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Droga, violencia y "rock"

Un extraño pasmo se ha apoderado de cuantos asistieron al diminuto y agitado concierto que el cantante Lou Reed dio en Madrid hace sólo unos días. Y, en verdad, hay de qué. Máxime cuando hoy, en el mismo escenario de los incidentes, no podrá cantar Bob Marley, que, a buen seguro, hubiera aparecido con su proverbial canuto en los labios y sordo a la advertencia puntual del diario El Alcázar: «Si hay próximo concierto, la cosa puede ser más grave si alguien no hace algo. Quien avisa ... ». Deseoso de no ser traidor, el comentarista de Ya aspira a rellenar con precisión teológica esa grieta del algo que se apiada del niño y no se rinde: «Para organizar un concierto de rock en un estadio es imprescindible un equipo de seguridad que actúe con la más absoluta contundencia contra las bandas de salvajes que siempre suelen presentarse en conciertos como este de Lou Reed. Si hay 10.000 personas, doscientas pueden ser vándalos, por lo que es necesario que haya al menos cien hombres de seguridad para reducirlos y expulsarlos de inmediato, como se hace en cualquier parte del mundo». Que los alanos vayan entrenándose para aprobar las oposiciones: hay cien plazas disponibles. Mientras no aprueben, no habrá nuevos conciertos. Aunque, en lo que respecta a conclusiones lógicas, la palma de esta Troya matritense se la lleva de calle Mundo Obrero: «Después de lo sucedido, no me extrañaría que nos quedáramos sin conciertos por una buena temporada. En el fondo, sería lo más lógico, aunque doloroso». El mencionado pasmo se despierta al enfrentar tan fabulosas conclusiones con las de cualquier espectador que asistiera, de manera pasiva o activa, al accidentado concierto.Las moralejas, claro está, son esclavas de los vivos colores con que fueron pintados los incidentes. El Alcázar se da a lo prologal con atinada luz morada: «Habían llegado con sus cazadoras de cuero, eran los chicos de más allá del río, también los de la zona este de Madrid, vallecanos al acecho. Lou atrae a mucha clase de gente; los amos de la noche, gafas oscuras de la noche madrileña y los bultos -cadenas, navajas- en la espalda. Aquello se vio claro: algo iba mal». Algodonera claridad, paranoico tesoro. ¿No podría ser más bien, puestas así las cosas, que fuera esta visión la oscura fuerza nueva de algún ácido patrio que, al llegar el momento del despegue ibérico, empuja a los hombres de las viejas montañas nevadas a buscar con irresistible impaciencia el siempre vivo olor a chamusquina que despide el Maligno? Compasivo y jamás rencoroso hasta el presente, el espectador le dirá que se trata de un mal viaje estelar, contemplado desde las almenas inexpugnables del espíritu y atado a los barrotes niquelados de la oscura caverna democrática.

Sangre, sudor y lágrimas anegaron, según le parece a quien tiene piadoso parecer, las verdosas, praderas de Usera. Entre lo verde, lo rojo. Y el diario Ya matiza ese decir, pasando aladamente del dicho al hecho: «Doscientos enloquecidos», «un grupo de salvajes», «unos cuantos individuos exaltados». Locos de conveniencia ajena, unidos a la hora del. escándalo. Un modo demencial de provocar la pueril demagogia de un cínico que cargaba reliquias del saqueo: «Más muertes ocasionan los viajes del Papa».

La militancia va más lejos. Para el órgano del PCE, cuyos titulares temblaban por la proximidad de la antropofagia («Casi se comen a Lou Reed»), hay, en esta ocasión, una potente droga historicista: «¿Ha sido la toma de la Bastilla? ¿O la del Palacio de Invierno?». Efectuado el registro correspondiente y no hallando manuales abreviados de El capital en las fiambreras de los espectadores, pensó el cronista que la eliminación del punto de vista de clase en las erróneas interpretaciones de lo nutricio juvenil da lugar a enigmas irresolubles y a soluciones ahistóricas; pero sobre la base de los principios marxista-leninistas consensuados y a condición de serios, concretos y conciliatorios trabajos de investigación, compatibles con el cubata- podemos llegar a observaciones científicas y consistentes: «Colocados con brebajes_y sustancias varias, fueron los protagonistas de un vandalismo único y jamás visto anteriormente por estas tierras». (L'Humanité quizá tenga un archivo guapo sobre mayo de 1968.) Un cambio cualitativo en este dialéctico vivir para no ver desencadenada una fértil tesis, negativamente formulada: «Hay que reconocer que la gente no está preparada no sólo para asistir a un concierto, sino simplemente para salir de casa». Lo reconoce Mundo Obrero: no estamos preparados para la democracia. Y llega la estocada revisionista: « La gente, esa gente que yo no considero público, esgrimía los últimos focos de su violencia, desafiantes, como un rebaño de ovejas que se siente fuerte cuando son muchos». Este aparente desprecio por las masas es un fiel servidor del deseo de Stalin aplicado a la lucha contra la sobreestructura, que «queda eliminada y desaparece al eliminarse y desaparecer la base». El materialismo mecanicista, aplicado en grandes dosis a la masa obrera de Torrejón, por vía intravenosa a ser posible, queda así invertido, en cuanto a método y contenido, sin necesidad alguna de congreso extraordinario. Que los obreros no salgan de sus casas.

El reino de la hipocresía está fundado. Violencia, droga y rock forman la trinidad espantapájaros de un falso orden acunado por la derecha y por la izquierda, con ayuda oportuna del centro siempre móvil por su hueco. 0 sea, se dirá el apacible lector y hasta el propio Rosón, ¿allí no pasó nada? Pasó. Hubo ausencia de explicación ante la hora de retraso con que llegó Lou Reed al escenario. Hubo chulería necia por parte del cantante al retirarse a la menor, sin el menor aviso dialogante, pues los objetos contundentes no fueron arrojados hasta mucho más tarde. Hubo destrozos y agresiones; injustificables, desde luego, pero no en boca de quienes justifican a diario que todo ciudadano estafado por algún joven delincuente dispare a bocajarro contra su estafador. Hubo, ante todo, la evidencia muy obscena de que uno debe regresar al imperio del silencio táctico que la era franquista aconsejaba para no hacerle el juego al poder.

Y es que lo grave de quienes hablan tan exaltadamente de un acontecimiento como el aquí narrado, jugando a la ligera con la ya de por sí borrosa realidad, pueden lograr que el bumerán acabe funcionando en manos de la solidaridad tribal. Que no olviden su responsabilidad alana si un mal día los brebajes y bultos son reales y, después de una larga abstinencia, alguien dispara contra el aire del famoso pianista que no cumple.

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