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FERIA DE SAN ISIDRO: DECIMOCTAVA CORRIDA

¡Fraga, socorro!

Ha llegado la hora de pedir socorro al Parlamento para que sus señorías arreglen esto de la fiesta. Alguien desde la tribuna de oradores tiene que decir que torear no es pegar pases, porque desde el ruedo, que es donde debería valer, aunque se proclame con toda la contundencia del mundo, no hacen caso. Sugiero a Fraga como portavoz de la afición y de los más acendrados valores de la fiesta, porque dice las cosas con salero y porque en el debate ha metido cuñas taurinas de mucho sabor.« Señor presidente, señoras y señores diputados: torear no es pegar pases». El día en que Fraga, en atención a nuestra llamada de socorro, pronuncie estas o parecidas palabras, lloraremos de emoción. Después no hará falta sacar los tanques a la calle, claro, para acabar con los pegapases, aunque remedios menos violentos no parecen tener eficacia. El jueves, por ejemplo, Ruiz Miguel hizo un faenón torero, con media docena de muletazos y no va más, que le valieron el más clamoroso triunfo que se recuerda en la primera plaza del mundo, y este elocuente discurso ha sido como predicar en el desierto.

Plaza de Las Ventas

Decimoctava corrida de feria. Cinco toros de Sepúlveda, bien presentados, astifinos, manejables. Sexto, sobrero de Sánchez Cobaleda, inválido total. Gabriel de la Casa: tres pinchazos y estocada (silencio). Dos pinchazos y estocada baja (silencio). Roberto Dominguez: media bajísima y estocada caída que asoma (ovación y salida al tercio). Media perpendicular delantera y estocada delantera (palmas y pitos cuando saluda). Tomás Campuzano: tres pinchazos bajos atravesados, ruedas insistentes de peones y media perpendicular caída (palmas y pitos cuando saluda). El sexto. apuntillado durante la faena, lo que provocó un gran escándalo, con lluvia de almohadillas.

Por lo menos no se enteraron los tres pegapases de ayer. ¿Pegaron derechazos? Hubo en el ruedo toros; entre los toros, nobles; entre los nobles, de oreja, y se los dejaron ir enteritos a todos. Por el vicio de pegar pases. Ahí estaba Roberto Domínguez, a quien correspondió el mejor lote, dos toros pastueños que le dejaban gustar y gustarse en el toreo, y los molió a pases. Los molió y molió al público. Se trataba, simplemente, a la vista de la tauromaquia, del discurso de Ruiz Miguel y del recuerdo de un público enfervorizado con este diestro, de empezar la faena en el primer muletazo y, desde el primer muletazo, parar, templar y mandar. Y ya está.

Pero Roberto Domínguez, que pudo gustarse en su toreo, y que en varias ocasiones lo ejecutó con cadencia y empaque, templaba cuando templaba, adelantaba el pico de la muleta hasta la exageración, repetía los derechazos y naturales de nunca acabar, excepto para un ayudado hermoso, un pechohondo y un kikirikí bellísimo, que fueron las únicas notas de color en la monotonía derechacista. Parecía un chiste, en su segunda faena, cuando, después de pases mil, se escuchó una voz en la andanada: « ¡Se va el toro sin torear! ». Y no era un chiste, no; era la crónica hablada de la faena reiterativa e interminable a un toro que, aun cansado de embestir, seguía mandando en el ruedo.

Gabriel de la Casa, que no se fio del primero -toro de trapío, manejable y con genio-, se empeñó en pegarle pases al cuarto, que estaba tullido y se había roto un pitón. Hay enfermedades incurables y no nos referimos al toro. Campuzano se los pegó por todo el ruedo al manso tercero (no dejó palmo de arena sin santificar con los derechazos y los naturales de Dios), y en el sexto, sobrero, no pudo satisfacer estas ansias, porque el animalito era tan inválido que lo apuntillaron entre derechazo y derechazo.

La corrida, muy desigual de tipo, estuvo bien presentada, tenía seriedad, bien armadas y astifinas .defensas y, por dentro, cierta mixtura de casta y mansedumbre, con buenas dosis de nobleza. Uno estaba derrengado, otro cojo -por lo que se le devolvió al corral-, y el sobrero apareció tullido, sin que la presidencia se quisiera enterar. Con el escándalo se enteró. Estas sorderas o cegueras transitorias de la autoridad competente deberían ser puestas en cuestión, asimismo, desde la tribuna de oradores, para lo cual también pedimos socorro: ¡Fraga, socorro!

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