, reduciéndose las diferencias existentes. Así, en 1978, la diferencia entre el margen más alto (Santander) y el inferior (Central) era de 1,87 puntos. En el año 1979 la diferencia entre el Santander y el Hispano es de 1,15 puntos. Sobre la probable evolución del margen de explotación en los próximos años haré alusión más adelante.
Según los datos conjuntos de la banca, el coste del crédito se ha incrementado desde 1975 en un 50%, aproximadamente. El presidente de la AEB nos ofrece las cifras promedias para 1979 del 15,5 % para los descuentos normales y del 16% para los créditos normales. Se trata de una media, y habrá unas entidades que cobren más que otras. La única entidad que publica datos al respecto, convenientemente clasificados, es el Banco Popular, y, según los mismos, para 1979 el tipo aplicado a las operaciones de descuento era del 16,28 1%, y para los créditos, del -19,07%. Insisto en hacer notar que este no es el coste efectivo para el utilizador del crédito, ya que habría que incluir las comisiones integradas en la ya voluminosa cuenta de servicios, cuya importancia ha pagado, de ser prácticamente nula en 1974, asignificar el 1,20% de los activos totales medios (algo más de 60.000 millones de pesetas en 1979).
El abanico de tipos de interés reales en nuestro país debe ser bastante amplio, por vanas razones; en primer lugar, porque unos bancos cobran más que otros; en segundo término, porque existen economías de escala y no pueden ser iguales las condiciones que negocie la gran empresa que la pequeña y mediana; por último, parece lógico pensar que, en muchos casos, la banca se ve obligada a mantener, e incluso a incrementar, el nivel de riesgo en empresas en las que, si tuviera libertad para decidir, seguramente no se implicaría; se aspira a no perder el grueso del crédito ya concedido a la inversión realizada. En estas circunstancias, se establece una tensión entre los propios resultados de la entidad bancaria y el nivel de presión financiera que las empresas puedan soportar sin poner en peligro su existencia. Deben ser numerosas las situaciones en que, debido al compromiso ya contraído, a participaciones accionarias o a la imagen de la empresa adscrita al grupo, los bancos conceden un trato de favor cuando son conscientes de la imposibilidad de que la empresa subsista si se aplican tipo de interés del mercado. Se trata de lo que podríamos denominar un segundo coeficiente de inversión «autoimpuesto» en activo con menor rentabilidad, que obliga, para mantener los ingresos, a incrementar el coste de los recursos libremente asignados.
El presidente de la AEB exponía en -su informe del pasado año: «Algunos dicen, sin que se entre tengan en probarlo, que el crédito bancario cuesta más del 20% anual ... ». Pues bien, en mi opinión , el coste que el presidente de la AEB parece atribuir a posturas desorbitadas o críticas demagógicas es una estimación modesta que infravalora el coste real del crédito bancario que están soportando la mayor parte de las pequeñas y medianas empresas de este país. Lo que importa que nos preguntemos son las consecuencias económicas de esta situación y si la estructura productiva puede soportarla.
Los dos componentes del coste real del crédito son el margen de explotación y la remuneración de los recursos ajenos. Como he hecho antes referencia al coste del pasivo, voy a centrar la atención en el margen de explotación.
Los 1,56 puntos de diferencia en el margen de explotación entre 1974 y 1979 proceden de un incremento de un punto en los gastos generales, de personal y amortizaciones; 0,89, correspondientes al saneamiento de activo, y a la reducción de 0,33 puntos en el beneficio antes de impuestos sobre los recursos medios.
El crecimiento de los gastos no puede separarse de la tremenda expansión de oficinas que se experimenta en el período 1975-1979 y que aún no se ha detenido. En diciembre de 1974, la banca tenía 5.628 oficinas y, al finalizar 1979, contaba con 12.238 (en el primer trimestre de 1980 ha abierto 171 oficinas más). En este dato tan evidente -es muy significativo que el presidente de la AEB no haga referencia al mismo- reside la explicación fundamental de crecimiento relativo de los gastos de personal, generales y amortizaciones. Esta fuerte expansión iba a proporcionar una amplia red de instalaciones bancarias que el país no necesitaba en absoluto y que ha conducido a un sobredimensionamiento del sector. La competencia desatada por ganar o conservar cuota de mercado y la obsesión por el ranking ponía el crecimiento como meta fundamental, con la esperanza de que la rentabilidad vendría dada por añadidura. En cuanto a las cifras crecientes asignadas al saneamiento de activo por los siete grandes bancos en 1979, correspondieron al activo crediticio 0,56 puntos (28.300 millones de pesetas), y a cartera de valores, 0,33 puntos (16.700 millones).
