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Reportaje:

La pelea entre "Mano de Piedra" y "Sugar" Leonard pone en funcionamiento "el triángulo de la muerte"

Los hombres que manejan el turbio mundo del boxeo americano han descubierto dos siniestras fórmulas para hacerlo renacer: el «triángulo de la muerte» y el retorno de Cassius Clay. El «triángulo de la muerte» se pone en marcha esta noche, en el estadio olímpico de Montreal, con la pelea entre el norteamericano Ray Sugar Leonard y el panameño Roberto Mano de Piedra Durán. Pipino Cuevas, mexicano, el tercer vértice del triángulo, espera el nombre del vencedor para enfrentarse a él. Por él combate de esta noche, Durán ganará más de cien millones de pesetas, y Leonard se acercará a los seiscientos.

El triángulo es la forma perfecta para un promotor. Una rivalidad entre dos púgiles (Louis-Schmeling, Frazier-Clay, Monzón-Valdés...) puede dar lugar a dos o tres combates, si hay veredictos discutidos, que permiten revancha; pero con un trío las posibilidades de enfrentamiento y de polémica se multiplican. La suerte ha puesto en manos de los promotores tres pesos welters de enorme categoría, y piensan explotarla. El combate de esta noche es sólo el primer pedazo del pastel.Ray Sugar Leonard nació en Maryland hace veintitrés años, y es para muchos el mejor boxeador del momento, una perfecta mezcla entre Ray Sugar Robinson y Cassius Clay. Se dio a conocer al mundo en los Juegos Olímpicos de Montreal, en los que obtuvo la medalla de oro en su categoría. Intentó resistirse a las ofertas del campo profesional pero Finalmente aceptó. Hoy tiene en su historial veintisiete peleas, todas ellas ganadas, dieciocho antes del límite, y el título de campeón del mundo de los welters, versión Consejo Mundial (WBC).

Roberto Mano de Piedra Durán es un panameño de veintinueve años, que ha sabido hacer honor al resonante apodo que le colocó Carlos Eleta, su manager, cuando empezaba: en 69 combates ha ganado 53 veces antes del límite. Sólo tiene una derrota, ante Esteban de Jesús, sobre el que se tomó cumplida revancha, con dos victorias por k.o. en peleas con el título mundial en juego. Militó en la categoría de los ligeros durante muchos años, y fue el mejor indiscutido en ella; disputó trece peleas por el título mundial, con once victorias antes del límite y una a los puntos. Unificó en su persona los títulos de la Asociación (WBA) y el Consejo. Le costaba mantener el peso ligero y decidió ascender de categoría. Esos experimentos no suelen resultar, pero entre los welters se ha movido bien: ha ganado sus ocho combates, tres de ellos antes del límite.

Pipino Cuevas, mexicano, tiene veintidós años, 32 peleas, veinticuatro victorias antes del límite, tres por puntos y cinco derrotas. Es el campeón de la WBA y está considerado un salvaje del ring.

Defenderá en breve su título de la WBA ante el norteamericano Tommy Hearns (una especie de repuesto por si falla alguno de los lados del triángulo), y si, como se espera, sale vencedor, se enfrentará al ganador de la pelea de esta noche para unificar los dos títulos. Después vendrá una sucesión de revanchas que debe dejar mucho dinero.

Un gran montaje

Bob Arum, el hombre que dirigió la carrera de Cassius Clay y que ahora controla la de Leonard, y Don King, célebre promotor con un oscuro pasado, que incluye una estancia de cuatro años en la cárcel por un delito de homicidio, son los hombres más poderosos del boxeo norteamericano. Quienes les conocen aseguran que se odian cordialmente: King llama a Arum Víbora, y Arum conoce a King como Drácula. Sin embargo, han sabido ponerse de acuerdo para organizar esta pelea. Han escogido Canadá porque Estados Unidos les hubiera arrebatado una muy superior cantidad en concepto de impuestos. Contrataron el estadio olímpico de Montreal, a cuyos propietarios (la ciudad de Montreal) han vendido la taquilla por 2 10 millones de pesetas. Caso de quedar vendidas las 78.000 localidades del estadio olímpico, la recaudación ascendería a los 520 millones, y la ciudad de Montreal ganaría trescientos, pero no es fácil que esto ocurra. Los cálculos no son optimistas y los propietarios del estadio ya sólo aspiran a vender 40.000 localidades, con lo que, al menos, cubrirían lo que han entregado a Bob Arum y Don King. La culpa quizá sea de los precios, que están entre las 1.200 y las 30.000 pesetas. Se han agotado las localidades más caras y las más baratas, pero restan muchas intermedidas por vender.Pero Arum y King están tranquilos porque el negocio va por otro lado. El combate no será televisado en directo a Estados Unidos (donde Leonard es el gran ídolo boxístico del momento), pero sí ofrecido en numerosos locales por circuito cerrado: el estadio de béisbol de los Mets, el gran salón del Waldorf Astoria, cines, teatros, mercados, locales municipales.... todo es bueno para montar una pantalla gigante. Las entradas se consiguen por un precio de mil pesetas y los organizadores están seguros de recaudar por este concepto treinta millones de dólares, 2. 100 millones de pesetas. Los derechos por la transmisión en directo para Panamá serán, íntegros, para Mano de Piedra, que ganará en total algo más de cien millones de pesetas, libres de impuestos. Leonard, que va a medidas en la organización, cobrará cerca de seiscientos millones, si las cosas salen como se espera.

