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FERIA DE SAN ISIDRO: SEPTIMA CORRIDA

Bombones para nada

Para las figuras, bomboncitos, y para la promesa, el toro. Así transcurrió la corrida. Y el resultado fue que no pasó nada: ni las figuritas paladearon los bomboncitos ni la promesa acertó a poder con el toro para convertirse en reaIidad. Los Torrestrella, buena nota por presentación y juego, salieron según decíamos. Junto a un ejemplar de trapío, tremendamente astifino y con casta agresiva -para la promesa-, un borrego -para la figura-. Más un toro de clase para armar el alboroto, que correspondió a Manzanares y no alborotó nada.No nos lamentemos, que tal es el panorama taurino. Las figuras permanentes de estos últimos años han conseguido una regularidad según la cual nunca están ni muy mal ni muy bien. Les importa lo mismo medirse con el toro difícilillo que con el bombón: pasan el control de calidad, y basta. Y las promesas, hechas a la mentalidad de pegapases que les han contagiado sus mayores, salen obsesionados con los naturales y los derechazos, y su empeño es darlos a toda costa.

Plaza de Las Ventas

Séptima corrida de feria. Cinco toros de Torrestrella, bien presentados, armados y astifinos, justos de fuerza, poco bravos, pero con clase en la embestida. Sexto de Terrubias, con casta, difícil. Angel Teruel: Estocada atravesada que asoma y descabello (ovación y salida al tercio). Estocada caída en la que sale cogido y cuatro descabellos (vuelta prolestada). Manzanares: Estocada trasera (silencio). Metisaca, pinchazo hondo, rueda de peones y dos descabellos (ovación y salida a los medios). Emilio Muñoz, que confirmó la alternativa: Pinchazo y estocada en la que sale cogido (petición y vuelta con protestas). Pinchazo y estocada (aplausos).

Pero muchas veces el toro no se deja, como le ocurrió a Emilio Muñoz ayer, y entonces pierden los papeles. El Torrestrella de la alternativa tenía una agresividad que no se dominaba con la mecánica rutinaria de los pegapases. Muñoz cometió el error de precipitarse a citar con la izquierda y, además, no templó los primeros muletazos. En cada uno de ellos el toro enganchaba la tela y a partir de ahí no dejó de derrotar. Había valor en el diestro, pero no mando -salvo en tres derechazos con la mano muy baja- y llegó a sufrir un revolcón. El toro iba a más y a menos el torero, quien en la suerte suprema volvió a ser empitonado.

El sobrero, de Terrubias, también fue un animal de casta que llegó a la muleta probón e incierto y, naturalmente, no admitía los consabidos dos pases que pretendió administrarle el neófito. A estas horas se quejará de su mala suerte: «Me tocó un lote que no se dejaba torear». En la mentalidad de los taurinos es rigurosamente cierto, lo cual no quiere decir que sea verdad. Porque torear es bastante más que multiplicar derechazos y naturales por las buenas o por las malas.

Un ejemplo claro lo tenemos en el quinto de esta corrida, que por el pitón derecho tenía una embestida excepcional, para armar el alboroto. Manzanares, después de los ayudados por alto, le embarcó con gusto por ese lado -con bastante alivio de pico, que todo hay que decirlo-, y como el Torrestrella embestía con peligro para los naturales, al alicantino se le acabó el repertorio y ya no sabía qué hacer, si no era reincidir en el derechacismo. De manera que no hubo ni alboroto ni nada. A su otro toro, un borrego total, le hizo una faena tan larga como aburrida, absolutamente integrada en la técnica de los dos pases, no faltaría más.

Fáciles también resultaron los toros de Teruel y la novedad en este torero es que ligó e introdujo más amplio repertorio que sus compañeros. Estuvo decoroso, pero también perfilero, y abusivo con el pico, mientras que la pastueña embestida de sus torrestrellas pedía arte. Lo cual es mucho pedir. Sobre todo cuando no hacía demasiada falta para el triunfo de los toreros, que tenían al público de cara. El gentío que llenó ayer Las Ventas era de talante triunfalista y estaba dispuesto a aclamarlo todo. En estas circunstancias, las figuras trabajan -exactamente trabajan- a favor de obra. Incluido Corbelle, que ya es figura entre los banderilleros y goza de esta prerrogativa, inherente al rango. Por dos medios pares de banderillas le obligaron a saludar montera en mano. No hay como hacerse una fama.

Presidió el comisario Corominas, que supo contener los delirios orejistas del público triunfalista, y en cuanto la protesta empezó a ser fuerte para un toro evidentemente cojo -el sexto, de Juan Mari- lo devolvió al corral. Por su parte, la afición contestataria estuvo contenida, incluso para el burraquito mono que correspondió a Manzanares. A veces las inexplicables actitudes del palco son las que desequilibran a los aficionados.

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