Ambas cuestiones -la extensión bancaria y las mayores dotaciones para fallidos y regularización de cartera- explican, pues, el incremento de los gastos que se ha trasladado al margen de explotación; por otra parte, la aguda competencia en la captación de recursos ajenos para intentar rentabilizar las nuevas oficinas ha influido en la elevación de los costes de pasivo. De esta forma, en mi opinión, es más ajustado a la realidad aceptar que el alza de los tipos de interés, tanto activos como pasivos, se explica, en buena medida, por la propia actuación claramente inflacionista de la banca, que afirmar, sin más, que el alto coste del crédito se debe a la inflación.
Parece claro que la expansión de la banca y el saneamiento de su activo suponen un coste que ha de sorportar un sector real cada vez más débil, pero también es evidente que la banca está profundamente implicada en el mismo y, a la larga, su propia suerte dependerá de la del sector real que le sirve de soporte. En resumen: su dinámica de cobertura de unos costes que han alcanzado niveles que no admiten ningún tipo de comparación, ni con los existentes hasta hace unos años, ni, por supuesto, con los de otros países industriales, implica que los sectores reales soporten la presión con creciente dificultad.
Cuando el presidente de !la AEB señala que el único camino para reducir el coste dé crédito es la su presión o rentabilización de los coeficientes obligatorios de inversión, lo que está diciendo en realidad es que, a corto y medio plazo, no puede esperarse una reducción del coste del crédito bancario. Creo que tiene razón. La posibilidad de una baja de tipo de interés banca rio real dependerá básicamente de que se reduzca la remuneración del ahorro, dada la rigidez a la baja de los componentes del margen de explotación. No puede esperarse que la banca renuncie voluntaria mente a sus beneficios, aunque hay que decir que suponen un porcentaje cada vez menor, al margen de explotación (en 1974, el 32%, y en 1979 el 17%). Sin embargo, la posibilidad de reducir la remuneración del ahorro captado por la banca resulta problemática no sólo por las tasas de inflación, sino por las posibilidades alternativas existentes y la propia competencia interna de la banca.Las posibles consecuencias de un procesoHasta ahora he hecho referenciar a la banca en conjunto o a los siete grandes, pero resulta claro que existe una gran disparidad entre la situación de las diferentes empresas. Creo que hay dos factores fundamentales que pueden orientar sobre la situación económica de las entidades: la tasa relativa de expansión y el peso de la cartera de participadas.,
Por último, entiendo necesaria una matización adicional sobre la relación del tipo de interés y el nivel de inflación. El presidente de la AEB, al referirse a la desaceleración del coste del crédito, puntualiza: «... es evidente que, frenle *a la inflación actual, incluso al tipo promedio del 15,72 %alcanzado en 1979, el coste del crédito en términos reales sigue siendo negativo, aunque no tanto como lo ha sido durante los años anteriores, de mayor inflación y menor coste no minal del crédito». Este argumento es profusamente utilizado por los estudiosos en nuestro Sistema Fi nanciero. En esencia, lo que parece querer indicarse es que, mientras el tipo de interés no supere la tasa de inflación, el sistema económico, está subvencionando al utilizador del crédito, que sólo paga un interés positivo en la medida en que el coste del crédito supere a la inflación. Dejando a un lado que en el año 1979 muchos empresarios españoles han pagado una tasa de interés positiva, si se admiten como razonables las consideraciones ex puestas en este apartado, creo interesante que se medite sobre el supuesto implícito del razonamiento, que es admitir que los utilizadores del crédito pueden obtener un rendimiento del mismo al menos equivalente a la tasa de in flación. Creo que está bastante claro que no es eso precisamente lo que sucede en la empresa española. Por tanto, en mi opinión, los razonamientos en torno al tipo de interés «real» deben utilizarse con
El coste del crédito y los beneficios de la banca