Ciencia contra pegada

Por lo que al ring se refiere, el combate reproduce una vez más el eterno duelo entre la habilidad y la pegada. La ciencia la pone el nuevo boxeador de azúcar, Ray Leonard, por el que se inclinan ligeramente las apuestas. Es rápido, inteligente y domina toda la gama de esquivas y golpes que constituyen el boxeo. Muchos lo califican como el boxeador perfecto, el hombre llamado a devolverle a este deporte la popularidad perdida. Tiene un inmejorable juego de piernas para esquivar las acometidas del rival y habilidad e inteligencia para colocar sus puños en el momento oportuno y desde cualquier ángulo.Mano de Piedra no es torpe, pero es eminentemente un hombre de pegada. Acorta las distancias y confía en cierta habilidad para la esquiva, para evitar los golpes, pero si no los evita, poco le importa: se siente capaz de colocar tres por cada uno que recibe, y sabe que en el cambio siempre saldrá ganando, porque su pegada es terrorífica. A sus veintinueve años aún no se le considera un hombre castigado, pero sí se supone que en esta categoría su demoledora pegada se nota menos. Sin embargo, en Panamá hay fe ciega en su victoria. A Montreal se desplazan 4.000 panameños, que le animarán como siempre: golpeando dos piedras; entre sus seguidores estará el ex presidente Omar Torrijos, y el actual presidente, Arístides Royo, envía a la ciudad canadiense su avión particular para facilitar lo que se espera sea su triunfal regreso. Todo Panamá se paralizará ante las pantallas de televisión.

Ray Leonard va a pasar la más difícil prueba de su carrera boxística, pero Mano de Piedra, también. Cuando éste empezó a boxear, su manager sólo le dio un consejo: que imaginara una línea entre los dos rincones neutrales y peleara sólo en la mitad del ring que incluye el rincón del contrario. Mano de Piedra se aplicaba concienzudamente a eso y prácticamente echaba del ring a sus contrarios, ante: los ojos asustados de sus propios cuidadores. Ahora espera hacer lo mismo con Leonard, del que afirma que es un invento de la televisión: «Me tiene miedo; lo supe cuando en la conferencia de prensa no pudo sostener mi mirada mientras yo le juraba que lo iba a matar».

Ambos vienen de la pobreza, aunque más marcada en el caso de Durán. Hijo de un marino mexicano, río conoció a su padre hasta hace muy pocos años, ya campeón mundial. Trabajó en la calle de limpiabotas y vendedor de periódicos, hasta que el boxeo le ofreció la revancha social que ahora disfruta plenamente. Tiene cinco lujosos coches y le gusta cargarse de joyas ante las conferencias de prensa. A pesar de sus excentricidades, es un profesional que sabe cuidarse; no fuma y sólo bebe de tarde en tarde. Está casado y tiene tres hijos, uno de ellos fuera del matrimonio. Más que un ídolo deportivo es, en Panamá, un héroe nacional. Leonard, negro, pertenece a una clase media modesta. Su padre era hasta hace poco vigilante nocturno de un supermercado, y la familia es muy numerosa. Una enfermedad de su padre, que le retiró del trabajo y le obligó a someterse a un caro tratamiento, fue lo que le decidió a hacerse profesional. Con su estilo de chico americano prudente, educado y cortés, se ha convertido en el ídolo del momento.

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