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Las autoridades francesas declinan cualquier responsabilidad en el tema del terrorismo vasco

El primer ministro francés, Raymond Barre, y los cuatro ministros que le acompañarán a Madrid el próximo día 3 de julio, los titulares de las carteras de Industria, Comercio Exterior, Agricultura y el secretario de Estado de Exteriores) van a multiplicar sus explicaciones con las autoridades de Madrid para que las relaciones franco-españolas mantengan, por lo menos, un tono cordial. Aunque para el Gobierno de París el tema de fondo es el comunitario, la cuestión vasca también la afrontarán. La declaración oficial española sobre ese conflicto «nos entristece», lamentó ayer una fuente autorizada al comentar las recientes manifestaciones de las autoridades madrileñas. La opinión francesa, en su totalidad puede decirse, de igual manera que los responsables políticos, se dicen defraudados desde hace algún tiempo por la «imagen democrática y europea» que España había conquistado durante el último lustro.

« Hemos hecho todo lo que hemos podido, lo haremos, lo seguiremos haciendo. Se ha mantenido el contacto constante con los ministros interesados, aplicamos nuestras leyes estrictamente. No es posible hacer más. Por ello, nos entristecen las declaraciones que hizo el otro día el ministro de Exteriores, Oreja, referentes a la supuesta debilidad de Francia con los vascos españoles residentes en nuestro territorio. Creíamos que se nos había comprendido y vemos que, lamentablemente, no es así».En estos términos se manifestaba ayer, en la capital francesa, una fuente autorizada al comentar el próximo viaje de Barre a Madrid. En efecto, la ya vieja cuestión del santuario vasco en Euskadi norte parece ser que ha agotado la paciencia de los franceses. Las autoridades, como la opinión pública, sólo esforzándose contienen su irritación cada vez que aflora el problema.

Si se alude al impuesto revolucionario que se supone cobra ETA en territorio francés, el argumento salta como un resorte: «¿Por qué ustedes, los españoles no son capaces, en territorio español, de detener a los miembros de ETA cuando realizan la misma operación?». Esa pregunta-respuesta se repite cuando se les acusa a los franceses de «auto rízar a los vascos del sur a preparar sus atentados en el norte». Sería inútil intentar convencer a este país de que él carga con alguna responsabilidad. «El problema vasco es un problema español»: esta es la doctrina oficial desde siempre, recitada una vez más, el jueves pasado, por el presidente Valery Giscard d'Estaing y aceptada por toda la opinión.

Aunque no lo manifiestan explícitamente, los medios oficiosos galos sospechan que «el Gobierno de Madrid es posible que juegue con el problema vasco y con su santuario francés de cara a la opinión interior». Días pasados, en este sentido, una fuente autorizada del Ministerio de Exteriores soltó una frase riquísima de segundas intenciones: « De sobra sabernos», dijo, «que de un tiempo a esta parte no todo son éxitos para el Gobierno Suárez».

Y si la opinión en general, como los diversos responsables políticos, no quieren saber nada de las denuncias recientes del ministro de Exteriores, Oreja, y de las de su colega del Interior, Rosón, cuando esas quejas son valoradas por los franceses más o menos simpatizantes de la diferencia de los vascos del Norte, la risa despectiva es la primera reacción. Sobre el mismo problema también conviene anotar la declaración reciente que nos hacía un líder del independentismo de Euskadi norte, Jacques Abeberry: «Hay que tener en cuenta que ETA Militar cuenta aquí con la complicidad de una parte de la población, minoritaria pero sustancial. Eso hace más difícil el resultado positivo de la represión que ejerce la policía francesa, palpable a pesar de que las autoridades de Madrid no quieran o no les convenga creerlo. Hay que estar aquí y ver lo que ocurre sobre el terreno para comprobar la acción implacable del Ministerio francés del Interior».

Por otra parte, el conflicto franco-español, ocasionado por la cuestión vasca, se enmarca en un sentimiento general de decepción de los franceses respecto a la evolución de la España democrática. Ayer, sobre el particular, interrogábamos a un profesor de un liceo parisiense, conocedor de España, de su idioma, de sus tierras, y todo ello desde hace cuarenta años: «Por lo que me concierne a mí Y al medio en el que yo vivo, puedo afirmar que desde hace algún tiempo nos planteamos muchas preguntas sobre lo que ocurre en España. La política autonómica, en un primer tiempo, nos asombró, y a muchos nos pareció una lección para nuestro país. Todo el proceso democrático nos hacía pensar en una España que, efectivamente, se integraba en Europa. Pero a la vista de tanta violencia, de tantos procesos a la libertad de expresión, de tanto desconcierto, nos parece que algo fundamental falla. No se ven por ninguna parte respuestas políticas a las interrogantes que hoy plantea España».

Comentarios semejantes se oyen un día y otro. El emocional¡ Sin o y el «patriotismo antifrancés» (el diario marginal Liberation crítico feroz del patriotismo galo) con que ha reaccionado una gran parte de la opinión española ante la problemática comunitaria en pocos días, parece haber malversado en este país una buena parte del caudal europeo-democrático amasado por España durante los últimos años. Con razón o sin ella, los franceses estiman que a los españoles les falta cancha y no quieren o no saben reconocerlo. El primer ministro Barre no lo manifestará en esos términos, pero él y la delegación que conducirá hasta Madrid hablarán y discutirán ungidos por esa duda.

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