cuidado porque, en nuestro país, muchas empresas tienen problemas, en ocasiones insolubles, por la presión del coste del crédito. Les queda, sin embargo, el dudoso consuelo de que se estén beneficiando de un tipo de interés «real» muy reducido.Cuanto más intenso haya sido el esfuerzo de expansión y mayor significación tenga la cartera de participadas, es lógico pensar que más deteriorada será su situación. El esquema esbozado creo que puede ayudar a explicar los graves problemas que están afectando a algunas entidades con vocación industrial y, sobre todo, a las que han conformado su activo en los últimos años. Los casos más graves se producen si, además, se han comprometido en una fuerte ampliación territorial; el panorama se complica cuando el punto de partida era una dimensión muy reducida, bien por tratarse de entidades de creción reciente o porque, siendo antiguas, pero de tamaño insignificante y sin reservas acumuladas, se han lanzado a una expansión agresiva, pagando un pasivo caro que implicaba altos tipos activos y, por tanto, reducidas posibilidades de, selección de clientela, asunción de un mayor, nivel de riesgo, y entrada en operaciones altamente especulativas para compensar los elevados costes de funcionamiento.
Si se admiten como razonables las afirmaciones anteriores sobre la rigidez de la baja del coste de intermediación, y que no es fácil que pueda reducirse sustancialmente la remuneración del ahorro, ¿qué sucedería si, como consecuencia de la prolongada crisis y el deterioro de las expectativas, se debilitara la demanda de crédito? Es lógico pensar que se incrementaría la competencia por el buen cliente de activo y que ésta debería de articularse sobre la base del tipo de, interés y el plazo de las operaciones.
El primer freno a la supuesta baja del tipo de interés a nivel global sería el coste de producción, es decir, la remuneración de recursos ajenos y el coste de intermediación. Pero un análisis a nivel global no sería realista si se tiene en cuenta, pomo antes se ha apuntado, que la problemática de las entidades bancarias es muy diferente, como lo son sus costes de producción, por lo que si se intensificara la competencia en la captación de los clientes de activos solventes, las entidades con menores costes de producción mantendrían su nivel de actividad y descendería el de aquellas empresas que no pudieran competir; éstas tendrían que aceptar niveles de riesgo progresivos que conducirían, finalmente, al fondo de garantía de depósitos o en entidades que pudieran asimilar a las empresas no competitivas.
En definitiva, el proceso de estos últimos años. es previsible que tropiece con las posibilidades efectivas del sector real, lo cual puede ser la palanca que intensifique el proceso de concentración en la banca española. Dicho de otra forma, la primera fase de la competencia bancaria, alimentada por una expansión irracional, la ha soportado el sector real de la economía, pero si éste se debilita impulsado, entre otros motivos, por el incremento de los costes financieros, se verán eliminadas las unidades menos competitivas. dentro del propio sector bancario. Si el esquema planteado es correcto, y se redujera sustancialmente la demanda de crédito, los problemas de algunos bancos que han debido ingresar en la corporación bancaria, y otros que sin. ingresar están siendo ayudados de forma extraoficial por el Banco de España, no son sino el comienzo de una escalada que dará lugar a un nivel de concentración bancaria muy superior al actual.
Conviene advertir que el incremento de los costes de intermediación no puede prolongarse mucho más allá de los niveles actuales por tres motivos: en primer lugar, resulta dudoso que el sector real pueda seguir soportando la situación; en segundo término, el nivel actual del coste de intermediación constituye una amplia brecha que puede inducir a la potenciación de una canalización directa entre grandes ahorradores y empresas saneadas; por último, a pesar de las elevadas barreras de entrada que supone participar en el mercado doméstico, es problemático que la banca española pueda soportar la mayor liberalización exterior que implica la entrada en el Mercado Común. El impulso del mercado organizado de letras, pese a la recortada legislación sobre instalación de banca extranjera, constituye un primer aviso.
