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Reportaje:

El restaurante más barato de Francia es español

La institución francesa que cada año establece lo mejor, lo peor, lo mediocre, lo mediano, es decir, la que jerarquiza todos los sectores de la vida de este país, se llama Record, como es natural. Record, semanas atrás, sentenció: «El restaurante más barato de Francia es Casa Miguel, según reza el letrero que cruza el piso bajo del número 48 de la calle de Saint-Georges», a unos cuantos metros de Pigalle, ese barrio chino cristianizado por el turismo internacional.

Hay que ir a comer a Casa Miguel. El menú es fijo y este miércoles último se componía de lo que sigue: primer plato, entremeses a escoger entre una ensalada de pepino o de rabanillos, o un plato de jamón o de salchichón. Segundo plato, couscous, con todo su mondongo dentro. Y, para rematar, un postre, a escoger también, entre el queso, la fruta o un pastel. En el menú, que cambia cada día, están incluidos un cuarto de litro de vino y pan a granel. Precio total, con el servicio del 10% incluido, igualmente: cinco francos; es decir, setenta pesetas. En términos de poder adquisitivo hay que pensar en un restaurante que, en Madrid, ofreciera un menú similar por 45 pesetas, aproximadamente.Hablarle a madame Miguel, como la llaman sus clientes y vecinos, de la crisis económica mundial es tanto como explicar a las golondrinas, en términos racionalistas, la llegada de la primavera.

Miguel Ballesteros es de Albacete, y su esposa, Codina, de Barcelona. El hombre ya llegó a los 75 años, y hace siete meses que, por mor de los reumas «y de la edad, de la edad», añade Codina, no se levanta de la cama. Codina ya cumplió los 71 años y es ella quien carga con todas las responsabilidades del restaurante: hace la compra por la mañana, cocina, barre, limpia, sirve a los veinte y pico clientes que almuerzan, y a otros tantos a la hora de cenar. «No doy para más», dice.

Hace cuarenta años, que Codina y Miguel viven en Francia. Aquí llegaron fugándose de la dictadura, «porque éramos republicanos, claro». En un primer tiempo fueron obreros y, ahorrando, llegaron a establecerse por su cuenta en 1949, en este bajo, que es de su propiedad. «Gracias a esto y a que yo lo hago todo», explica Codina, «podemos dar de comer tan barato».

Hasta hace pocos meses, el precio del menú era de 2,60 francos y, pocos años atrás, valía dos francos. Los estudiantes sin medios, obreros, turistas son los asiduos de esta Casa Miguel, que ya figura incluso en la prestigiosa guía gastronómica Gault et Millaud (Michelín aún no se ha atrevido), y multitud de diarios franceses y extranjeros la han entrevistado para «servirles» a sus lectores el menú posiblemente más barato del mundo.

Codina, como una rapaza «locuela», se hincha para decir «soy la campeona de Francia». Con esto parece ser que le basta. Ni piensa en vacaciones, ni en volver a España, ni en retirarse: «No, no; me retiraré cuando me muera. Y lo de volver a España, ni a mi ni a Miguel nos seduce, porque vienen a verme a mi los conocidos españoles. Mi hija Rosa, que es muy guapa y secretaria de dirección, es francesa, pero ya ha ido varias veces a España. Nosotros seguimos siendo españoles.

Naturalmente, a Casa Miguel no hay que ir en busca de ese ambiente decorado o perfumado con toilettes estilo Yves-Saint Laurent, en el que además se sirven todos los artificios de la «nueva cocina». Más concretamente, quien desee toparse, por citar un ejemplo, con el sibarita y psicoanalista Jacques Lacan, haciendo manitas con una moza treintañera que irradia inteligencia, debe reservar mesa en el Vivarois (tres estrellas Michelín) y disponer de 7.000 pesetas para zanjar el problema de «la cuenta»: cien veces más que en esta Casa Miguel, denominada Casa de Dios por algunos de sus clientes.

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