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Los ex jóvenes

No todas las generaciones evolucionan de la misma manera. A los que han dejado de ser jóvenes y van costeando ya el cabo de los cuarenta les sucede algo que no les ocurrió a sus inmediatos antecesores. Estos habían vivido una existencia que a lo largo de sí misma era muy parecida desde el principio hasta el final. Podríamos decir que había habido el inevitable crecimiento, pero el progreso había sido escaso. Un hombre se moría en un ambiente social donde reinaban las costumbres, los ritos y los sistemas de valores que lo habían visto nacer.Hoy no. La Historia marcha a pasos agigantados. Los panoramas son radicalmente distintos. Y, sobre todo, los sistemas de valores se deshacen y se vuelven a construir, no con la riitina penelopea de la misma tela, sino con la novedad de lo inaudito, de lo sorpresivo, de lo inesperado.

Esto, lógicamente, hace que nuestros ex jóvenes se parezcan muy poco a sí mismos si se miran en el espejo de apenas; una década anterior.

Los que ya nos podemos permitir el lujo de contemplar este fenómeno desde el patio de butacas estamos mejor preparados para hacer una modesta valoración de esta extraña y nueva situación. En lo que a mí se refiere, no tengo la menor nostalgia de la juventud: mi visión de aquel mundo que me rodeaba no era muy optimista, aunque confieso que había en mí una misteriosa esperanza serena y casi incomprensible para mí mismo. Por eso, cuando vi crecer la generación que me seguía concebí algunas ilusiones. Allí había un inicio de visión crítica de la realidad monótona y monolítica que nos rodeaba; había unos sueños de un futuro mejor que el presente decadente.

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Concretamente en España, a partir de los sucesos universitarios de 1956 la juventud estudiantil empezó a ser distinta. Era una juventud preguntadora, inquieta, seria, pensadora, atrevida. A pesar de la dificultad de lecturas serias, losjóvenes lograban el material más prohibitivo por los medios más inauditos: confieso con gusto haber sido cómplice en este tipo de adquisiciones.

Poco a poco la marea que subía desde abajo consiguió lo increíble: la eclosión de nuevas editoriales, que fueron poniendo al alcance del joven lector español lo más granado del pensamiento foráneo. Es verdad que la censura reprimía, pero no siempre comprendía todo el alcance de muchos textos, los cuales a la larga abrirían la cerrazón introvertida de nuestros jóvenes enclaustrados.

Sin embargo, cuando contemplamos ahora a los ex jóvenes, nos encontramos no pocas veces (hay excepciones, cuantitativa y cualitativamente, muy importantes) con unos cuarentones desencantados que o se han reintegrado a sus orígenes burgueses (más o menos bamizados de progresía) ,o se debaten en inquisiciones interesantes, pero faltos de brújula. En Andalucía los llamaríamos «esnortados»: que han perdido el norte. Yo mismo, cuando veo las noticias de la televisión, me quedo atónito al descubrir en actos oficiales, con talantes sesudos, a muchos de aquellos jóvenes, sobre todo estudiantes (obreros, menos), que por los años sesenta brujuleaban por mi modesto apartamento madrileño de Galileo, 20, llenos de ilusión por un porvenir de libertad y de auténtica democracia.

Una de las palancas en la que, aquelfilos jóvenes se apoyaban era una interpretación evangélica del cristianismo, de ese cristianismo que la dictadura había secuestrado ad usum delphini. Yo ya me di cuenta desde entonces de que aquellos fervores evangélicos podrían tener dos direcciones opuestas: la de una vuelta a una actitud realmente religiosa de talante profético (los menos) o la de una superación de lo religioso para saltar a lo sociopolítico (los más). Aun considerada la cosa desde este segundo aspecto, hay que reconocerle al catolicismo español el haber ofrecido una serie de cuadros nada despreciables a los movimientos de renovación política de la nación. Todavía quízá estemos muy cerca y nos falta perspectiva, pero en el futuro se liarán estudios serios sobre las raíces cristianas de la nueva izquierda española en esta segunda mitad del siglo XX. Naturalmente, todo ello sin la menor intención apologética: solamente con el deseo de verificar los fenómenos y buscar sus causas y consecuencias.

Pero lo más sorprendente es que, al seguir en mi tenaz búsqueda de lo nuevo, descubro en la novísima generación, a la que apenas se le deja la palabra, unas actitudes dialécticamente diferentes a las de los aludidos ex jóvenes. No niego que entre ellos hay un buen porcentaje de evasivos (no importa a precio de qué droga), pero reconozco al mismo tiempo que surge un sorprendente estereotipo de ser humano que hace de la normalidad y de la cotidianidad no ya una revolución permanente (desprestigiada hoy por hoy en vista de los fracasos), sino una rebeldía no violenta. Estos intuyen que el futuro no viene cabalgando sobre los lomos de ningún Pegaso celestial, sino sobre la paciente construcción termítica de unas nuevas estructuras, donde lo personal tiene un puesto de primacía. Yo no me atreveria a definir más: hablo solamente de un olfato, producido por conversaciones horizontales con seres humanos de 14, 16 y 18 años, a los que me he acercado en busca de respuestas, y no solamente como si fueran puras larvas humanas a las que habría que ayudar desde fuera a adoptar el way of life que los mayores hubiéramos elegido para ellos.

Para terminar, preveo que la novísima generación les va a reprochar a sus inmediatos antecesores -los «ex jóvenes»- el haberse apresurado a hacer almoneda de r[iuchos valores que han subestimado como si se tratara de antigualla inútiles o nocivas, sin darse cuenta de que ellos mismos seguían caminando hacia adelante por la inercia de esas mismas fuerzas que, en un momento de entusiasmo seudorrevolucionario, rechazaron enérgicamente como si fueran los mismísimos frenos de la Historia: de esa Historia subrepticiamente convertida en nueva diosa y entronizada en los improvisados altares de la soñada modemidad.

José M.ª González Ruiz es teólogo, canónigo lectoral de la catedral de Málaga.

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