Si la crisis económica se prolonga, es posible en mi opinión, que asistamos a una crisis bancaria de amplias proporciones, que obligue a adoptar algo parecido a un plan de salvación del sector bancario. Resulta ocioso decir quién lo pagaría. No dejaría de ser irónico que la dinámica competitiva del sector bancario, que sólo ha servido para debilitar a los sectores productivos, al imponerles «gravámenes» cada vez más altos, encontrará, al final, que ni siquiera los sectores reales puedan soportarla y se tuviera que recurrir, como se está haciendo en la actualidad, pero en mayor medida, al sector público, argumentando algo difícilmente rebatible: que la actividad bancaria es un servicio público de vital importancia. Cuando se tienen estos temores, resulta tranquilizador que el gobernador del Banco de España manifieste que la crisis bancaria ya ha pasado y que se han establecido los mecanismos necesarios para prever cualquier eventualidad. Ojalá sea así.La liberalización de los dividendos bancarios
Se ha producido recientemente un aIza bursátil que tenía como base la noticia de que iba a cesar la limitación del reparto de dividendos de las entidades bancarias, establecida en 1941, en un 6% sobre el capital propio. Imagino que si esa medida se adopta por nuestras autoridades económicas será por presiones de la propia banca, aunque no sería extraño que se sostuviera su conveniencia pensando en que conceder mayores cotas de libertad es bueno por principio con independencia de nuestra circunstancia específica. Como es obvio, si se desea suprimir una limitación de dividendos máximos a repartir, es porque se piensa incrementarlos y merece la pena examinar, siquiera muy brevemente, las posibles consecuencias de esta medida.
Parece claro que la elevación del tipo de interés de los activos financieros es un factor explicativo de primer orden para comprender la baja de las cotizaciones bursátiles, que no ha dejado de producirse desde 1974. En concreto, la base de partida de la rentabilidad efectiva por dividendos, en el sector bancario (1,20% para las principales entidades en 1974), sólo podría sostenerse en un ambiente de euforia. Cuando éste desaparece, las operaciones financieras (ampliaciones de capital) pasan de ser elemento positivo a negativo en el comportamiento de las cotizaciones, y se pierden las esperanzas respecto a las revalorizaciones, se impone la realidad del distanciamiento de la rentabilidad efectiva por dividendos respecto a otros activos financieros.
La banca era perfectamente consciente de que esta diferencia constituía una losa para sus cotizaciones, pero no le era posible forzar el acercamiento por la limitación existente respecto- a la cuantía de los dividendos en relación al capital propio. El problema no estaba en que se obtuvieran beneficios suficientes, sino en el hecho de que el alza de las cotizaciones que finaliza en 1974 fue acompañado de un intenso proceso de dilución, aumentando la significación del capital en los recursos propios y limitándose el dividendo sobre el nominal por esta vía. La única posibilidad de incremento estaba en el reforzamiento de las reservas, pero las dotaciones anuales de los beneficios ordinarios no eran suficientes para un incremento sensible; sin embargo, la importancia de la regularización acentúa las posibilidades de aumentarlos.
En el cuadro número tres se expone la evolución de los dividendos en 1979; puede observarse el incremento generalizado de los mismos, excepto en el Banco de Santander, donde su prodigalidad en incrementar capital con cargo a reservas obliga a la reducción. No es de extrañar que haya sido este banco (precisamente. el de mayor margen de explotación) el que públicamente más haya insistido en la supresión de la limitación existente. Resulta claro que si se liberaliza la distribución de dividendos, la gran banca, al menos, tiene posibilidad de incrementarlos sustancialmente, como muestran las proporciones que se asignan a dividendos del beneficio neto, y que ello puede favorecer una recuperación de las cotizaciones. Dado el comportamiento de la banca en los últimos años, no sería extraño que procedieran a elevaciones generalizadas y, en este caso, admitida una evolución de los beneficios similar a la de los últimos años, se incrementaría el «pay-out» de forma inmediata; lo que resulta más dudoso es suponer que la banca, si puede, aceptara de forma permanente una situación en la que la mayor parte de sus beneficios se destinaría a dividendos y, lo más probable, es que pretendiera un acercamiento a sus niveles actuales. Si esto fuera así, se presionaría al alza el margen de explotación y ello repercutiría en una subida del tipo de interés.
