Radicales de toda la vida
En estos últimos tiempos cualquier incauto que trate de estar al tanto de las gracias políticas de nuestro país habrá podido contemplar extasiado las evoluciones de lo que debiera llamarse la melopea radical.Día a día se nos ofrece una estupenda visión de derechistas a la búsqueda de su populismo perdido, de antiguos estalinistas leyendo en el metro a Marco Pannella (presidente del Partido Radical italiano, PRI), abogados laboralistas que, a falta de trabajo, tienen tiempo para vacilar a sus amigos, noctámbulos que entre copa y copa construyen nuevas sociedades con sana alegría, barones ucedeos que todavía no se explican cómo han ido a caer en este berenjenal.
Hay de todo, y como este es un mundo dado a la comunicación, ni siquiera se libran los periodistas, y hay quienes van por ahí vendiendo la burra de que un periódico (éste) viene a ser como la célula originaria de este tinglado. Luego están los jóvenes rojos, verdes o amarillos que se dan cuenta de que, como no la entretengan, la gente se les acabará yendo a cualquier sitio menos a su partido.
El ser radical comienza a parecerse a aquello de demócratas de toda la vida. Apuntarse es barato: no hacen falta más que un par de artículos o, a todo tirar, una cena para iniciados.
Pero ¿qué cosa es esta del radicalismo, que su nombre se ve invocado por todo el espectro político? (Por cierto, esto de espectro quiere decir, en su primera acepción: imagen, fantasma por lo común horrible que se presenta a los ojos de la fantasía. Aquí se nos presenta a los ojos de la realidad; por lo demás, es lo mismo).
Uno tiende a suponer que la derecha (aquí se le llama centro) busca en el nombre Partido Radical. aquella especial capacidad para el show que demostraban Lerroux o Blasco Ibáñez y que les permitía conseguir de sus fans una cierta condescendencia respecto a los errores de su sospechosísimo populismo, tan sospechoso que no veía con ojos demasiado malignos la formación de lo que entonces era un grupúsculo fascista en nuestra tierra. En todo caso, aquellos dos líderes eran gente entretenida, polémica e imaginativa, virtudes escasas o inexistentes entre los neorradicales de derechas, que son todos de un muermo subido.
Pero, dejando a un lado denominaciones históricas, lo que la gente está esperando es algo nuevo, que desde hace un tiempo posee un cierto aroma italianizante, porros a go-go, divertidas ocurrencias del ya mentado PRI.
El Partido Radical de que hablan las izquierdas no es tanto un partido clásico, sino un movimiento social con expresión política.
Esto, así dicho, es común al origen de todos los partidos y no aclara demasiado. Habría que hablar entonces de una confluencia entre movimientos sectoriales, que pueden incluir asociaciones de vecinos, homosexuales, por la despenalización del porro, campesinos, mujeres, ecologistas y otros varios etcéteras. Frente al monolitismo social que nos imponen, mucha gente se va encontrando con que interesan sus problemas y los de la gente que está a su lado en el trabajo, el barrio o los afectos. Y también cae en la cuenta de que este sistema no sólo no dinamiza a la sociedad hacia la solución de la enorme cantidad de problemas cotidianos que cada uno tiene, sino que ralentiza y sofoca toda iniciativa que no pase por la delegación de nuestro poder. Y aún más, de la misma forma que los socialistas cayeron en la cuenta de que los capitalistas eran necesarios, hay quienes comienzan a darse cuenta de que las fuerzas que monopolizan nuestro poder son inefectivas, caras, aburridas y sujetas a todos los compromisos posibles menos, al parecer, el que tienen con nosotros.
La diferencia esencial de todo esto con el anarquismo de siempre reside en que ahora se va a por todas, entrando a saco, no sólo en el terreno económico o sindical, sino también en las costumbres, ideología o formas de vida: aquello que somos y no nos dejan ser.
Así que, sobre la base de esos movimientos marginales o sectoriales, y en vista de la irritación que produce un espectáculo como el de nuestro Parlamento, se van creando lazos sociales entre unos intereses que ya no pretenden representar a la sociedad en su conjunto (pretenciosidad exasperante de los políticos y de la que no se salva ni un rey que, por otra parte, es de lo poco claro que pulula por aquí).
No se presenta uno más que a sí mismo y a su gente; se elaboran programas de acción que, ¡mira tú!, interesan a otros que tratan de montar su propia película. Sólo entonces, como coordinación y voz política de todo ello, surge un partido que no viene a ofrecer milagros, sino posibilidades de acción.
Y aquí viene el grave fallo de nuestros radicales de izquierda. Ni en nuestro país están las masas tan hartas de parlamentarismo (¡si ni siquiera hemos conocido un relevo de poder!) ni los movimientos de base hacen otra cosa que intentar aclarar de qué va lo suyo. Así, el Partido Radical español nacería no como resultado, sino como generador de lo que no hay: un partido más que intenta salvarnos, solucionarnos la vida a los demás, pobres aficionados.
No; no parece haber sonado la hora de un partido radical o como quiera llamársele. Es hora de animar a la gente a pensar por sí misma, a moverse y a tomar el poder que perdió por confiada o impotente. Todo lo demás, declaraciones o estudios pomposos, no son más que otra muestra de la falta de respeto que nos siguen teniendo unas personas que se creen ungidas por no se sabe qué óleo santo y que juegan con las ilusiones del personal con exactamente la misma frivolidad con que, normalmente, se legisla, gobierna y juzga en nuestro país.
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