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Editorial:Dos conmemoraciones
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dionisio Ridruejo

EL QUINTO aniversario que ahora se cumple del fallecimiento de Dionisio Ridruejo es una buena ocasión no sólo para rendir homenaje a su memoria, sino para reflexionar sobre la situación actual y las perspectivas futuras de nuestra clase política. Las características de la transición explican que la defensa de las libertades corra hoy parcialmente a cargo de quienes las sofocaron y censuraron durante décadas, y que las prédicas en favor del pluralismo tengan a veces como insólitos portavoces a quienes teorizaban no hace poco en su contra. Sin embargo, la réplica de que nuestros actuales gobernantes lo son gracias al voto popular resulta concluyente frente a quienes desearían ocupar el poder en nombre de los valores democráticos, pero sin respetar ese principio básico que es acatar la voluntad del cuerpo social libremente expresada en las urnas.No se trata, por eso, de negar a los hombres públicos el derecho a cambiar de mentalidad y de ideología en función de causas objetivas y de las propias experiencias personales. Precisamente, Dionisio Rídruejo, un demócrata sincero la mayor parte de su vida, militó en la Falange de la preguerra, ocupó cargos de poder durante la contienda y combatió en la División Azul. Y es que Dionisio hizo todo eso, pero hizo mucho más: abandonó el poder cuando el franquismo no había hecho más que comenzar, y encabezó, mediados los años cincuenta, los movimientos de oposición contra el régimen. A diferencia de buena parte de nuestros actuales gobernantes, abandonó la cúpula del poder y se marchó a la calle mucho antes de que el cambio de sistema fuera inevitable y de que la oposición fuera una opción políticamente rentable hacia el futuro. Y fue censurado, multado, procesado, despojado del pasaporte, encarcelado y expulsado de su país por el régimen anterior -servido por hombres que hoy continúan en el poder- por defender esas libertades y esos valores democráticos que teóricamente presiden nuestro actual ordenamiento constitucional.

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Ridruejo fue ejemplo por su honestidad personal, por su calidad como escritor, por su rigor intelectual y por su comportamiento público. Fue también el primer hombre procedente del campo de los vencedores que sostuvo, dentro de nuestras fronteras, la necesidad de reconciliar a los españoles y de superar los traumas de la guerra civil, y que encauzó su práctica de opositor en esa dirección. Y fue un adelantado a la hora de exponer como posibilidad el cuadro institucional que hoy es, aunque sólo sea en la letra de las leyes, una realidad. No resulta fácil presumir, en cambio, que Ridruejo imaginara que tantos hombres del franquismo pasarían sin solución de continuidad de un régimen a otro sin cambiar apenas de despacho.

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La ingratitud que la clase política española en su con junto ha mostrado hacia la memoria de Dionisio Ridruejo es, desgraciadamente, bastante más que una carencia moral. Es, sobre todo, un síntoma de que ninguna formación partidista puede reivindicar su recuerdo sin denunciarse a sí misma. Ahora que alguna gente comienza a moverse inquieta en torno a la idea de un partido-bisagra entre UCD y PSOE, emparentado con las tradiciones laicas, reformadoras, liberales y éticas de nuestro pasado republicano o monárquico, quizá no resulte demasiado aventurado conjeturar que esa formación política habría podido ser una realidad si Dionisio Ridruejo no hubiera muerto unos meses antes que Franco. En cualquier caso, alguien tiene que reivindicar ahora la obra y el recuerdo de Dionisio Ridruejo como señas de identidad de un modo de hacer en política que, desgraciadamente, escasea cada día más entre nosotros.

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