_
_
_
_
Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La era de Tito

FUE UN hombre necesario; ayudó a su país a restablecerse y equilibrarse después de una larga historia de desorden y de invasiones; ayudó a mejorar la convivencia en el mundo, a construir una ideología de los países explotados; se enfrentó, a veces con grave riesgo personal, a las diversas formas del imperialismo, y alcanzó el respeto de todos. De pocos estadistas puede escribirse este epitafio, que brota sinceramente en el momento de la muerte de Tito. Es la importancia del vacío que deja la que da toda la medida de la era que llenó.Su vida política cumpliría este año 63 años; su vida humana, 88. Se puede trazar fácilmente una biografía orgánica, de maduración continua, de crecimiento ordenado. Sesenta y cinco años de vida política son los mismos que cumple la revolución rusa, a la que se adscribió, pero el desarrollo de su idea del comunismo fue en un sentido contrario a la línea oficial. La joven guardia del año 1917, a la que perteneció y a cuyo lado luchó, ha tenido un haz de destinos en los cuales una gran parte se ha entregado a la tragedia. Todos los grandes idealistas de un mundo nuevo nutridos por un afán redentorista en esta tierra, fueron podados en oleadas sucesivas de purgas, depuraciones o aislamientos por sus propios camaradas que eligieron la vía siniestra del poder despótico: símbolo claro, Stalin. Otros cayeron, en sus países, por las represiones. Muchos fueron a parar al tejido gris del despotismo burocrático.Tito no abandonó nunca la fe del primer día. Supo alzar la pequeñez de su país y la escasez de su fuerza armada contra Stalin, supo fortalecer la idea del nacionalismo -construido difícilmente sobre un país de históricos tirones autonómicos, fomentados por los intereses de potencias extranjeras- frente a una máscara de internacionalismo que devoraba y se expandía. Y supo hacerlo sin caer en el otro bloque, sin servir a nadie. Trasladó esa ideología al conjunto de los países explotados. No hace todavía un año, irguió su ancianidad -tocada ya por la muerte- en la Conferencia de los Países No Alineados de La Habana frente a la fuerza-fisíca y tormentosa de Castro para asentar el principio de neutralidad y negarse a la inclinación prosoviética.

No todo, evidentemente, es rosado en su biografía. No hay gamas rosa en la biografía de un hombre que ha llegado al poder movido por el viento de las revoluciones, la clandestinidad, la guerrilla, la guerra civil. Fue un personaje duro y estableció un régimen duro. Una dictadura que eliminó a sus enemigos y a los de su línea, que se estableció sobre un partido único y una organización de poder personal y dio muy escasas posibilidades a la democracia, presente solamente en los consejos de autogestión en que iba basando simultáneamente su ideal de igualdad de oportunidades y de equilibrio social y la restauración de la economía de su país; pero no evitó, y tal vez fomentó, la creación de una nueva clase -por la que fue denunciado por Milovan Djilas, al que persiguió, encarceló y desterró-, de un grupo de privilegiados.

No es en comparación a un patrón ideal de Estado y de Gobierno -ese modelo con el que sueña cada uno en su noche- con el que hay que medir y considerar a Tito en el momento de su muerte, cuando todavía no se puede fijar el punto de perspectiva ética y política, sino con el contexto en el que trabajó: el del mundo del comunismo de guerra, el de un país de construcción reciente según conveniencias de imperios dominantes y con tendencia a la disgregación, el de unos países desvalidos y oprimidos.Puede decirse que Yugoslavia ha sido, y es todavía, el país comunista con mayor número de libertades públicas y privadas, el más abierto a las entradas y salidas del exterior, el más sincero en los momentos de la autocrítica. Puede decirse que el crecimiento orgánico, la madurez de Tito, se hizo en el sentido de conjugar lo ideal con lo posible; y en este arte de lo posible que es la política supo incorporar muchos valores que, hasta su esfuerzo, parecieron imposibles.Tito era posiblemente el último de los hombres fundamentales, de la era basada en la personalidad del dírigente. La moral de nuestro tiempo la repudia. Se ha llegado a la revelación de que la Humanidad ha sufrido mucho en su historia por el abuso de los poderes unipersonales (sigue sufriendo, todavía, en los países donde se aplica, aunque sea ya como caricatura de lo que fue la era de los hombres fundamentales). Uno de los peores aspectos de esta política es la rotura de la continuidad que se produce tras la desaparición del hombre-patria. Ningún país ni ningún régimen la ha pasado en vano: la URSS sin Stalin, Irán sin el sha, Argelia sin Bumedian, o China sin Mao, todos pasan a ser otra cosa distinta de lo que eran. No hay razón alguna para creer que Yugoslavia va a ser la misma sin Tito. Las grandes aves de presa se ciernen sobre su cielo, los aspirantes al poder se mueven vertiginosamente sobre su suelo. Yugoslavia es una pieza trascendental en el juego político del mundo (uno de los hallazgos políticos de Tito fue poner de manifiesto la delicadeza extrema de esa pieza que era su país). El acontecimiento, en el momento en que está desatada una crisis internacional, muchos de cuyos hilos pasan por Yugoslavia -la frontera entre dos mundos, la estrategia mediterránea por el camino del Adriático, la rebelión del Tercer Mundo, las nuevas ideologías eurocomunistas que tanto deben a Tito-, multiplica toda su importancia. El sentido común, la simple prudencia, indicaría que Yugoslavia debe ser conservada tal como es, tal como la ideó Tito, con los perfeccionamientos -en el sentido de libertad interna, de superación de factores personales y de dictadura- que lo posible permita- respetada por las dos grandes potencias que ahora riñen donde pueden, sostenida por la sensatez de los políticos que tomen la sucesión.

Pero no hay ninguna prueba importante, en estos momentos, de que sentido común, sensatez y respeto sean factores determinantes en las políticas de nuestro tiempo. Quizá el miedo a un desequilibrio profundo pueda más que las tentaciones de asimilación.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_