La pausa de Giscard d'Estaing
EL PRESIDENTE de la República de Francia, Valéry Giscard d'Estaing, inició su participación en los comicios presidenciales del país vecino anunciando un bloqueo del proceso de negociación e integración de España en las Comunidades Europeas. Ante un selecto auditorio, integrado por la asamblea de cámaras agrícolas francesas, Giscard afirmó que se hace necesaria «una pausa en la segunda ampliación de la CEE». El presidente francésargumentó su declaración diciendo que las Comunidades deben arreglar sus problemas económicos e institucionales actuales antes de sumergirse en un nuevo proceso de expansión comunitaria.Las buenas palabras del presidente de Francia en favor del ingreso de España en la CEE, como las que pronunció en Madrid, han quedado desintegradas ante la nueva política comunitaria del país galo, de la que difícilmente podrán desligarse Grecia y Portugal, por muy avanzados o simples que estén y sean sus respectivas situaciones ante la Comunidad. La amistad de Giscard d'Estaing con Caramanlis y los coqueteos París-Lisboa no podrán convertirse en excepciones y escapar fácilmente del nuevo «no» de Francia a la ampliación del Tratado de Roma, al menos partiendo de los argumentos generales presentados en París por el vecino jefe de Estado.
De todas maneras, a nadie le cabe la menor duda de que el país cuyo bloqueo quiere Francia es España. Y ello no es ninguna novedad ni para el Gobierno español ni para los medios políticos, económicos y sociales, que han, seguido más o menos de cerca la apertura y desarrollo de la negociación hispano-comunitaria. En definitiva, Giscard d'Estaing no ha hecho otra cosa que repetir lo que ya le dijo al presidente Suárez en París en el verano de 1977, semanas después de que España presentara su candidatura al territorio comunitario. En aquella ocasión, Giscard habló de la necesidad de solucionar cuestiones agrícolas (reforma de la política agrícola común) e institucionales antes de toda nueva ampliación. Luego, el presidente galo,inventó el llarnado comité de notables, encargado di: estudiar los problemas del segundo ensanche comunitario, y cuyos trabajos, aún por debatir en el seno de la cumbre o Consejo Europeo, han resultado, como se esperaba, tibios y sin consecuencias de alcance político concretó.
Es verdad que durante su viaje oficial a Madrid el presidente Giscard dio la impresión no sólo de estar a favor del ingreso de España en las Comunidades, sino de que Francia parecía ser el único país comunitario que apoyaba esta hazaña. De manera concreta, Giscard d'Estaing dijo a Suárez en la Moncloa que España y Francia debían iniciar negociaciones bilaterales para eliminar los obstáculos agrícolas del ingreso hispano en la CEE. París pedía a Madrid una especie de negociación «clandestina», al margen de las normas del Tratado de Roma, que indican claramente que las naciones candidatas negociarán multilateralmente con el Consejo de Ministros de la CEE, es decir, con los nueve, y no sólo con Francia, como pretendía Giscard, con la intención de presentar a sus agricultores alguna baza propia en la campaña electoral presidencial.
Esta oferta, aparte de violar los reglamentos comunitarios, constituía una trampa a España y un castigo al presidente Suárez, Giscard preveía que esta negociación bilateral no se desarrollara de Ejecutivo a Ejecutivo, sino ,del presidente del Gobierno español a primer ministro de Francia, lo que provocó, una vez más, problemas de protocolo y el público desaire a Raymond Barre, que aún espera ver el comienzo de dicha negociación bilateral. Asimismo, de haberse seguido este camino, Italia podía haber solicitado otro diálogo similar para hablar del vino y el aceite; Alemania, de la libre circulación de trabajadores; Gran Bretaña, de la pesca, etcétera. En definitiva, Francia trataba de ganar tiempo. El presidente quería tantear a su opinión pública, sobre la que había lanzado el llamado plan de desarrollo del Midi francés (al parecer, sin resultados positivos inmediatos), y ahora, ante la proximidad de las urnas y la inminencia de la apertura real de la negociación hispano-comunitaria, prevista para el otoño entrante, decidió el frenazo.
Esta nueva actitud es legítima y comprensible desde la óptica del Eliseo. El general De Gaulle la practicó ya con anterioridad y por dos veces, vetando el ingreso del Reino Unido en las Comunidades. Ahora le toca a Giscard d'Estáing la oportunidad de poner en valor la grandeur, compitiendo con gaullistas y comunistas en este mismo terreno, y a España ocupar el sillón depotencia temible o incómoda para la construcción de una Europa política, hoy víctima de sus propios egoísmos internos y de sus servidumbres energética y defensiva. Es la.segunda vez en muy pocas semanas que Giscard d'Estaing intenta protagonizar el liderazgo europeo-occidental. Su entrevista en Polonia con Leónidas Breznev constituyó el primer ensayo. Ahora, con el parón a España, vuelve a la palestra, y esta vez con el derecho de veto que el Tratado de Roma concede a todo país con voz en el seno del Consejo de Ministros comunitario.
Francia y Giscard d'Estaing están, pues, en su derecho, y tienen las armas legales para interrumpir la segunda ampliación comunitaria. Lo pueden hacer a sabiendas de que la opinión pública europea sabrá valorar la voluntad europeísta gala al socaire de los problemas electorales internos de dicho país, que no está, ni mucho menos, en condiciones de exigir cotas especiales de europeísmo al Gobierno de la señora Thatcher ni de presumir que apoya la consolidación del proceso democrático español. Porque una de las consecuencias esenciales de la declaración del presidente francés será el debate político, económico y social que ha de surgir en la Península Ibérica en torno a estas declaraciones.
¿Qué hacer? De momento, caminar en la negociación mientras se pueda. No se debe avanzar en lo industrial si lo agrícola está en cuarentena. Se puede hablar, eso sí, y dejar los temas ad referéndum, pero nunca caer en la trampa de ceder en los terrenos donde la CEE tiene intereses concretos y esperar a ver qué pasa con los problemas. Vale la pena recordar ahora, a la vista de estos hechos, que en Bruselas la Comisión Europea se ha quejado de que España no aceptó rebajar los aranceles industriales plasmados en el acuerdo preferencial de 1970. Muy bien hizo España en mantener esta posición, que es, hoy por hoy, la única que nos da en esta Europa mercantilista algo de razón y de fuerza para poder participar un día en la verdadera construcción de su mapa político.
Y mejor haría el Gobierno, si hablara claro y sin triunfalismos a la opinión pública. Cuando se inician unas negociaciones -como ocurrió en febrero del pasado año- haciendo campaña electoral interna, a nadie del Gobierno le puede extrañar que en Francia se bloqueen los contactos con el mismo argumento. Lo malo es que son los pueblos de Europa quienes pierden el tiempo y la oportunidad de construir una empresa política en común, cuya necesidad aparece como más urgente e imperiosa en plena crisis internacional.
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