«Che» Guevara
En EL PAIS del 8 de junio leo un artículo de Francisco Vega Díez, relativo a Che Guevara, que aviva un viejo deseo de explicar mi fugaz contacto con él, sobre el que llegué a escribir algo que no conseguí publicar. Seré ahora más somero. Le conocí en Ginebra, con ocasión de la Conferencia de las Naciones Unidas para el Comercio y Desarrollo. Acababa de pronunciar un extraordinario discurso, que constituirá un hito de la historia de la reivindicación de los países en vías de desarrollo, como el que pronunció en Punta del Esta; un grupo de españoles y latinoamericanos le invitamos a almorzar en el restaurante Le Parisien.Apareció allí, y su aspecto nos pareció bastante diverso del de los retratos y posters; lo describe muy bien el señor Vega. No estuve durante el almuerzo a su lado, sino al de mi buen amigo el embajador Camejo, pero de la conversación general y de los retazos de sus palabras creo deducir que nada había en él de dogmático y sectario de que tenía fama. Defensor de una planificación muy centralizada, alegaba que, al fin y al cabo, Cuba era más pequeña económicamente que la General Motors; propulsor de los incentivos morales, explicaba cómo el guajairo cubano estaba acostumbrado tradicionalmente a trabajar lo necesario para subsistir y dedicaba el resto al ocio, pensando, con razón, que, de todas maneras, no iba a poder acumular ni progresar; «como la revolución les garantiza la subsistencia», proseguía, «serán necesarios otros estímulos». Algunos de estos argumentos me dejaron seriamente dubitativo, pero mostraron que no era hombre que expusiera dogmas, sino que aducía argumentos. Esta humanidad, tan acorde con su aspecto y sus maneras, se confirmó cuando me despedí. Estando de servicio, tuve que marcharme antes, de tiempo, y al darme la mano me dijo: «Ese general de ustedes es muy amigo nuestro». Le dije que, efectivamente, tenía noticias de que Franco mantenía una actitud correcta con Cuba, pero que yo no me consideraba propietario de Franco. Debían haberle dicho quién era yo (estaba todavía rigurosamente exiliado) y me dijo que, en su opinión, Franco le tenía simpatía a Fidel, por ser los dos gallegos y porque, como la primera vocación de Franco había sido de marino, quizá considera «nuestro desafío a los gringos como una venganza del almirante Cervera». Esta formidable humorada de que Fidel pudiera estar vengando al almirante Cervera es lo último que le oí. Después se ha convertido en uno de los grandes mitos del siglo XX; este médico argentino, que quería levantar veinte vietnams, y el médico chileno que prefería los votos a las balas. La humanidad del Chicho Allende es sobradamente conocida, no así la del Che Guevara, ni su sentido del humor. Ambas hacen aún más entrañables esas figuras, tanto corno el quijotismo, en cierta medida gratuito, de su fin. / . Cónsul general de España.
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