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"Los dos grandes problemas del emigrante son el retorno y la educación de sus hijos"

La emigración española en Europa cumple ahora sus primeros veinte años de «exilio». Los 459.000 españoles residentes en Francia representan la colonia más numerosa de todos los países comunitarios. Por ello, sus preocupaciones y angustias reflejan más ampliamente la especificidad de esta «nueva sociedad», generada y bien aprovechada por el crecimiento «salvaje» de las economías occidentales durante su último cuarto de siglo, y hoy convertida en «residuo» de la crisis, del que cada cual quiere desembarazarse.

El presidente francés, Valéry Giscard d'Estaing, con el anuncio de la «pausa» comunitaria, no ha hecho más que ennegrecer un poco más el horizonte de estos españoles, que desearían saber «quiénes» son.La emigración española es una creación de las autoridades españolas a finales de los años cincuenta. En aquella época ya sobraba mano de obra ni hacían falta divisas. Veinte años después, «los dos grandes problemas de la emigración son el retorno y la educación de sus hijos», estima un responsable del Consulado de París, cuya demarcación es la más amplia de toda Europa (un tercio del territorio francés y 100.000 españoles del total de la emigración).

La crisis económica y el paro han llegado a todas partes

Pero España «produce» 1.500 parados diarios actualmente, y Francia sufre un mal similar. En 1979 regresaron a España definitivamente 16.193 emigrantes. Pero el primer problema de la mayoría ahí está el retorno. «O quedarnos aquí», explica José María Oliver, presidente de la Asociación de Padres de Familias Españolas, en Francia (Apeff),«pero con alguna garantía seria, porque cada día nuestras perspectivas se encogen: no sabemos si nos renovarán o no la residencia, no sabemos si educamos a nuestros hijos para vivir en Francia o en España, nuestra inestabilidad en todos los órdenes envenena la vida y el porvenir de nuestras familias».Giscard d'Estaing, al solicitar la «pausa» en la ampliación del Mercado Común, ¿ha querido decir que también se les aplicará la «pausa» a las ya frágiles garantías de residencia de los emigrantes españoles? Esta pregunta la formulan las autoridades españolas en París, como los propios interesados. Cuando el presidente Adolfo Suárez vino a París, el otoño último, su homólogo francés, Raymond Barre, le firmó una carta en la que le aseguraba que sobre los españoles no pesaría una nueva ley, que, prácticamente, autoriza a los responsables galos, al final de cada año, a expulsar el contingente de obreros que deseen. El agregado laboral en París, Juan Picón, aborda de manera genérica el no fácil diálogo franco-español, referente a los problemas de la emigración, y explica «las autoridades francesas, frente a cada cuestión, en última instancia alegan siempre el argumento según el cual «esto se resolverá cuando España haya entrado en el Mercado Común». Por ello, cabe pensar que la «pausa», hoy, crea una interrogación por lo que toca a la renovación de cartas de residencia de españoles».

En espera del retorno o de clarificar aquí su situación, la emigración española, materialmente, ha pasado de la época de las desgracias de la primera época a la «era del camembert», es decir, que cada cual come su pan y continúa enviando sus divisas, salvo los parados, posiblemente, que ascendían a 10.475 hace un año largo. En 1977, los emigrantes españoles enviaron a España 194 millones de dólares, y 160 millones en 1978. Según la última cifra conocida aquí, en 1974 el total de las divisas ingresadas en la balanza de pagos por los emigrantes españoles de todo el mundo representó el 7,7%.

La problemática emigrante se agudiza, hasta el drama en no pocas ocasiones, debido a su condición de desarraigados forzosos. «Y por añadidura», dice un responsable de la emigración, «la crisis económica ha convertido el paquete que hemos sido siempre en un bulto, del que el Gobierno francés, como el español, desearían liberarse». El agregado laboral, Picón, reconoce que a estas alturas «hay que hacer un replanteamiento nuevo de las necesidades de la emigración, basado en una superación cultural, porque es una sociedad que, como tal, se mueve y vive diferentes etapas».

El diálogo sobre este tema es muy difícil

A nivel de autoridades, el diálogo franco-español referente a la emigración no es fácil. Sin embargo, entre los responsables oficiales españoles en París y la emigración «existe un díálogo», se reconoce por arribas partes, lo que no quiere decir que «les resolvamos todos los problemas que, de hecho, les hemos creado», confiesa una fuente autorizada del consulado, que cita, de entrada, el problema «último» de un ser humano, es decir, la muerte. Si morir es desagradable siempre, para un emigrante en Francia la «cosa» se complica a causa del negocio de las funerarias. Trasladar un muerto a España cuesta actualmente 4.000 francos (70.000 pesetas), pero el calibre del robo lo define el hecho de que hace pocos años la misma labor le costaba exactamente el doble a cada familiar del cadáver. Las protestas y la competencia han hundido el «mercado». El Estado español no subvenciona estas «causas» y, quizá por ello, y por razones económicas, mueren pocos emigrantes aquí.

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