Consideraciones finales
La elevación del tipo de interés real, a la que ha cooperado el comportamiento interno de la banca privada, está afectando al proceso inversor por la doble vía de influir negativamente en las cuentas de resultados de las empresas no fi nancieras y deprimir las expectativas. En nuestro país, el empresario industrial encuentra que difícil niente podrían igualar los rendimientos de sus posibles inversiones reales los que puede obtener, con riesgo reducido o nulo, si emplea sus recursos en activos Financieros. Hay que considerar que ningún sector industrial español obtiene de sus capitales propios rentabilidades equiparables a las que puede conseguir mediante las emisiones públicas u otros activos financieros privados. Dicho de otra forma, la elevación del coste de los recursos Financieros, y su incidencia en el proceso inversor, hay que situarlos en relación a las expectativas de beneficio de las inversiones reales y a las rentabilidades que brinden inversiones alternativas. Esto, que piiede parecer obvio, se olvida frecUentemente y se exige del empresario que sea inversor activo y que actúe racionalmente. Me temo que ambos calificativos pueden ser, en muchos casos, contradictorios en la situación actual de la economía española. Cuando se habla de huelga diinversiones, o de perjudicar el régimen democrático, habría que considerar esta situación objetiva. Como ha señalado la Confederación Española de Organizaciones Empresariales en su reciente informe « Medidas urgentes para fomentar el empleo», la política financiera «hace más atrictivo buscar rentabilidades puramente, finiancieras en sustitución de renta b:llidades de inversión real»; sin embargo, a pesar de esta afirmación, al enumerar las razones que dificultan la inversión real, no se hace referencia, de forma explícita, al elevado coste de los recursos fi nancieros. Entiendo que sólo puede explicarse esta omisión por el piso de la banca en la CEOE, lo ctial no deja de sorprender si se tiene en cuenta el claro conflicto de intereses entre la banca y la industria y, sobre todo, con la pequeña y m.ediana empresa. En la crisis económica que estamos padeciendo, la actuación de la b,inca no ha hecho sino agravarla, sui ineficacia ha llegado a unos niveles difícilmente soportables para el sector real de la economía y, si el proceso continúa, posiblemente afectará seriamente a la propia institución bancaria. Al plantearse ctialquier medida financiera, los responsables de la política económica deberían tener presente su incidencia, no sólo sobre las propias instituciones financieras, sino sobre el sector real que les sirve de soporte y, en este sentido, meditar sobre el hecho de que una mayor dosis de competencia es favorable para el sistema económico, cuando el castigo de la incompetencia es la expulsión del mercado, pero no lo es si degenera en una ineficacia global a cargo, al menos en primera instancia, de los sectores reales y, en segundo término, a cuenta del dinero público.
El desprestigio, perfectamente justificado, del sector público en el plano empresarial, es tino de los más pesados lastres que la economía española ha heredado del régimen anterior. Un sector público que no ha tenido más filosofía de actuación que aceptar la supremacía del sector privado y que ha servido como refugio final de sus incompetencias más notorias. Si en nuestro país tuviéramos una gestión empresarial «normal» en el sector público, en mi opinión, la alternativa a la situación actual de la banca española estaría muy clara. y habría que plantear su nacionialización, no por motivos ideológicos, sino por puro pragmatismo. Claro que esta alternativa está, por ahora, tan fuera de la realidad como la pretensión del presidente de la AEB de que se supriman, de un plumazo, los coeficientes de inversión obligatorios de la banca. Para tratar de frenar el proceso descrito, habría que considerar una intervención decidida en las entidades bancarias más ineficaces, aunque soy consciente de que esto va en contra de la línea dominante de pensamiento que se propone, para mejorar la situación actual, intensificar el grado de competencia financiera. Ojalá sea esta la solución.
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